HOMILÍAS 

21.11.2025

La Presentación de la Virgen María

"Vengo a vivir en medio de ti"

Hoy celebramos la memoria de la Presentación de la Virgen María en el Templo.

El fragmento del libro del profeta Zacarías, que escuchamos en la primera lectura, se abre con unas palabras que son como un viento suave que penetra en el corazón: "Canta de gozo y regocíjate, Jerusalén, pues vengo a vivir en medio de ti, dice el Señor". El Dios que anuncia el profeta es un Dios en camino hacia nosotros, un Dios que elige poner su morada en nuestras fragilidades cotidianas. Es como si dijera: "Hazme un lugar. No quiero estar fuera de tu vida".

Como salmo responsorial, la liturgia nos ha ofrecido el Canto de María, el Cántico del Magníficat. María responde a la venida del Señor con el lenguaje de la alabanza y la gratitud. Canta porque ha experimentado que Dios levanta a los humildes, seca las lágrimas, hace fecundo lo que parecía estéril. Sus palabras son un eco amplificado de la proclamación de Zacarías: en donde Dios habita, algo florece. El mundo no cambia de repente, pero cambia la mirada. Y de esa mirada nacen la fuerza, la esperanza, el valor. El corazón que deja entrar a Dios se convierte en un lugar donde la vida vuelve a respirar.

Dentro de este clima festivo creado por la primera lectura y el salmo responsorial, le dicen a Jesús en el evangelio: "Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo". Pero Él, con una calma que no hiere, que ensancha el horizonte, responde: "Todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". Aquí la promesa de Zacarías y el canto de María encuentran su cumplimiento: Dios no sólo vive con nosotros, sino que nos invita a formar parte de su familia.

Cristo no rechaza los lazos familiares: los transfigura. Es como si dijera: "¿Quieres ser parte de mi familia, de mi casa? Deja que la Palabra tome forma en ti. Haz espacio a Dios como María le hizo espacio en sí misma". En el relato del evangelio, María no está ausente: es la primera que hizo la voluntad del Padre. Nosotros estamos llamados a seguir su estilo: un vientre que acoge, un corazón que custodia, una vida que se deja modelar.

Resumiendo. Zacarías anuncia: Dios viene a habitar en medio de nosotros. María responde: Dios transforma mi vida. Jesús concluye: Quien acoge la voluntad del Padre se convierte en casa de Dios, forma parte de mi familia. Y todo esto no se cumple con gestos heroicos, sino con la sencilla disponibilidad de quien cada día abre una ventana: un acto de bondad, una escucha paciente, una oración susurrada, un paso hacia el perdón. Cada vez que elegimos el bien, la Palabra toma forma en nosotros como vida nueva. Y nos convertimos, sin darnos cuenta, en la Jerusalén gozosa que acoge al Señor, en el canto agradecido de María, en la familia que Jesús reconoce como suya.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Mateo 12, 46-50

Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: "Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo".

Pero él respondió al que se lo decía: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".

XXXIII Jueves Tiempo Ordinario

Lo que conduce a la paz

Jerusalén no entendió lo que la llevaba a la paz. Y tampoco el mundo violento en el que vivimos lo entiende. La paz entre los pueblos es hija de la paz del corazón de cada uno de sus miembros. ¿Qué nos lleva a la paz del corazón? Las lecturas de hoy nos invitan a dejar que Dios nos diga lo que produce paz en nosotros.

La primera lectura presenta a un pueblo bajo presión, casi arrastrado hacia compromisos que traicionarían su misma identidad. Está desgarrado entre dos opciones. Por una parte, la seductora invitación a adaptarse, a "ser como los demás"; por otra parte, la firmeza de quienes, aun temblando en su interior, deciden permanecer fieles. Es una imagen potente la del pequeño grupo de Macabeos que abandona sus casas y sube a las montañas, como quien busca aire puro cuando todo se hace sofocante. Su decisión nos dice: hay momentos en los cuales la fidelidad cuesta. Sin embargo, es precisamente esa fidelidad la que nos protege, la que nos salva de la ilusión de una paz aparente.

El Salmo responsorial llama a la verdad interior. No es el rito, no es la apariencia religiosa la que da fuerza; es el corazón que escucha, que acoge, que responde: "Mejor ofrece a Dios tu gratitud y cumple tus promesas al Altísimo". Es como un susurro que redimensiona todo. La verdadera fuerza no está en el ruido de las batallas, sino en la sinceridad del corazón, en la capacidad de dirigirse a Dios no por obligación, sino por amor. Es como para recordarnos que la fidelidad de los macabeos no es heroísmo vacío, sino que nace de un corazón arraigado en Dios. Sin este corazón, toda resistencia sería sólo obstinación; con este corazón, en cambio, se convierte en adoración viva, en verdad.

En el evangelio, Jesús se acerca a Jerusalén y llora. No juzga desde lo alto: llora. Sus lágrimas son una imagen muy poderosa, quizás la más intensa de las tres lecturas. Las lágrimas de Cristo caen como rocío sobre una ciudad que no reconoce la paz cuando pasa junto a ella. Es la misma dinámica de los Macabeos, pero vista desde otra perspectiva: cuando se rechaza lo que da vida, cuando no se escucha la voz que llama a la verdad, se construye un futuro frágil, destinado a derrumbarse.

Las tres lecturas son un solo movimiento: la elección valiente de los Macabeos, el salmo que invita a la sinceridad y la mirada de Jesús que, con amor herido, muestra lo que sucede cuando se pierde el camino de la paz. La fidelidad de los Macabeos, la verdad del Salmo y las lágrimas de Jesús nos dicen que la paz no nace del control, ni de la apariencia, sino del retorno del corazón a Dios, de una elección renovada cada día, a menudo silenciosa, a veces sufrida, pero siempre fecunda. Es una paz que no se compra: se acoge. Es un don que se revela a quien permanece interiormente despierto, a quien se atreve a creer que la fidelidad a Dios es todavía posible y liberadora.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 19, 41-44

Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella y exclamó: "¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba".

XXXIII Martes Tiempo Ordinario

Escándalo

Zaqueo quiere ver a Jesús. Algo lo empuja a verlo. Su vida parecía plena; sin embargo, le faltaba algo. Quizás ni siquiera sabía expresar bien esa necesidad, pero intuía que Jesús podía darle una respuesta. Por eso, con un gesto casi infantil, sube a un árbol para no perder la oportunidad de verlo pasar. Zaqueo, el hombre rico y poderoso que parecía dominar todo, hace el ridículo para ver a Jesús. En su bajeza moral, siente la necesidad de buscar otra mirada, la de Cristo. Aún no lo conoce, pero espera a alguien que lo libere, que lo haga salir del fango en la que se encuentra sumido.

Jesús no se limita a saludarlo. Lo llama por su nombre y le dice. "Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa". Lo más seguro es que Zaqueo no se hubiera atrevido a invitar a Jesús a su casa. Las palabras de Jesús son una declaración de amistad. Zaqueo buscaba a Jesús porque era un mendigo de amor. Jesús buscaba a Zaqueo para hacerlo rico de lo que le faltaba. Baja del árbol, se expone, recibe a Jesús en su casa y en su vida. No se pregunta: ¿Soy capaz? ¿Mi casa estará en orden?

La vida de Zaqueo cambia: de ser un hombre replegado sobre sí mismo, se convierte en hombre abierto a los demás y alegre. Bajó del árbol para poder recibir a Jesús en su casa. No es fácil bajar de nuestro pedestal, de nuestro orgullo. Queremos estar siempre arriba, por encima de los demás.

Al entrar en la casa de Zaqueo, Jesús también se expone a la incomprensión y a las críticas. Para los santurrones es alguien que aprueba el comportamiento de un pecador o que busca obtener alguna ventaja económica. Pero Jesús va a la casa de Zaqueo, aunque esto crea escándalo. La misericordia sigue siendo un escándalo para muchos porque entra justo donde el sentido común dice que el amor no debería estar: en la miseria. La misericordia no siempre hace milagros. No es una técnica infalible sino una posibilidad inesperada que se nos ofrece.

El amor de Cristo nos precede; su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Ve la dignidad del hijo de Dios que todos tenemos, tal vez oscurecida por el pecado, pero siempre presente. Jesús y Zaqueo nos enseñan que nunca está todo perdido. Siempre podemos dar espacio al deseo de recomenzar, de reiniciar, de convertirnos. El Señor está cerca de nosotros incluso cuando estamos y nos sentimos perdidos y alejados de él.

Al recibir a Cristo, Zaqueo, el hombre de baja estatura física y moral, crece en generosidad: "Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 19, 1-10

Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús, pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: "Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa".

Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador".

Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: "Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más". Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido".

Santa Isabel de Hungría

En busca de luz

La primera lectura narra un tiempo oscuro en la vida del pueblo de Israel. El perverso rey pagano Antíoco Epifanes "ordenó que todos sus súbditos formaran un solo pueblo y abandonaran su legislación particular". Además, se "echaban al fuego los libros de la ley que encontraban". En la historia, no pocas veces y en muchas partes, incluso en la Iglesia católica, se han quemado libros por órdenes de la autoridad y se ha tratado de imponen un pensamiento único, intentando suprimir la riqueza y la alegría de la diversidad.

Cuando se oscurece el camino de la vida somos como ciegos. Intentamos sobrevivir mendigando afecto, compresión, quizás luz.

El ciego del evangelio desea encontrar a Alguien que pueda devolverle lo que la vida le ha quitado. Cuando se entera por los demás de que Jesús está cerca, anhela encontrarse con él. Es tan fuerte su deseo que grita, y aunque lo regañan y lo quieren callar sigue gritando, incluso grita más fuerte: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!". El ciego manifiesta su deseo delante de Cristo: "¿Qué quieres que haga por ti? Él le contestó: "Señor, que vea". Jesús le dijo: "Recobra la vista; tu fe te ha curado". Jesús le devuelve no sólo la vista, sino también le muestra una dirección, un camino: "El ciego recobró la vista y lo siguió".

El grito del ciego es la oración que nace del corazón. No siempre cambia inmediatamente las circunstancias externas, pero cambia a la persona que ora. Hombres y mujeres, en momentos de oscuridad y desesperación, han encontrado en la oración del corazón una luz nueva. El angustiado ha encontrado paz; el oprimido por la culpa ha recibido misericordia; el desesperado ha encontrado esperanza. La oración del corazón abre los ojos para reconocer la presencia de Dios incluso en los problemas.

Las lecturas de la misa de hoy nos invitan a encontrar la luz cuando las sombras se hacen más densas. Ambas convergen en un punto: Dios sigue iluminando, sigue dando valor a quien lo busca con un corazón sincero. Hay que gritarle a Dios nuestro deseo, nuestro deseo de plenitud, nuestro dolor; quitar las máscaras que usamos y dejar que surja el grito profundo, íntimo que tal vez nos desgarra.

Hoy recordamos a santa Isabel de Hungría, hija del rey Andrés II de Hungría y esposa de Luis IV de Turingia. Isabel ha sido una luz en el camino. Tuvo tres hijos y enviudó joven. Conoció a los franciscanos y se enamoró del camino trazado por san Francisco. Su vida austera, de caridad y de renuncia, contrastaba notablemente con el lujo y la frivolidad de la corte. Se dedicó a la oración y a las obras de caridad. Abrazó voluntariamente la pobreza y fundó un hospital en el que servía personalmente a los enfermos. Santa Isabel es la santa patrona de la Orden Franciscana Seglar, fundada por san Francisco de Asís.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 18, 35-43

Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!" Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!"

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" Él le contestó: "Señor, que vea". Jesús le dijo: "Recobra la vista; tu fe te ha curado".

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

XXXIII Domingo Tiempo Ordinario

Salvación en la tribulación

Basta navegar por las noticias para sentirse abrumado. Parece que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina. El evangelio de hoy —que habla precisamente de este tema— presenta una perspectiva actual y liberadora. Nos invita a dejar de buscar respuestas fáciles y encontrar el significado profundo de los desafíos que nos asustan. Nos ofrece perspectivas para transformar nuestra manera de estar en el mundo y ver el mundo.

Cuando escuchamos "no quedará piedra sobre piedra", pensamos en un cataclismo futuro. Pero el final no es simplemente algo que sucederá algún día: es algo que sucede todos los días. La caducidad es una característica de todas las épocas y de todo lo que vemos. Tarde o temprano todo, terminará. Entender esto no es motivo de desesperación, sino de liberación. Nos recuerda que nuestra meta no está aquí, en las cosas que construimos e idolatramos. Estamos de viaje. Por eso, la meta está más adelante. Esta conciencia nos libera del apego al presente y nos permite vivir "ligeros de equipaje".

El evangelio habla de "guerras, terremotos, hambrunas, epidemias". Podemos interpretar estas palabras como señales de que todo está a punto de derrumbarse. Cristo nos dice que "no es el fin". Si en estos eventos dramáticos optamos por él, no son el preludio de la destrucción, sino el camino de la salvación. Y no es una optimismo ingenuo. Está arraigado en la confianza de que incluso en el caos, se está realizando algo grande y maravilloso.

La expresión "ni un cabello de su cabeza perecerá" indica que nada de nosotros es insignificante para un Dios que nos ha creado y nos ama. No nacimos para la comodidad, sino para el amor. Si el propósito de nuestra vida fuera la comodidad y el placer entonces las tribulaciones y el dolor serían un error en el sistema. No tendrían ningún sentido. Pero si hemos nacido para el amor, entonces la perspectiva cambia. ¿Cómo lo sabemos? La prueba es la cruz de Cristo, la manifestación más clara, plena y contundente del amor de Dios. En ella, las pruebas adquieren un significado profundo: un matrimonio no se hace auténtico sin tribulaciones, una amistad no se hace verdadera sin perdón, un joven no llega a ser adulto sin pasar por una crisis de madurez.

En un mundo lleno de incertidumbre, la tentación es buscar soluciones fáciles, líderes, ideologías o espiritualidades que prometen un crecimiento sin esfuerzo, una vida sin cruz. Cristo nos advierte: estos atajos son trampas, ilusiones peligrosas. En el momento de la verdadera prueba, nos dejarán solos y sin herramientas para afrontarla. La fe auténtica no elimina la dificultad: nos da la fuerza para atravesarla. Buscar a Dios sin la cruz corre el riesgo de encontrar una cruz sin Dios.

La última perspectiva del evangelio abre a la esperanza. El dolor del mundo, las crisis personales y colectivas, no son la última palabra. Son como dolores de parto. Ciertamente son dolores intensos, reales, pero están destinadon a dar a luz una vida nueva. El sufrimiento es un paso, un proceso de transformación necesario para llegar a algo más grande y hermoso.

En resumen, el evangelio no propone una vida cómoda, sino algo mucho más valioso: una vida auténtica, bella y con un sentido profundo precisamente porque no es fácil. Nos prepara para vivir con elegancia y nobleza, rechazando las soluciones fáciles. Nos permite dejar de temer el fin del mundo para construir un significado que resista cualquier sacudida.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 21, 5-19

Como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: "Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido".

Entonces le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?" Él les respondió: "Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: 'Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado'. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin".

Luego les dijo: "Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.

Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.

Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida".

XXXII Viernes Tiempo Ordinario

La hora de la verdad

La Palabra de Dios nos invita, una vez más, a indagar el sentido oculto de las cosas, a reconocer en el mundo que nos rodea la presencia discreta de Dios, como decía el novelista francés Bernanos, a "descubrir la carga de revelación de lo cotidiano, la epifanía de Dios escondida en cada instante".

La primera lectura invita a descubrir al Creador en la creación. ¿Qué hay de más bello y de más santo que dejarnos fascinar por la belleza del universo? Sin embargo, la Sabiduría nos advierte sobre el peligro de detenernos, de quedarnos en la belleza de las creaturas, y no ir la Fuente de la Belleza. La belleza de las creaturas es un camino para llegar a la Belleza del Creador. Por eso me digo a mí mismo y a ustedes: contempla hoy la creación con ojos nuevos. Todo lo creado te invita a encontrar a su Creador. Para darse cuenta de esto es necesario detenerse y luego arrodillarse. El sabio no es quien más sabe, sino quien reconoce a Dios en todo y le da las gracias

En el evangelio, Jesús también invita a abrir los ojos, a estar vigilantes. Se da cuenta que, como en los días de Noé y de Lot, hombres y mujeres vivían ocupados en lo suyo, inmersos en la rutina cotidiana, sin saber que la historia estaba a punto de cambiar. Estaban absortos en satisfacer las necesidades biológicas, sociales, laborales, afectivas, olvidando las necesidades espirituales. No veían más allá. La rutina les adormecía el alma.

Nos puede pasar a nosotros. Todos los días comemos, bebemos, trabajamos y hay personas que contraen matrimonio. Comer, beber, trabajar, casarse no es malo. El peligro es vivir como si esto fuera eterno, como si el tiempo no tuviera fin. Podemos vivir tan absortos en las cosas y situaciones de este mundo hasta llegar a olvidar para qué fuimos creados, a lo que estamos destinados. Envueltos en la rutina cotidiana, nos apagamos día tras día, mes tras mes, año tras año. Sin referencia a lo eterno, todo se vuelve efímero y vacío.

Esto preocupa a Jesús. Por eso recuerda la muerte, no para despertar miedo, sino la vigilancia, para no dejarnos llevar por la indiferencia, para recordarnos que la vida es algo único y precioso. El diluvio hoy no es el agua que cubre la tierra, sino la indiferencia que cubre los corazones. El sano recuerdo de la muerte hace que cada instante de la vida sea irrepetible, que las ofensas sean perdonadas más fácilmente. Ante la posibilidad de la muerte ¿cuántos aún tendríamos el valor de mantenernos aferrados a cuestiones banales?

Cristo nos llama a prepararnos para encontrarnos con él. Viene ahí donde estamos, preparados o descuidados, tristes o alegres, optimistas o resignados. Viene en el día a día y vendrá en plenitud al final de nuestra vida terrena. Y viene a salvarnos.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 26-37

En aquellos días, Jesús dijo a sus discípulos: "Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos.

Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían, pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Pues lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, que no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, que no mire hacia atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

Yo les digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada".

Entonces, los discípulos le dijeron: "¿Dónde sucederá eso, Señor?" Y él les respondió: "Donde hay un cadáver, se juntan los buitres".

XXXII Jueves Tiempo Ordinario

"Está entre ustedes"

Cuando sentimos el vacío y el desconcierto por situaciones personales o sociales buscamos una esperanza que dé sentido a lo que estamos viviendo. Podemos llenar estos vacíos con esperanzas igualmente vacías, vanas. No faltan aquellos que presentan soluciones fáciles y rápida. Tampoco faltan quienes piden una intervención inmediata de Dios. Al parecer, esto es lo que querían los fariseos. Le preguntan a Jesús: "¿Cuándo llegará el Reino de Dios?". Esperaban que la manifestación divina estuviera acompañada de destellos de grandeza y del restablecimiento de glorias pasadas.

La respuesta del Señor los decepciona, pero para nosotros es un gran consuelo. La cuestión, según Jesús, no es el cuándo llegará sino el cómo, concretamente cómo vivir la dureza del tiempo, las situaciones de incertidumbre como las que estamos viviendo. Cristo nos invita a no refugiarnos en la nostalgia del pasado, ni a mirar horizontes lejanos que proyectan más la sombra del miedo que la luz de la esperanza. Nos invita a mirar el presente y a mirar dentro de nosotros: "No se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allá', porque el Reino de Dios ya está entre ustedes".

El reino de Dios está aquí y ahora, impregna nuestra cotidianidad. El problema es que las cosas familiares y cercanas generalmente no llaman la atención. Están allí, pero parecen invisibles, sin importancia; sin embargo, son esenciales y nos damos cuenta de su importancias sobre todo cuando faltan. Como dice el dicho: "Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido". Saber que el reino de Dios es parte de nuestra cotidianidad nos invita a volver la mirada a lo familiar y cercano.

El fragmento del libro de la Sabiduría, que escuchamos en la primera lectura, abre las puertas al misterio de Dios: "La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil y penetrante, lúcido e invulnerable, amante del bien, agudo y libre, bienhechor, amigo del hombre…". El Espíritu es un río de vida que fluye silencioso, como el aliento que anima todas las cosas. En este Espíritu, cada fragmento del mundo encuentra orden, dirección y se dirige a una plenitud. Es la presencia de Dios que sostiene la creación, incluso cuando nuestra mirada se pierde.

La Sabiduría no es una idea abstracta, sino una compañía fiel en el camino de la vida. Es la Palabra que ilumina el camino, que consuela en los momentos oscuros, que recuerda que cada paso —incluso el más incierto— tiene sentido si es guiado por la luz del Señor. El cambio ya está en marcha y comienza en nuestro corazón. No se trata de comprender todo, sino de dejarse guiar por Aquel que lo comprende todo.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 20-25

Los fariseos le preguntaron a Jesús: "¿Cuándo llegará el Reino de Dios?". Jesús les respondió: "El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allá', porque el Reino de Dios ya está entre ustedes".

Les dijo entonces a sus discípulos: "Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un solo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces les dirán: 'Está aquí' o 'Está allá', pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación".

XXXII Miércoles Tiempo Ordinario

La vida es gracia

La anotación geográfica del evangelista san Lucas, "Jesús pasó entre Samaria y Galilea", no es simplemente un detalle geográfico. La región fronteriza entre Galilea y Samaria simboliza paso; pero también encuentro, un lugar donde caen las distancias entre lo puro y lo impuro, entre el cercano y el extranjero. En esa tierra marginada, Jesús se deja encontrar.

Diez leprosos le salen al encuentro y le piden que tenga compasión de ellos. Lo hacen a una sola voz. El dolor y la enfermedad los han unido y hermanado. Es consolador saber que una situación difícil tiene, a veces, consecuencias que no podemos imaginar. Una desgracia puede ponernos al lado compañeros y amigos que tal vez nunca hubiéramos conocido.

Jesús mira a los leprosos, y con mirada comienza la curación. No hace gestos extraordinarios. Simplemente les dice: "Vayan a presentarse a los sacerdotes. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra". La curación tiene lugar en el camino, en la obediencia a la Palabra de Cristo. Así es la fe: crece cuando la usamos, cuando confiamos, incluso cuando el signo aún no se manifiesta.

Solamente uno regresó a dar gracias. Cuando nuestra oración se desvincula de cualquier necesidad para desbordarse en gestos de gratitud libres y espontáneos, nuestra fe comienza a afianzarse en la roca de la fidelidad de Dios y no en la arena frágil de nuestras necesidades. Entonces pasamos de la curación a la salvación: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado".

¿Acaso Jesús insinúa que los otro nueve leprosos no tienen fe? Los diez leprosos se pusieron en camino, demostrando que tenían fe en Jesús, en lo que les decía. No esperaron a verse curados para presentarse a los sacerdotes. Confiaron en la palabra de Jesús. Recordemos que no eran los sacerdotes quienes daban la curación, sino sólo la constatan.

Lo que hace la diferencia es la gratitud. El samaritano regresa alabando a Dios y agradeciendo a Jesús. Dar gracias, incluso por las pequeñas cosas, transforma. Abre a la confianza, al compartir y a la alegría. Es la expresión más pura de la fe, ya que nos ayuda a ver todo como un don. Vivimos en una época que fácilmente olvida el don; el individualismo y la lógica del mérito nos hacen creer que todo depende de nosotros; por el contrario, la gratitud nos recuerda que la vida es gracia. Ser agradecidos nos libera de la obsesión de poseer y nos abre a la alegría del compartir. Cambia nuestra mirada sobre el mundo. La gracia produce gratitud, la gratitud alimenta la fe y la fe nos devuelve a Dios, Fuente de todo bien.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 11-19

Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: "¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!" Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes".

Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?" Después le dijo al samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado".

XXXII Martes Tiempo Ordinario

La alegría se servir

Jesús usa una comparación muy dura para comunicar un mensaje importante: el siervo que trabaja todo el día y que cuando regresa a casa no es para descansar sino para seguir trabajando. En tiempos de Jesús existía en Israel la esclavitud, aunque más moderada que en el imperio romano. El siervo, como se entendía en el tiempo de Jesús, ya no existe en nuestras sociedades, pero sí existen muchas personas, sobre todo mujeres, que trabajan todo el día y cuando regresan a casa siguen trabajando, sirviendo a su esposo y a sus hijos.

La parábola parece decir que se puede servir de dos maneras: la primera es por interés, y en este caso, nuestro corazón se modela sobre la obtención de una ganancia; la segunda manera consiste en servir como el sirviente que hace sólo lo que se le pide, que no busca un beneficio a cambio, algo así como el relato de Tony de Mello donde el discípulo le pregunta al maestro por qué canta el pájaro. El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar. El discípulo de Cristo sirve simplemente porque su misión es servir. Así se siente realizado.

El servidor por excelencia es Jesús. Sirve con un amor gratuito e incondicional. Confía en su Padre y lo único que desea es hacer la voluntad del Padre. Y esto lo llena de alegría. Necesitamos que nuestro corazón sea moldeado según el corazón de Cristo para ser simplemente presencia del Señor en el mundo, traducir el amor recibido en gestos concretos.

Cuando hacemos las cosas en función de la recompensa que obtenemos, corremos el riesgo de perdernos en cálculos económicos, donde no hay grandes pérdidas, pero tampoco una auténtica alegría. Si empezamos a hacer las cosas sin esperar nada, tendremos una paz profunda y una libertad interior. Se respira un aire de Evangelio allí donde lo que se hace se hace por la alegría de hacerlo, lejos de la pretensión reconocimiento.

Esto no significa que no tengamos valor. Estamos hecho, como recuerda la primera lectura, a imagen y semejanza de Dios. Desde esta verdad hacemos las cosas. Por eso es precioso lo que hacemos. Sólo sirviendo sin protagonismo podemos comprender lo que dice la primera lectura: "Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos".

Etty Hillesum decía: "No es lo que hacemos lo que cuenta en la vida, sino lo que se llega a ser a través de lo que hacemos". A través de lo que hacemos podemos llegar simplemente a ser alabados y reconocidos o podemos llegar a ser ciudadanos del reino de Dios, el reino de la gratuidad, de la alegría, de la libertad, de la paz.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 7-10

Jesús dijo a sus apóstoles: "¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: 'Entra enseguida y ponte a comer'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'?

¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".

XXXII Lunes Tiempo Ordinario

La vida como espacio sagrado

En el relato del evangelio de hoy todo es desproporcionado, exagerado, ilógico, al límite de lo real y posible: imágenes, números, efectos.

Es desproporcionado lo que se debe hacer con quien escandaliza: arrojarlo al mar con una piedra de molino sujeta al cuello donde se ahogará a causa del peso de esa piedra, sin posibilidad de salvación. Es exagerada la cifra del perdón: setenta veces siete, en la simbología bíblica es el número que indica el infinito. Es desproporcionado el efecto de una fe tan pequeña como una semilla de mostaza: un árbol frondoso es arrancado de raíz y plantado en el mar.

Nuestra reacción ante tales imágenes "increíbles" es la misma de los apóstoles: asombro, impotencia, incredulidad. Por eso le decimos al Señor: "Auméntanos la fe". Aumenta en nosotros la fe, porque es demasiado grande y pesada nuestra inconsciencia hacia los "pequeños" que esperan de nosotros cuidado y pan para el camino, mientras nosotros sólo les ofrecemos piedras de tropiezo y heridas.

Auméntanos la fe, porque nuestro corazón es ciego frente a la fragilidad del hermano y de la hermana; olvida con demasiada facilidad su propia fragilidad y permanece tan esclavo del juicio condenatorio que es incapaz de liberarse y liberar del yugo del rencor, del resentimiento, del miedo.

Auméntanos la fe, porque es demasiado débil y frágil nuestra confianza en tu Palabra, que nos pide solamente vigilar nuestro corazón: "Tengan, pues, cuidado".

Desde la primera lectura entendemos que la fe es sabiduría. La sabiduría nos da la capacidad para no poner a prueba a Dios cuando las situaciones que afrontamos no se ajustan a nuestras expectativas: "Él se deja hallar por los que no dudan de él y se manifiesta a los que en él confían". Siempre está la tentación de buscar en Dios una seguridad que nos preserve de los riesgos y de los imprevistos de la vida, en lugar de permanecer abiertos y disponibles al misterio de su voluntad que, continuamente, invita a la confianza y a la esperanza.

Dice la primera lectura: "El espíritu del Señor llena toda la tierra, le da consistencia al universo". El Espíritu es capaz de llenar los huecos de las nunca fáciles relaciones interpersonales, los huecos que la vida crea en nuestra fragilidad. Es capaz de llenar estos huecos cuando dejamos que nos inspire y nos guíe.

La Sabiduría de Dios no está lejos de nosotros, no está encerrada en los cielos. Ella penetra todo, como un viento que pasa a través de todas las cosas y las vivifica. Dios conoce los secretos del corazón y no hay lugar donde su Espíritu no llegue. Por eso la vida entera se puede convertir en un espacio sagrado: cada gesto, cada palabra, cada silencio puede ser habitado por la presencia de Dios.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 1-6

Jesús dijo a sus discípulos: "No es posible evitar que existan ocasiones de pecado, pero ¡ay de aquel que las provoca! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello, que ser ocasión de pecado para la gente sencilla. Tengan, pues, cuidado.

Si tu hermano te ofende, trata de corregirlo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces al día, y siete veces viene a ti para decirte que se arrepiente, perdónalo".

Los apóstoles dijeron entonces al Señor: "Auméntanos la fe". El Señor les contestó: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería".

Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán

Templos de Dios para siempre

Si les pregunto cuál es la iglesia más importante de Roma, muy probablemente dirán que la majestuosa Basílica de San Pedro. Es una respuesta comprensible; pero, en realidad, la iglesia más importante es la basílica de san Juan de Letrán, la catedral del Papa. Fue la primera gran iglesia construida en Roma, en el siglo IV, y desde entonces se considera el centro espiritual de la Iglesia católica.

Esta verdad no es solo una curiosidad histórica. Esta basílica es el símbolo de la unidad de la Iglesia. Por eso, la fiesta de la dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán es la fiesta de la catolicidad de la Iglesia, de la riqueza de la diversidad y la belleza de la unidad en torno a Pedro, el rudo pescador llamado por Jesús a ser roca que custodia las palabras del Maestro.

El evangelio que se nos propone en esta fiesta es el relato donde Jesús expulsa a los vendedores y cambistas del templo. Quizás pensamos que los expulsa porque hacían algo malo. Sin embargo, los cambistas y vendedores de animales realizaban una función importante; estaban al servicio del culto. Era necesario comprar los animales para ofrecer en sacrificio y cambiar las monedas romanas, que llevaban la imagen del emperador, y por lo tanto eran impuras. Incluso María y José ofrecieron dos palomas cuando fueron al Templo.

El problema no era la presencia de vendedores y cambistas, sino la degradación del templo; no la degradación estructural —el Templo era grande y majestuoso— sino espiritual. El culto se había convertido en una compraventa de mercancías y de gracias. El Templo no era ya lugar donde se manifestaba la bondad del Señor, sino un espacio de poder donde eran más importantes las apariencias que la verdad y la sencillez. Siempre está la tentación de permitir que las cosas secundarias se impongan, obstruyendo el flujo de lo esencial.

"Bajo el vestido, nada" es el título de una película italiana ambientada en el mundo de la moda de la ciudad de Milán. A través de una historia de sospechas y asesinatos, denuncia un mundo de apariencias deslumbrantes que esconden negocios sucios y maldades. La película describe bien no solo la moda, sino también nuestra sociedad de hoy, las relaciones interpersonales y quizás nuestro modo de ser Iglesia. Hoy se impone la "dictadura de la imagen", en donde lo que cuenta es lucir bien, cuidar el físico y la forma de presentarse, más que la verdad de lo que somos.

Jesús realiza la purificación del Templo, aunque el relato no usa esta palabra. Y la purificación no es evento aislado, sino un estado constante de purificación. No es sólo quitar la suciedad; es, sobre todo, mantener nuestra alma libre para que de ella pueda brotar el agua viva y sanadora de la que hablaba la primera lectura.

Cristo no se dirige ahora a los vendedores del templo, sino a nosotros porque somos la casa del Padre. Puede ser una casa atiborrada de ovejas y bueyes, de palomas y dinero donde no hay espacio para el Señor. Dios quiere hacer en nosotros su casa, su morada. Si lo aceptamos, entonces nuestra alma será un cielo pequeño. No quedará piedra sobre piedra de nuestros templos ya sean pequeños o majestuosos, pero nosotros permaneceremos templos de Dios para siempre.

El evangelio de hoy nos invita a buscar lo esencial más allá de las apariencias, a no convertir nuestro corazón en un mercado, sino en un templo del cual brota una Fuente de agua viva.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Juan 2, 13-22

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre".

En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.

Después intervinieron los judíos para preguntarle: "¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?" Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré". Replicaron los judíos: "Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?"

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

XXXI Viernes Tiempo Ordinario

La astuta sabiduría

Hemos escuchado, una vez más, la parábola del administrador deshonesto que nos deja perplejos, que rompe nuestra manera lineal de pensar. Jesús nos provoca con un lenguaje desconcertante.

El administrador ha malgastado un dinero que no es suyo. Y, contra nuestras expectativas, es alabado. Ciertamente Jesús no alaba la deshonestidad. Más bien quiere que estemos atento a los signos de bien que emergen incluso en contextos imperfectos, incluso entre los deshonestos. El Evangelio no es un texto de moral; aunque por desgracia, a lo largo de la historia a veces se ha reducido a una serie de obligaciones morales. Pero el objetivo del Evangelio es más amplio: quiere abrirnos a una vida más plena.

¿Por qué el amo de la parábola no se detiene en su pérdida, sino alaba al administrador? El administrador es realista. No se justifica, no busca excusas, no busca a los que lo han denunciado, no echa la culpa a otros por el resultado de su administración. Se da cuenta de que será despedido. Entonces, reconociendo sus límites ("no tengo la fuerza para labrar la tierra, me avergüenza pedir limosna"), usa sus habilidades para crear una alternativa. Aprovechando el tiempo que le da su amo para prepararse a rendir cuentas, se dedica a moldear su futuro, a darse una esperanza. Y, justamente, nosotros estamos en ese tiempo de preparación para rendir cuentas.

El administrador se muestra capaz de manejar su vida sin dejarse paralizar por las inevitables desgracias que surgen en el camino. Se concentra en hacer amigos. Esta manera de actuar es la que alaba Jesús. Nos impulsa a pensar, a encontrar soluciones, siguiendo las indicaciones del Evangelio. Esto exige asumir responsabilidades, no desalentarse y no evadir los problemas. Nos pide usar el dinero y todo lo que somos para entrar ya desde ahora en el Reino de Dios.

El relato termina con estas palabras: "Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz". La astucia de los hijos de este mundo es una lección para los hijos de la luz. ¡Cuántas energías invertimos cada día para resolver problemas materiales, para equilibrar las cuentas, para organizar nuestra vida laboral y familiar! Usamos ingenio, planificación, estrategia... pero cuando se trata de relaciones profundas o de nuestra vida espiritual o de nuestra amistad con Dios, a menudo lo dejamos para "cuando tenga tiempo".

El sueño de no pocos creyentes es no tener nada que ver con las cosas de este mundo para poder dedicarse a las cosas de Dios. Las cosas de este mundo, de hecho, terminan ensuciándonos... y no sólo las manos. Sin embargo, Cristo afirma que la manera como nos ocupamos de las cosas de este mundo, es un criterio para gozar de las cosas del cielo. En la manera como administramos las cosas del mundo se juega nuestra pertenencia al reino de Dios.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 16, 1-8

Jesús dijo a sus discípulos: "Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: '¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador'. Entonces el administrador se puso a pensar: '¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan'.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: '¿Cuánto le debes a mi amo?' El hombre respondió: 'Cien barriles de aceite'. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta'. Luego preguntó al siguiente: Y tú, ¿cuánto debes?' Este respondió: 'Cien sacos de trigo'. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y haz otro por ochenta'.

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz".

XXXI Jueves Tiempo Ordinario

Somos del Señor

San Pablo invita a reflexionar: "¿Por qué juzgas mal a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias?". Es también lo que Jesús intenta hacer con los que se escandalizan por su actitud ante los pecadores. Cristo crea un espacio abierto, un espacio de libertad, de acogida y de compartir para los que se sienten lejanos. Para responder al escándalo, cuenta dos parábolas famosas, la oveja perdida y la moneda perdida. ¿Una oveja o una moneda son más valiosas que una persona humana?

Es difícil que entiendan el amor y la alegría quienes no experimentan amor y alegría. Quienes no tiene amor y alegría sólo tienen una lista de reglas y el dedo apuntando a los demás. No se trata de negar la Ley, sino de comprender que se trata de personas, rostros, historias. Se puede idolatrar tanto una regla hasta hacerla inhumana.

San Pablo también recuerda nuestra pertenencia al Señor y la unión profunda con él: "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor". En cualquier situación en la que estemos, somos del Señor. La posibilidad de permanecer unidos a Dios no está únicamente en los momentos en los que tenemos la impresión de llevar una vida buena y coherente. También pertenecemos a Dios y estamos unidos a Él cuando entramos en las zonas oscuras, en aquellos momentos en los que nos parece que no pertenecemos al Señor.

Jesús debió haber intuido esta duda cuando contó las dos parábolas. A través de la imagen del hombre que deja noventa y nueve ovejas para buscar a la que se le perdió, y de la mujer que revuelve la casa en medio de la noche para recuperar la moneda perdida, confirma lo que dice Pablo: somos del Señor, y nos introduce en una perspectiva que resulta difícil de imaginar y creer cuando nos falta la mirada del corazón que intuye lo que significa amar a alguien hasta el punto de estar dispuestos a dejarlo todo por él. La última nota de las parábolas es la misma: la alegría que envuelve el cielo y la tierra.

A los seres humanos nos une la fragilidad, la vulnerabilidad, pero queremos esconderlas o alejarlas de nosotros. Sin embargo, lo que escondemos, alejamos, condenamos es la ocasión por la cual el Señor viene a buscarnos. Somos la oveja y la moneda perdidas que Cristo busca. ¿Nos dejaremos buscar? ¿Nos dejaremos alcanzar? No es la oveja perdida la que encuentra al pastor, ni la moneda perdida la que encuentra a la mujer: son encontradas. Si lo entendemos, en lugar de huir correremos hacia el Señor.

Necesitamos ver las cosas y las personas como Cristo las ve. Sin la mirada de Dios nuestra vida se pierde fácilmente. Nos falta lo más importante: su amor y su alegría; no el amor y la alegría que vienen y se van, sino aquel amor y aquella alegría que nadie nos puede quitar.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 15, 1-10

S acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Este recibe a los pecadores y come con ellos".

Jesús les dijo entonces esta parábola: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: 'Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido'. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: 'Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido'. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente".

XXXI Miércoles Tiempo Ordinario

Una cuestión de amor

Jesús observa que "una gran muchedumbre caminaba con él". Entonces se vuelve a sus discípulos y les dice cuáles son la condiciones para seguirlo. El seguimiento de Cristo no consiste en una serie de reglas morales que se deben observar para complacer a Dios: "Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo". Son exigencias radicales.

Cuando meditamos en ellas quizá descubrimos que somos incapaces de vivir así. Pero no olvidemos que sólo el Señor puede hacer posible lo que nos pide. Es por su gracia que podemos amarlo verdaderamente; es por su gracia que podemos seguirlo. La fe nos recuera que Dios siempre capacita a quienes les pide algo. Es la fe en Él y no en nuestras fuerzas lo que hace la diferencia. Desde esta perspectiva, cada cosa y cada persona encuentran su lugar y su valor.

Si seguimos meditando entendemos que Jesús ciertamente nos pide una opción radical, pero no es una opción contra la familia o nuestra felicidad. Lo que el Maestro quiere es que nos preguntemos qué lugar ocupa él en nuestra vida. Poner a Cristo en el centro es garantía para salvaguardar cualquier otro amor. Optando por Jesús aprendemos un modo nuevo de vivir las relaciones interpersonales y familiares, aprendemos un camino diferente para alcanzar la felicidad. Si llegamos a amar a Dios "con todo el corazón", los más beneficiados serán las personas a las que amamos. En la Biblia, todo el corazón no quiere decir exclusividad, sino la totalidad del corazón, un corazón unificado.

A continuación, Jesús pone dos ejemplos: el que quiere construir una torre y el rey que enfrenta a otro rey con un ejército más numeroso que el suyo. La vida del discípulos es como la obra de un arquitecto visionario que calcula para proyectar y realizar una obra que sea útil y bella o como una guerra en la que ciertamente no faltan las derrotas. Podemos perder una batalla, pero no la guerra. Lo más probable es que al rey no le faltan momentos de duda y al arquitecto errores de cálculo. Por eso es importante tener una brújula segura que nos permita encontrar la orientación correcta. Esta brújula nos la ofrece san Pablo en la primera lectura: "No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo".

Cristo nos llama a construir la gran torre de la caridad y a hacerle la guerra a todo lo que se opone a la dinámica del amor. Seguir a Cristo tiene que ver con el amor, amar intensamente con un corazón libre y luminoso que vivifica, sabiendo que es él, el Maestro del amor, la fuente de nuestra vida.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 14, 25-33

Caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: "Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: 'Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar'.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo".

XXXI Martes Tiempo Ordinario

Invitados a la alegría

Escribiendo a su querida comunidad de Roma, el apóstol Pablo afirma, con cierta emoción, la diversidad de dones: "Tenemos dones diferentes, según la gracia concedida a cada uno. El que tenga el don de profecía, que lo ejerza de acuerdo con la fe; el que tenga el don del servicio, que se dedique a servir; el que enseña, que se consagre a enseñar; el que exhorta, que se entregue a exhortar. El que da, hágalo con sencillez; el que preside, presida con solicitud; el que atiende a los necesitados, hágalo con alegría".

Estamos llamados a tomar conciencia de la diversidad de dones y de nuestros propios dones, y compartirlos mutuamente para crecer juntos. Esto implica el compromiso y la pasión de integrar no solo los diversos dones, sino también las formas diferentes de estar en el mundo, para que en nuestras comunidades se pueda vivir una comunión cada vez más generosa y amplia en la que no sólo haya lugar para todos, sino también la posibilidad de reconocer la contribución de cada uno a la riqueza de la comunidad.

Jesús invita a la fiesta del reino de Dios. Hay diversidad de dones, pero el llamado a la fiesta es común. En la fiesta se comparten los dones, se comparte la presencia, la alegría, la comida. Dios nos ha pensado y nos ha creado para la alegría. Es la alegría de estar con Él para recibir de Él lo más bello que podemos imaginar. Nos ha invitado para gozar el placer de estar juntos y para compartir con nosotros su tiempo, su mesa, su alegría.

Se trata de una invitación, no de una imposición. No se puede compartir la alegría por imposición. Dios no impone, atrae. No quiere en su fiesta a gente que esté ahí por obligación. Delante de esta invitación está la posibilidad de aceptarla o rechazarla. La aceptamos cuando nos damos cuenta de que la invitación es lo que siempre hemos deseado y esperado. La rechazamos cuando no sabemos priorizar, cuando no sabemos distinguir lo que es realmente importante. Cuando no entendemos cuáles son nuestras prioridades corremos el riesgo de perdernos en cosas, quizás importantes, pero no esenciales, de vivir sin centrarnos en lo que realmente da sentido a la vida.

A pesar de nuestro rechazo, Dios sigue invitándonos. No se rinde. Se preocupa por nuestra felicidad más que nosotros. En su corazón hay lugar para todos, incluso para aquellos que creen que no están a la altura, que no son dignos. Hay un lugar incluso para los rechazados, para aquellos que juzgamos indignos.

El amor de Dios no se merece, se acoge. Y quien lo acoge, encuentra paz y la alegría.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 14, 15-24

Uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: "Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios".

Entonces Jesús le dijo: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: 'Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes'. Otro le dijo: 'Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes'. Y otro más le dijo: 'Acabo de casarme y por eso no puedo ir'.

Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el Señor se enojó y le dijo al criado: 'Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos'. Cuando regresó el criado, le dijo: 'Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar'. Entonces el amo respondió: 'Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete' ".

San Martín de Porres

La alegría de dar

Aunque Dios nos ha dado a conocer "sus secretos", el Misterio es tan grande que no se aclara nunca del todo. En la primera lectura, san Pablo afirma que la desobediencia del pueblo de Israel fue, paradójicamente, la ocasión, el motivo, para incluir a nuevos "elegidos" dentro del plan de salvación.

La exclusión de Israel, aunque providencial, no es definitiva. También él alcanzara misericordia: "Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán". El deseo de salvación de Dios para todos no se detiene. La rebeldía se convierte es una ocasión para que Dios manifieste su misericordia.

Las desconcertantes palabras de Jesús en el evangelio de hoy confirman esta desconcertante libertad con la que el Altísimo dirige su proyecto de salvación para todos: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado". No es una exhortación a excluir a los amigos y familiares de nuestra mesa. Es una invitación a ampliar cada vez más nuestro corazón para incluir a todos: "Invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos". Ir más allá de los instintos y del oportunismo que a menudo son la única brújula que orienta nuestros pasos.

El hábito de vivir según la lógica de la recompensa nos hace olvidar lo bello que es ofrecer lo que somos y lo que tenemos desde lo profundo del corazón, sin esperar nada a cambio, sólo para saborear la alegría de dar. Pasar de la economía de mercado a la economía de la gracia puede hacer de este mundo un verdadero paraíso.

Jesús, al final de esta breve parábola, anuncia una felicidad reservada a quien se atreve a salir de la esclavitud del oportunismo y entrar en el espacio de la gratuidad: "Así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos". La vida es alegre cuando somos libres para dar. Cuando damos sin esperar recibir nada a cambio es cuando, paradójicamente, recibimos una gran alegría.

De esto, san Martín de Porres, el santo que hoy recordamos, es un bello ejemplo. Su vida estuvo entregada al servicio, la sencillez y un amor desbordante y universal. A pesar de que algunos lo despreciaban por ser mulato, los testigo de su vida concuerdan en que siempre estaba contento y risueño, aunque lo insultaran. Uno de ellos dijo que "tenía siempre el rostro alegre y el corazón pacífico y sereno, dando a entender que en su alma moraba la gracia del Espíritu Santo y ésta guiaba sus acciones".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 14, 12-14

Jesús dijo al jefe de los fariseos que lo había invitado a comer: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos".

Los fieles difuntos

Nos esperan

El recuerdo de nuestros queridos difuntos es a menudo un momento ensombrecido por la tristeza. El dolor por su ausencia, el pensamiento de no poder abrazarlos más, es una experiencia profunda, un sentimiento que nos une en el recuerdo. Sin embargo, precisamente en este día, la fe cristiana nos invita a iluminar el corazón con un gran consuelo. Existe una perspectiva diferente, una buena noticia capaz de transformar el peso del pasado en un paso hacia el futuro: La muerte no es el final de la vida, sino el comienzo de un nuevo capítulo.

El instinto nos lleva a pensar en nuestros difuntos como personas que están detrás de nosotros, sepultadas en el pasado y en la memoria. La fe cristiana invierte esta imagen: los difuntos no están en nuestro pasado, detrás de nosotros, sino delante de nosotros, en nuestro futuro. Han dado un salto adelante. En esta visión, la muerte deja de ser un muro infranqueable y se convierte en una puerta que se cruza para alcanzar la meta, para alcanzar el objetivo último de la existencia: la plenitud de la vida.

Este cambio de perspectiva transforma la experiencia de pérdida. En lugar de mirar hacia atrás con nostalgia y dolor, estamos invitados a mirar hacia adelante con esperanza. No hemos perdido a alguien en el camino, más bien tenemos a alguien que nos espera en la línea de meta. El recuerdo se convierte en espera, y la separación se transforma en la promesa de un reencuentro. La conmemoración de los fieles difuntos no es una celebración triste, sino la proclamación gozosa de la fe en la resurrección.

Si la esperanza en la vida eterna se basara en nosotros mismos, estaríamos perdido. La experiencia diaria nos muestra lo frágiles y vulnerables que somos. Nuestra vida puede romperse en un instante. ¿Cómo podemos superar el límite definitivo de la muerte? Sin embargo, la esperanza cristiana no se basa en nosotros, sino en el Otro, en nuestra experiencia del Dios de la Vida. Nuestra confianza no está en nuestras capacidades o méritos, sino en el poder de Dios. Su fuerza, no la nuestra, es la garantía de la resurrección.

Dios nos ha creado y no apuesta a perder. Su plan es un plan de éxito, fundamentado en su misma naturaleza de Padre. La paternidad de Dios no es un título abstracto, sino la capacidad de darnos vida y hacernos vivir. No nos ha llamado a la existencia para vernos fracasar, sino para llevarla a su cumplimiento. Este amor omnipotente tiene, paradójicamente, un límite: nuestra libertad. Dios no impone, propone. Ante su oferta de vida eterna, podemos decir "sí" o "no". Sin esta posibilidad de elección, no existiría el amor. Comprender esto disuelve la desesperación ante la muerte. No somos creaturas destinadas a la nada, sino hijos amados por un Padre que nos lleva en sus manos y no deja caer lo que le importa, lo que es suyo[BM1] .

Recordar a los difuntos puede convertirse en una fiesta. Si, como hemos dicho, nuestros seres queridos nos esperan, si nuestra esperanza está basada en la omnipotencia de Dios, si Él nos ha lanzado a la vida, tenemos un mirador maravillosos para mirar el final de la vida terrena. Desde este mirador podemos levantar la mirada del dolor del presente para fijarla en la promesa del futuro. Si la muerte no es un muro que detiene la vida, sino la puerta hacia la consumación, ¿cómo cambia hoy la forma en que vivimos y el recuerdo de quien hemos amado?

Si hemos entendido bien, cuidaremos nuestra vida y la vida de los demás porque, como nos ha recordado la segunda lectura: "Estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Juan 6, 51-58

Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida".

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.

Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para siempre".

XXX Viernes Tiempo Ordinario

Más allá de lo legislado

La pregunta que Jesús dirige a los escribas y fariseos sobre si está permitido curar en sábado, pone al descubierto el carácter parcial y relativo de la ley, capaz de establecer límites para contener el mal, pero incapaz de alentar la práctica del bien y las exigencias del amor. Y esto último es lo más importante. De hecho, para contrarrestar el mal hay que hacer todo el bien que podamos.

Necesitamos entrar gradualmente, de la mano de Cristo, en su lógica de gratuidad, expresada en gestos, palabras y silencios que se realizan no porque se deban hacer, sino simplemente porque queremos hacerlo. Tal es el gesto de atención y curación que Jesús ofrece al hombre que sufre: "Tocó con la mano al enfermo, lo curó y le dijo que se fuera". El Señor realiza este gesto con gran naturalidad. Invita a pensar a quienes siguen enredados en las mallas de lo lícito y lo ilícito. Si una vida está en peligro, si hay alguien que sufre, no podemos escondernos detrás de las reglas. La conversión que busca en los escribas y fariseos —y en nosotros— comienza con el cambio en la manera de pensar.

Cristo nos sitúa ante la vida de un ser humano y la vida de un buey o un burro, y nos pregunta: ¿qué valor damos a estas vidas cuando "caen en el pozo"? "Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?". La ley sabática había sido dada para que el pueblo no olvidara ser humano. Es una contradicción que en nombre de una ley que sirve para recordarnos que somos humanos, seamos tan inhumanos que no nos demos cuenta del dolor de alguien. Para Jesús, el corazón de la ley es "el cuidado", "la curación", "restaurar la vida". Ser discípulos de Cristo implica permitir que el Espíritu nos lleve, cuando sea necesario, más allá de lo legislado para hacer de nuestra vida un don y una entrega, sin quedarnos atrapados en la obsesión de evitar el mal y no hacer el bien.

El Evangelio es un camino de humanización y de divinización. Jesús nos da la posibilidad de participar en la vida divina. Ser humano significa recuperar la imagen y semejanza de Dios impresa en nosotros. Cuando dejamos de ser humanos contradecimos esa imagen de Dios. Por eso el Evangelio es una llamada a no perder nuestra humanidad, especialmente cuando la perdemos en nombre de la religión.

Cristo nos invita a mirar dentro de nosotros y descubrir una ley que está más allá de toda ley: la compasión que nos acerca, nos hace humanos, creativos, similares a Dios que siempre que ve a sus hijos "caídos en el pozo" quiere sacarlos. Santa María Mazzarello, cofundadora, junto a Don Bosco, del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, decía: "Hagan con libertad todo lo que demanda la caridad".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 14, 1-6

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Había allí, frente a él, un enfermo de hidropesía, y Jesús, dirigiéndose a los escribas y fariseos, les preguntó: "¿Está permitido curar en sábado o no?".

Ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tocó con la mano al enfermo, lo curó y le dijo que se fuera. Y dirigiéndose a ellos les preguntó: "Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?" Y ellos no supieron qué contestarle.

XXX Jueves Tiempo Ordinario

El amor materno de Dios

San Pablo hace, en la primera lectura, una pregunta crucial para un cristiano: "¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo?". La pregunta es una oportunidad para verificar cuáles son nuestros sentimientos en la relación que llevamos con el Señor. La pregunta pide una respuesta personal.

Escapar del amor es uno de los misterios más difíciles de entender, tanto que parece no sólo extraño sino también antinatural. Jesús se detiene ante Jerusalén, llora y exclama: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no has querido!". Misterio insondable del corazón humano, que no acepta ser protegido como un pollito y prefiere reñir en el gallinero. Jerusalén ya no es una madre que cuida a sus hijos, sino los asesina; ya no es un nido seguro, sino una ciudad confusa plasmada en la imagen de una camada de pollitos que gritan y pelean unos contra otros desesperados, como si pudieran salvarse solos, como si la gallina no existiera.

La imagen que Jesús ofrece de sí mismo —la de una gallina que reúne a sus polluelos— es muy bella y conmovedora. Es la imagen de la ternura divina, que no deja de proteger. El amor materno de Dios es tan fuerte que lo hace débil y tan grande que nos parece una necedad. La decisión de Jesús no está inspirada por el miedo, sino por un amor fiel hasta el final: "Vayan a decirle a ese zorro que… no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén". Jesús no se deja paralizar por "el zorro", por el miedo, la amenaza. Unidos a Cristo podemos hacer a un lado el temor a los "zorros" de este mundo y continuar nuestro camino.

La respuesta de Pablo a la pregunta sobre quién podrá apartarnos del amor de Cristo es inspiradora. El apóstol responde desde su propia experiencia. Como él lo dice, su vida ha estado atravesada por tribulaciones, angustias, persecuciones, hambre, toda clase de peligros. Sin embargo, nada ha sido capaz de apartarlo del amor de Cristo. El amor de Dios no es un sentimiento pasajero. Es una presencia inquebrantable, más fuerte que la muerte, más estable que toda certeza humana.

Como Pablo, podemos transformar el sufrimiento viviendo en comunión con Cristo crucificado que nos lleva a la gloria de la resurrección. El amor transfigura la prueba. La vida en Cristo es un continuo confiar —incluso en la oscuridad— en ese amor que no traiciona. Todo puede derrumbarse, pero el amor de Dios permanece.

Ojalá que como san Pablo, podamos decir de todo corazón: "Nada podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 13, 31-35

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron: "Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte".

Él les contestó: "Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra. Sin embargo, hoy, mañana y pasado mañana tengo que seguir mi camino, porque no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas y apedreas a los profetas que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no has querido!

Así pues, la casa de ustedes quedará abandonada. Yo les digo que no me volverán a ver hasta el día en que digan: '¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!'."

XXX Miércoles Tiempo Ordinario

Salvados

San Pablo narra, en la primera lectura, su experiencia de oración: "El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras". Orar es un algo simple, casi elemental. Es el balbuceo de los niños pequeños que levantan al cielo la esperanza que anida en su corazón. Por supuesto, es agotador perseverar.

Pero la verdadera dificultad de la oración es entender cuáles son las cosas que debemos pedir y las preguntas que debemos hacer. No son aquellas cosas y preguntas con los que tratamos de tranquilizarnos, cultivando la ilusión de que las tormentas de la vida no forman parte de nuestro destino. Por el contrario, Pablo está convencido de que no existen situaciones en las cuales Dios esté ausente: "Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios". Todo contribuye a nuestro bien. Lo único que se nos pide es amar a Dios. Nuestra vida está en sus manos. El Señor construye continuamente caminos de salvación.

Por eso es inútil hacernos preguntas con las cuales damos voz al miedo, como la pregunta que alguien le hizo a Jesús: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". La pregunta pone de manifiesto la facilidad con que nos aferramos a las costumbres religiosas y a la lógica de mérito, en lugar de abandonarnos confiadamente en las manos del Señor.

El deseo de Dios es salvarnos. Dios anhela nuestra salvación. Lo atestigua el Espíritu que ora en nosotros. Hay que escuchar los "gemidos del Espíritu" que grita en nosotros con más fuerza que todos los miedo. Cuando lo escuchamos empezamos a entender que el amor de Dios ha decidido escribir nuestro nombre en el registro de los salvados y que la salvación no es sólo una promesa futura sino una realidad que toca nuestro presente, una experiencia que abarca toda la vida, que habla al corazón de cada día.

Cuando escuchamos al Espíritu de Dios también abandonamos la idea de que podemos salvarnos con nuestro esfuerzo. Es imposible que nosotros nos salvemos. Somos salvador por el amor gratuito del Padre. En realidad, ya hemos sido salvados. Nos han sido dadas "las arras del Espíritu" para saborear ya la salvación futura. Lo que tenemos que hacer es permanecer en la salvación.

Delante de nosotros hay muchas puertas. Cristo nos invita a entrar por "la puerta angosta" que conduce a la salvación, la puerta del amor auténtico, del amor que no rehúye el sacrificio, del amor que nos hace crecer, del amor que nos hace felices, del amor de Cristo.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 13, 22-30

Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?" Jesús le respondió: "Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Pero él les responderá: 'No sé quiénes son ustedes'. Entonces le dirán con insistencia: 'Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas'. Pero él replicará: 'Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal'. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos".

Santos Simón y Judas, apóstoles

Signos de esperanza y consuelo

Jesús sube al monte a orar. Necesita tiempo para estar con él mismo y con su Padre. Cuando baje del monte a la mañana siguiente, elegirá los doce colaboradores más inmediatos que lo acompañarán en los años siguientes y vivirán en estrecha relación con él.

En los momentos complejos, antes de una decisión importante, se necesita tiempo para entender a dónde queremos ir y que decisiones tomar. En el frenesí de nuestros días, a menudo nos olvidamos de detenernos. Sin embargo, es precisamente ese detenerse lo que nos permite volver a estar en contacto con nosotros mismos, con lo que realmente deseamos, y elegir de manera consciente. Está en juego la calidad de nuestra vida.

En la oración nos miramos con los ojos del Padre del cielo. Y cuando nos sabemos amados podemos elegir el camino que lleva a la vida. A veces pensamos que orar es perder tiempo, huir de la realidad. En realidad, quien ora no pierde tiempo, lo transforma; quien ora no huye de la realidad, entra en ella con una mirada nueva para transformarla.

Hoy recordamos a dos de los apóstoles que Jesús eligió, Simón y Judas. Además de estar un poco opacados por los homónimos más conocidos del círculo de los Doce (Simón Pedro y Judas Iscariote), no tenemos muchas noticias sobre ellos. Estos dos apóstoles están como en la periferia del colegio apostólico. Sus nombres aparecen al final de la lista, solamente antes de Judas el traidor. Quizás porque son apóstoles de segunda fila son tan populares en algunas regiones del mundo.

Simón era apodado "Zelote". Había pertenecido a un grupo político judío radical que buscaba la independencia de Israel del dominio romano. Zelote quiere decir "celoso", indica un tipo ardiente y apasionado. Cuando conoció a Cristo, Simón trasformó su fervor político en fervor y compromiso espiritual.

Su compañero Judas Tadeo escribió una breve carta. A través de ella podemos conocer el corazón de este apóstol. Estaba acostumbrado a estar en segundo plano, pero sabía poner siempre en primer plano la salvación de Dios. Es un santo muy popular en varias partes del mundo. Se le considera el patrono de las causas difíciles y desesperadas. Acuden a él muchos que buscan su intercesión ante problemas que parecen imposibles de resolver, como conseguir empleo, superar enfermedades o problemas personales graves. Se le considera un amigo en tiempos de necesidad, un símbolo de esperanza y consuelo para los más necesitados y desesperados, ofreciendo una camino para encontrar soluciones.

Pidamos a los santos Simón y Judas que nos ayuden a aprender a estar serenamente en nuestro lugar de discípulos, acogiendo el don de no ser ni los primeros ni los últimos, pero sabiendo, como dice la primera lectura, que somos "conciudadanos de los santos y pertenecemos a la familia de Dios".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 6, 12-19

Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Al bajar del monte con sus discípulos y sus apóstoles, se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón. Habían venido a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

XXX Lunes Tiempo Ordinario

Escuchar el gemido silencioso

Estaba encorvada desde hacía dieciocho años. Así describe san Lucas a la mujer. No se trata sólo de una enfermedad física, sino de una condición existencial. Su espalda doblada hacia el suelo es la imagen de quien no puede mirar hacia arriba, de quien está oprimido, aplastado por un peso que no puede levantar. Una condición dura que, sin embargo, no la disuadía de ir a la sinagoga, no la distraía de participar en la oración y el culto.

Jesús percibe el gemido silencioso en aquel cuerpo enfermo. Su compasión le permite ignorar las circunstancias legales que impedían realizar cualquier actividad laboral en sábado. Y la sana.

Hasta aquí, estaríamos ante un relato que nos anima a no resignarnos nunca, a esperar la liberación. Lucas, sin embargo, quiere transmitir algo más. Hace entrar en escena al jefe de la sinagoga, un hombre que en la jerarquía religiosa ocupaba un lugar preeminente, que podía presumir su piedad y el cuidado del decoro del culto religioso. Este hombre se indigna por la liberación de la mujer. Representa la tendencia a replegarnos sobre nuestra piedad y la belleza de la liturgia. El riesgo al que está expuesta la práctica religiosa es prestar más atención al error que al dolor, llegar a ser más sensibles a las imperfecciones que al sufrimiento. Cuando esto sucede, perdemos la capacidad de reconocer el bien que se manifiesta en la vida cotidiana y nos limitamos a denunciar las violaciones a las reglas.

La liberación de la mujer encorvada también nos invita a ver las cosas desde otra perspectiva. Estamos acostumbrados a pensar que nosotros buscamos a Dios. Saber que es Dios el que nos busca, es algo que nos desconcierta. Podemos decir que la oración comienza con Dios que se dirige a nosotros. Podemos perder la capacidad de orar, de desear, de esperar; pero Dios siempre viene a buscarnos allí donde estamos. En la primera lectura san Pablo dice: "No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios". Nunca debemos olvidar que la oración no es en primer lugar una obra nuestra, sino obra del Espíritu que ora en nosotros y nos impulsa a decirle a Dios: "Padre".

Desde las palabras de san Pablo, podemos ver que la reacción indignada del jefe de la sinagoga está guiada por el mismo "espíritu de esclavos" que mantenía a la mujer encorvada. Solo si nos dejamos guiar por el Espíritu de Dios podemos dejar de ser esclavos de nuestros prejuicios y mirar a las personas como las mira Cristo. En la mirada de Cristo veremos que cada persona que está a nuestro alrededor tiene su propio dolor, su propio vacío y su hambre. Cada una es una palabra que Dios ha pronunciado llamándola a la existencia.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 13, 10-17

Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga. Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. Estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiera hecho una curación en sábado, le dijo a la gente: "Hay seis días de la semana en que se puede trabajar; vengan, pues, durante esos días a que los curen y no en el sábado".
Entonces el Señor dijo: "¡Hipócritas!" ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?". Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente se alegraba de todas las maravillas que él hacía.

XXX Domingo Tiempo Ordinario

Navegando entre dos riveras

Si queremos saber cómo somos, pongamos atención a nuestra manera de orar. La forma en que oramos dice mucho de nosotros.

El fariseo de la parábola era devoto y buen ciudadano. Pagaba puntualmente los diezmos, incluso más de lo estipulado por la ley, y ayunaba el doble de lo ordenado. El publicano, en cambio, era un transgresor público de la ley. Era una personas corrupta, injusta y sumamente antipática. Podemos imaginar el shock de los oyentes de Jesús: el hombre despreciado y corrupto es escuchado por Dios; el hombre piadoso y respetado es ignorado. ¿Por qué?

El fariseo ora cerca del altar. Comienza bien la oración, dando gracias; pero luego se equivoca en todo. Se la pasa levantando un monumento a sí mismo. Desprecia a los demás: "yo no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros". Yo soy mucho mejor. En el centro está su ego: "yo soy, yo hago". Cuando ponemos el yo en el centro, ninguna relación funciona. Ni en la pareja, ni con los hijos, ni en comunidad, y mucho menos con Dios. El fariseo no quiere cambiar. Él está bien. Los demás son los que están equivocados.

El publicano ora lejos del altar. Sin embargo, Dios está cerca de él. Está avergonzado. No levanta la mirada. No habla mucho. Simplemente se golpea el pecho y dice: "Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador". Con esas palabras manifiesta todo lo que no dice: "Soy una persona mala, pero me gustaría ser diferente. Ten piedad y ayúdame". La oración lo trasformó. Regresó a su casa perdonado porque se abrió a Dios como una ventana se abre al sol, como la vela de un barco se deja llevar por el viento. Dios irrumpe y entra cuando se rompen las defensas del "yo".

Probablemente no nos sentimos tan descaradamente justos como el fariseo, pero tampoco tan terriblemente pecadores como el publicano. Estamos en medio. En este océano abierto entre dos riberas opuestas navegamos como podemos; a veces empujados hacia una orilla, a veces hacia la otra.

Quizás la presunción de ser justos nos habita. No somos como los que cometen feminicidios, como los que roban, como los que contaminan, como los que están demasiado obsesionados con el dinero, como los que rechazan a los migrantes… en pocas palabras, no somos como los demás. En nuestro interior nos decimos que, si todos fueran como nosotros, no habría guerras, disminuiría el odio, habría más justicia. Creemos que nuestra manera de ver a Dios es la correcta. Defendemos nuestra propia espiritualidad. Nos mantenemos en la creencia de estar del lado justo y despreciamos a quien no piensa como nosotros. Tal vez no somos tan exagerados como el fariseo de la parábola, pero vivimos en la mediocridad espiritual, en la apariencia, en lo políticamente correcto. Esto se convierte en un obstáculo para avanzar.

No creo que esto sea siempre una maldad. Al parecer, es casi inevitable en un mundo competitivo buscar un lugar seguro. Pero sería bueno encontrar el valor de decirnos —al menos a nosotros mismos— que lo que hacemos no lo hacemos porque somos muy buenos, sino por nuestro miedo a estar solos o por nuestro narcisismo.

Pero a veces sucede que las apariencias se derrumban, que un acontecimiento, un error, pone al descubierto lo que realmente somos. Duele. Pero es el paso a la verdadera libertad. Si en ese derrumbe experimentamos al Dios infinitamente misericordioso, sin duda agradeceremos haber descubierto nuestras miserias.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 18, 9-14

Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: "Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador'. Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".

San Rafael Guízar y Valencia

El buen pastor

La relación entre el pastor y sus ovejas está hecha de confianza y confidencias. Crece día a día. El conocimiento es mutuo. Cuanto más conocemos a Cristo, más fácil nos resulta reconocerlo en la vida cotidiana, escucharlo.

Es un hecho que no se puede amar sin conocer. El conocimiento que caracteriza la relación Jesús no es un puro ejercicio de la mente que piensa, sino una experiencia del corazón. Cristo siente con nosotros, sueña con nosotros, colabora con nosotros, se dona a nosotros. Nos conoce. Conoce nuestros miedos y deseos, nuestros impulsos y nuestras pobrezas. Nos ama y da su vida por nosotros. Nos acompaña y sabe cuándo darnos una sacudida, cuando es necesario desacelerar el ritmo o detenerse para recuperar las fuerzas. Nos acompaña en los momentos fatigosos y en los momentos maravillosos. Y cuando nos perdemos sale a buscarnos.

También nos invita a discernir si nuestros pastores son "asalariados". Hay pastores que son más bien mercenarios. El mercenario está vestido como pastor, pero no lo es, porque se limita a desempeñar un papel sin involucrarse realmente con el rebaño. No se siente parte del rebaño. Está por encima del rebaño. Es simplemente un funcionario de "cosas sagradas", ritos, doctrinas y leyes religiosas. No le importa el destino de las ovejas. Está con las ovejas solo por su propio interés. Las ovejas son el objeto de su comercio. Le interesa sacar provecho de las ovejas. Precisamente por eso, cuando llegan las dificultades, el asalariado huye, porque sólo le importa salvar su vida. No está dispuesto al sacrificio.

¿Nos dejamos guiar por el buen pastor o preferimos seguir a los mercenarios, a la lógica del poder y de la apariencia? ¿La Palabra de Jesús es realmente una brújula que orienta nuestras decisiones y nuestros deberes?

Hoy celebramos en México a san Rafael Guízar y Valencia. Perseguido a muerte, vivió durante varios años sin domicilio fijo, pasando toda clase de privaciones y peligros. Para poder atender a sus ovejas, se disfrazaba de músico, de médico homeópata, de vendedor de baratijas. De esta manera podía acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos, asistir a los moribundos.

Sin embargo, acosado por sus enemigos, tuvo que huir de México. Estuvo en el sur de Estados Unidos, Guatemala, Nicaragua, Colombia y Cuba donde fue un misionero incasable. Cuando regresó a México como obispo de Veracruz, visitó el vasto territorio de la diócesis, evangelizando, administrado el sacramento de la reconciliación, ayudando a los necesitados. Murió en la pobreza aquejado por muchos males, pero colmado de riquezas espirituales. Su pueblo le lloró. Los pobres le decían: "¡No te vayas padrecito!". San Rafael Guízar y Valencia fue un pastor según el corazón de Cristo el Buen Pastor.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Juan 10, 11-16

Jesús dijo a los fariseos: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor".

XXIX Jueves Tiempo Ordinario

"He venido a traer fuego"

El evangelio revela la pasión que arde en corazón de Cristo. Su palabra es incandescente. No tiene nada que ver con la mediocridad que caracteriza nuestras jornadas: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!". Es un fuego que destruye el mal, que purifica, que ilumina y calienta el alma. Es el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor, de la verdad. Es el fuego que transforma la vida, quema la indiferencia, separa la luz de las sombras, el bien del mal, la vida de la muerte. Es el amor de Dios que arde sin consumirse y enciende la pasión por vivir.

Pero nosotros, con frecuencia, preferimos una fe tibia, tranquila, que no perturba. Una fe que no cambia nada. ¿Hay fuego en mi fe? ¿Hay pasión y deseo? ¿O todo está apagado, rutinario, sin vida? Jesús nos repite: "¡Cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!". En el fondo, nuestro corazón también lo desea, porque una vida plena es la única que vale la pena vivir.

El fuego del que habla Cristo es el misterio del amor, el sufrimiento y la gloria en el que ya estamos inmersos. Tenemos miedo al dolor y nos aterra afrontarlo porque nos falta el sentido para vivirlo y la esperanza que nos permite atravesarlo. Por eso usamos todos los medios para alejar el sufrimiento y ocultar la muerte. Pero Jesús no retrocede. Va a su encuentro consciente de que ha recibido la misión de traer el fuego a la tierra. El bautismo al que se refiere no es un rito sino su inmersión en la humanidad sumida en la oscuridad, el odio, la violencia, la muerte, privada de la vida verdadera.

Jesús experimentó angustia ante el dolor y la muerte, pero los afrontó consciente de haber recibido la misión de hacer que arda el fuego del amor de Dios en el corazón humano. El fuego de Jesús distingue, divide, separa el verdadero del falso amor. En la cruz se revela el verdadero amor. La cruz revela que, cuando todo termina, el amor de Dios queda para siempre.

De aquí brota la verdadera paz, muy diferente de la paz impuesta por la fuerza y el chantaje. Cristo es nuestra paz porque en la cruz nos ha reconciliado con el Padre. Por eso, los cristianos no somos jueces de paz que arreglan conflictos, sino pacificadores que toman su cruz y caminan detrás de Jesús.

Hace algunos días, el Papa León se encontró con el presidente italiano Sergio Mattarella. El presidente dijo: "Quisiera reafirmar que la paz verdadera, duradera, reside en el alma de los pueblos. De lo contrario, bajo las cenizas del fin de la violencia brota el rencor, listo para estallar de nuevo en la primera ocasión que pueda ser explotado, para darse cuenta entonces que el final de la violencia se transforma, por desgracia, en un paréntesis entre dos explosiones".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 12, 49-53

Jesús dijo a sus discípulos: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".

XXIX Miércoles Tiempo Ordinario

Estar preparados

El Señor Jesús compara su venida con la de un ladrón que, en medio de la noche, se introduce en la casa para robar: "Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa". Inquieta la imagen de Cristo como un ladrón que llega en la noche. Sé bien que Dios no es ladrón de vida. Sólo pensarlo me parece una blasfemia.

Con esta imagen Cristo quiere recordarnos el final de nuestra vida. Sus palabras pueden causar más ansiedad que alegría. Sin embargo, Jesús no quieren asustar, sino despertar. El fin de nuestra vida llega como un ladrón. Y los ladrones juegan mucho con el efecto sorpresa. No avisan cuándo llegarán. Si bien no podemos predecir su llegada, podemos prepararnos para cuando lleguen.

Ciertamente vendrá. Es más, ya viene, a la hora que no imaginamos, es decir, ahora mismo, y nos sorprende allí donde no lo esperábamos, en el abrazo de un amigo, en un niño que nace, en una iluminación repentina, en una alegría que nos atrapa y no sabemos por qué. Es un ladrón muy extraño. Viene no para robar la vida, sino para intensificarla.

Vendrá al final de nuestra vida. Cuando somos conscientes de lo que significa el final de la vida, viene la alegría. Como escribió el pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, considerado mártir de la fe: "Puede ser que mañana sea el último día: entonces, no antes, interrumpimos gustosamente el trabajo para un futuro mejor". Lo mejor viene cuando viene el último día. De hecho, antes de que los nazis lo asesinaran dijo: "Este es el fin; para mí el principio de la vida".

Las palabras de Cristo son una invitación a la responsabilidad, a valorar nuestra vida, a tomarla en serio. Cada momento puede ser el último momento de la vida. Y si es así entonces debemos evitar lo que nos distrae de vivir bien, elegir cosas que valgan la pena, relativizar tantas cuestiones que a veces no son más que ídolos que bloquean nuestro camino.

Si supiéramos que este podría ser el último día de nuestra vida sin duda pondríamos los rostros de las personas antes de las cosas por hacer. Llamaríamos a quien amamos, no pospondríamos un abrazo, haríamos las paces con las personas con las cuales hemos peleado.

Cristo invita a la fidelidad y la prudencia. La fidelidad y la prudencia consisten en mantener la conciencia de que esta vida es un don, no una posesión. Recordar que tenemos que morir nos hace vivir en la dimensión correcta. Estar despiertos significa reconocer que cada momento es precioso, cada encuentro puede convertirse en una ocasión de gracia.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 12, 39-48

Jesús dijo a sus discípulos: "Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre". Entonces Pedro le preguntó a Jesús: "¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?" El Señor le respondió: "Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso ese siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si ese siervo piensa: 'Mi amo tardará en llegar' y empieza a maltratar a los otros siervos y siervas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte de los desleales. El siervo que conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le da, se le exigirá mucho; y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más".

XXIX Martes Tiempo Ordinario

La espera gozosa

Las esperas a veces son odiosas, agotadoras, nos consumen y nos desgastan, especialmente cuando tienen que responder dudas o preguntas pendientes en nuestro corazón. Las esperas pueden ser incluso estresantes, porque acaban las reservas de paciencia con las que logramos salir adelante y afrontar los imprevistos de la vida. Sin embargo, Jesús usa la metáfora de personas que esperan para describir la actitud que sus discípulos deben asumir: "Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque".

En realidad, el verdadero problema de la espera no es su tardanza, sino la forma en que la vivimos. Por ejemplo, el libro del Génesis narra que cuando Labán pide a Jacob que espere y trabaje para él siete años antes de casarse con Raquel, esos días "le parecieron pocos. Tanto era su amor por ella". La espera es penosa y pesada cuando no está llena de bellos recuerdos de lo vivido y de esperanza por lo que aún podemos vivir.

Por desgracia, puede ser que nuestros días fluyen llenos de compromisos, pero vacíos de deseo. Nos mantenemos ocupados y dispersos en muchas cosas, pero con el corazón apagado, como si nada realmente bella pudiera suceder. Si recordáramos quién es Dios y quiénes somos nosotros para Él, cuántos signos de su amor hemos recibido, tal vez los momentos de espera podrían convertirse en nuestros aliados y no en molestos paréntesis en la carrera hacia la felicidad.

Asombra el señor de la parábola que vuelve de la fiesta de bodas, a la cual los criados no han sido invitados, y se muestra muy contento porque lo están esperando en la noche. Su alegría es tan grande que lo impulsa a organizar una fiesta para ellos en la que se muestra, sorpresivamente, como un sirviente más entre amigos sirvientes. En la intimidad de su casa continua la fiesta. ¿Quién podría dormir en una noche como esta?

La parábola nos invita a redescubrir nuestra identidad de criados que tienen como señor a uno que nos sienta en su mesa y nos sirve para compartir con nosotros su alegría. Esta novedad cambia la vida. La parábola nos permite comprender mejor el mensaje que nos transmite el apóstol Pablo en la primera lectura: "Pues si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios".

Que estemos alerta para reconocer en el silencio de la noche el paso de un Dios que viene a invitarnos a su fiesta, a servirnos y salvarnos. Lo mejor está aún por venir.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 12, 35-38

Jesús dijo a sus discípulos: "Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos".

XXIX Lunes Tiempo Ordinario

Lo que permanece

El evangelio narra una situación —por desgracia muy frecuente— que se presenta cuando hay que repartir la herencia de un difunto. Casi sin saberlo, uno se encuentra peleando, discutiendo agriamente con las personas que antes eran queridas y cercanas. De repente nos encontramos apegados al dinero y a los bienes de este mundo de una manera exagerada. Generalmente, la riqueza material lleva a dividir más que compartir. El Señor Jesús aprovecha la ocasión para advertirnos de ese ídolo seductor: "La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea".

La enseñanza es clara: lo que somos no depende de lo que tenemos. Por lo tanto, no debemos obsesionarnos por estar verificado si nuestra riqueza está creciendo. Tenemos que defendernos del deseo enfermizo de tener cada vez más de lo que puede mantener y alegrar nuestra vida para no caer en la ridícula situación de aquel hombre que después de tantos esfuerzos por acumular cada vez más, descubre que se ha esforzado en vano: "¡Insensato! Esta misma noche vas a morir". Cristo lo llama "insensato" porque no hizo bien las cuentas. Ciertamente contó muy bien la magnitud de sus riquezas, pero no midió bien la caducidad del tiempo y el destino final de esos bienes. Pensó en una felicidad pasajera y se olvidó de la eterna. En realidad, este hombre ya estaba muerto. Las palabras que le dirige el Señor no son un castigo, sino la constatación de una verdad.

Jesús no es clasista ni condena la riqueza fruto del trabajo honesto; pero advierte: la riqueza es engañosa porque promete lo que realmente no puede dar. Cristo nos orienta a los bienes duraderos, aquellos que no solo nos sostienen y alegran, sino que permanecen para siempre. Es la experiencia de Abraham que el apóstol Pablo asume como ejemplo de quien ha tenido la sabiduría de acumular lo que vale ante Dios: "Ante la firme promesa de Dios no dudó ni tuvo desconfianza, antes bien su fe se fortaleció y dio con ello gloria a Dios, convencido de que él es poderoso para cumplir lo que promete".

Tal vez los pleitos y las preocupaciones inútiles encuentran terreno fértil cuando perdemos el recuerdo y la conciencia de las promesas de Dios, aunque su cumplimiento no coincide siempre con nuestras previsiones. Cuando creemos en las promesas de Dios podemos valor las cosas, las fugaces y las eternas. Recordar que nuestro nombre está escrito en las páginas del plan divino es principio de sabiduría y raíz de verdadera libertad.

Pidámosle al Señor que la obsesión por acumular no nos impida contemplar y saborear la vida. Como decía Epicuro, filósofo de la Grecia antigua, ante la obsesión por acumular posesiones: "No lo que tenemos sino lo que saboreamos constituye nuestra abundancia".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 12, 13-21

Hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". Pero Jesús le contestó: "Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?"

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: "Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea". Después les propuso esta parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: '¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida'. Pero Dios le dijo: '¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?' Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios".

XXIX Domingo Tiempo Ordinario

Orar y luchar

Moisés ora con las manos levantadas hacia lo alto mientras Josué lucha. Es una bella imagen de la oración. Rezar y luchar. No podemos separar la oración de la vida. Hay que luchar confiando en Dios. Pero Moisés empieza a flaquear. No puede soportar la fatiga de rezar. Por eso, algunos le ayudan a no bajar las manos. También nosotros necesitamos dónde apoyar nuestra oración. Puede ser las lecturas de hoy, la experiencia de otros, el apoyo de la comunidad que nos acompaña.

Jesús sabe que podemos cansarnos cuando oramos. Por eso, cuenta la historia de la viuda pobre frente a un juez corrupto al que iba con frecuencia a pedirle justicia: "¡Hazme justicia contra mi adversario!". Aunque no obtenía respuesta, no se cansaba de pedir. Pedir sin sentirse escuchado, cansa. Pero no hay que preguntarnos por el retraso del sol, sino esperar la aurora. Llegará puntualmente: "Yo les digo que les hará justicia".

En la Biblia, "justicia" no es un concepto legal. Se refiere a la relación correcta con Dios y, como consecuencia, con nosotros mismos y con los demás. Tenemos derecho a una vida bella, noble, grande, no mediocre. Pensemos en tantos jóvenes —y no tan jóvenes— que tienen derecho a una vida más plena, pero viven pegados a una pantalla, desperdiciando su potencial.

La viuda del evangelio revela que la oración no es un grito al vacío. Es, más bien, como el primer llanto de una historia que nace. La viuda es también imagen de la comunidad a la cual san Lucas dirige su evangelio. La comunidad está atravesando la prueba. Es el tiempo de la persecución, quizás también el tiempo de la desilusión. Su oración parece no ser escuchada. Tiene miedo de estar sola, como una viuda.

En el tiempo de la prueba, la imagen de Dios corre el riesgo de desfigurarse. Dios se percibe como un juez sin piedad que no responde a las demandas. Sin embargo, el tiempo de la prueba puede convertirse en el tiempo en que surge, desde el fondo del corazón, el deseo de aquello que realmente vale la pena. En el tiempo del silencio se realiza una purificación y una trasformación.

Queremos ser escuchados. Nos concentramos en esto. Pero Jesús nos cambia la atención. Hace una pregunta inquietante: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?". No es una pregunta retórica: sacude nuestras certezas y cuestiona la idea de que la fe, una vez adquirida, es una posesión permanente. Como es algo vivo, la fe tiene que crecer, madurar. Necesita ser alimentada.

La historia de la viuda, no es sólo una invitación a la tenacidad: revela el estilo de vida cristiana. "Cuando venga el Hijo del hombre…". Cristo viene una y otra vez. Ser conscientes de estas venidas transforma nuestra percepción de lo cotidiano. Los días no son una simple sucesión de compromisos, sino el lugar donde nuestra fe es interrogada y puesta a prueba. Cuando una dificultad o un sufrimiento nos visita, Dios nos pregunta si confiamos en Él. Cuando encontramos a alguien que necesita nuestra ayuda, es la presencia del Señor que nos interroga.

La oración perseverante evita que las dificultades y las decepciones nos hagan perder el camino. La vida en Cristo es una batalla contra el mal que trata de entrar en el corazón. La pregunta de Jesús va dirigida a nosotros: ¿Encontrará una fe capaz de dar vida nueva en el polvo del que estamos hechos? Ojalá respondamos con nuestra vida, con nuestro deseo: sí, Señor, si hoy vienes, encontrarás la fe arder en nuestro corazón.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 18, 1-8

Para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: "En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: 'Hazme justicia contra mi adversario'.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: 'Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando'."

Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?"

XXVIII Viernes Tiempo Ordinario

Salir a la luz

Aunque no es del todo exacta la versión de que en la Biblia la invitación a no tener miedo aparece trescientas sesenta y cinco veces, una para cada día del año, expresa una verdad: el signo de una relación profunda con Dios es la capacidad para cruzar, cada día, las aguas de la vida, no pocas veces turbulentas, con una confianza profunda.

Esta confianza se funda en la conciencia de ser objeto de un cuidado y de una bondad que nos precede y nos acompaña siempre, hasta decir que "todos los cabellos de su cabeza están contados" y que valemos "mucho más que todos los pajarillos". Sentimos un gran impacto cuando somos conscientes de lo valiosos que somos a los ojos de Dios. Cuida cada detalle, cada célula de nuestro cuerpo.

Sin embargo, los pájaros siguen cayendo, niños inocentes muriendo. Pero ahí está el Padre del cielo para dar una vida nueva. Cristo nos invita a la confianza, pero a una confianza consciente, no ingenua. Nos exhorta a cultivar un temor basado en la vigilancia: "Les voy a decir a quién han de temer: Teman a aquel que, después de darles muerte, los puede arrojar al lugar de castigo". Es una invitación al temor de Dios. No es temor a Dios, sino temor de Dios. No le tememos a Dios, sino tememos alejarnos de Él. El temor de Dios está en la raíz del amor. La experiencia lo dice. Quien ama, siente temor de apartarse del amado o disgustarlo.

El desafío es ser libres. Y para esto hay que superar el miedo. Este fue el camino, largo y a veces difícil, de Abraham, de quien nos ha hablado la primera lectura. Si leemos su historia, nos daremos cuenta que por encima de todo —incluso de la descendencia tan largamente esperada— Abraham fue cada vez más libre y, por eso mismo, cada vez más verdadero consigo mismo y con los demás. La larga espera a la que el Señor lo sometió fue una manera de ayudarlo a tomar conciencia, cada vez con mayor claridad, de lo que realmente deseaba y había en su corazón. Su camino es también el nuestro.

El evangelio nos invita a sacar "a la luz" lo que llevamos escondido: "Lo que ustedes hayan dicho en la oscuridad, se dirá a plena luz". Si nos escondemos, seremos descubiertos; si aceptamos salir a la luz estaremos cubiertos por el manto de la misericordia divina.

La hipocresía nos hace daña. Quien usa una máscara corre el riesgo de olvidar quién es realmente y vive con el miedo de que alguien lo descubra, le quite la máscara y se manifiesten los vacío que llevamos. Pero en el fondo de nosotros mismos no sólo hay vacíos. También hay belleza y bondad. Aprendamos a ser auténticos, a limpiar el corazón, a reconciliar el interior con el exterior, lo que pensamos con lo que decimos. Entonces, nos alegraremos de que el Señor nos diga: "amigos míos".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 12, 1-7

La multitud rodeaba a Jesús en tan gran número, que se atropellaban unos a otros. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos:

"Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de la hipocresía. Porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse. Por eso, todo lo que ustedes hayan dicho en la oscuridad, se dirá a plena luz, y lo que hayan dicho en voz baja y en privado, se proclamará desde las azoteas.

Yo les digo a ustedes, amigos míos: No teman a aquellos que matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más. Les voy a decir a quién han de temer: Teman a aquel que, después de darles muerte, los puede arrojar al lugar de castigo. Se lo repito: A él sí tienen que temerlo.

¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios; y por lo que a ustedes toca, todos los cabellos de su cabeza están contados. No teman, pues, porque ustedes valen mucho más que todos los pajarillos".

XXVII Jueves Tiempo Ordinario

Justificados gratuitamente

Jesús reprende a los fariseos y doctores de la Ley —los expertos en Dios y su Palabra—por un comportamiento doblemente incorrecto: no ser realmente conocedores de Dios, es decir, cultivar la intimidad con el Señor, y también por ser un obstáculo para cuantos quieren emprender el camino de fe y llegar a Dios. Es lamentable que la autoridad religiosa, en lugar de conducir a las personas al conocimiento y a la experiencia transformadora del Dios de amor, termina alejándolas o incluso impidiéndoles el acceso a Él. La fe es una puerta abierta, no un muro cerrado.

Ante esta verdad, habría que verificar si los que ahora son los expertos en las cosas de Dios, realmente nos llevan a Él, a una relación vivía y directa con y Él, no simplemente a practicar ritos, cumplir leyes, aprender una doctrina. Este ritualismo y moralismo, tan difundido en nuestra sociedad e incluso en la Iglesia, se convierte además en el pretexto para hacer juicios venenosos a los demás.

San Pablo tiene una propuesta liberadora y luminosa para afrontar esta situación: abandonar la idea de que el cumplimiento de ritos y leyes nos garantiza la felicidad, y creer en lo que Dios hacer por nosotros: "Como todos pecaron, todos están privados de la presencia salvadora de Dios; pero todos son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención llevada a cabo por medio de Cristo Jesús".

El apóstol insiste con fuerza. Lucha contra las formas tan frecuentes de búsqueda de méritos que crean fácilmente ansiedad por el rendimiento y llevan a la frustración. Estamos ante una religión opresora. La gracia la recibimos, como lo dice Pablo, gratuitamente a través de Cristo el Señor y en virtud de su sangre. Nos llega gratuitamente, pero el Señor ha pagado un precio muy alto. Jesús lamenta que quienes tienen el encargo de servir a los demás y encaminarlos a Dios, hayan convertido el servicio en un poder y en lugar de encaminar a los demás a Dios los encaminan a sí mismos.

Los fariseos y doctores de la ley de todos los tiempos no se dejan tocar por el mensaje de Cristo. Se sienten ofendidos. Y este sentimiento les cierra los oídos. Es una reacción normal. Pero hay que ir más allá, escuchar de manera diferente palabras como las de hoy.

Jesús dice verdades y lanza críticas constructivas. Acoger o rechazar sus palabras revela en qué punto estamos. Es probable que no nos hayamos sentido aludidos por las palabras de Cristo o también que nos hayamos sentido ofendidos. Si en la luz de Dios descubrimos que hemos reaccionado así, vayamos más allá de la indiferencia o del sentimiento de ofensa para que estas palabras exigentes lleguen al corazón y den fruto en nosotros.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 11, 47-54

Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: "¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro.

Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar.

Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas.

¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso".

Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras.

Santa Teresa de Jesús

Más allá del ego

Jesús derriba a los fariseos del pedestal denunciando su conducta equivocada: "¡Ay de ustedes!". El "ay" de Jesús recuerda el "ay" de las bienaventuranzas. Es lo opuesto al "dichosos". Es el lamento de Cristo cuando ve a un hombre, a una mujer fracasar en su vocación a la bienaventuranza. Es como si nos dijera: "Reaccionen. Han perdido el camino de la felicidad. Están fallando en lo más importantes de la vida: el amor y la justicia": "Pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios". ¿De qué sirve cumplir las reglas y luego no darse cuenta del que está a nuestro lado? ¿De qué sirve practicar una justicia que deja fuera el amor?

Pero quizás estamos demasiado ocupados buscando los puestos de honor y el aplauso de los demás, pensando que en esto consiste el sentido de la vida, que esto resuelve el anhelo más profundo del corazón. Quien vive así, está muerto interiormente. Lo peor es que ni siquiera se da cuenta. Está bonito por fuera, pero por dentro está podrido: "Son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta". Y por si esto fuera poco, hacemos sentir culpables a los demás. Pensamos quitarnos nuestras culpas cargándolas a los demás: "¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo!". Jesús pronuncia estas duras palabras para salvarnos del fariseo que hay en nosotros.

A propósito de esto, santa Teresa de Jesús, la santa que hoy recordamos, escribió: "Encontré a Dios el día en que me perdí de vista", es decir, cuando fue más allá de su ego. Fue una mujer que no se quedó en casa, dedicada a los trabajos domésticos. Ciertamente entró en un monasterio de clausura, pero no se quedó quieta y callada. Su reforma de las monjas carmelitas tuvo tal trascendencia que alcanzó a la rama masculina de la Orden.

El tiempo que en que Teresa vivó no era nada fácil. La Santa Inquisición no dejaba de buscar herejes para juzgarlos y, si era posible, condenarlos. Pero esto no detuvo a Teresa. Intrépida, valiente, decidida, no se dejó asustar ni siquiera por el nuncio apostólico Felipe Sega, que se distinguió por su férrea oposición a la reforma del Carmelo emprendida por la santa, y dijo de ella: "desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de la clausura contra el orden del concilio tridentino y prelados, enseñando como maestra contra lo que San Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen". Sin embargo, el Papa Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia, es decir, maestra insigne. Santa Teresa es una maestra espiritual que comunica "lo que el Señor me ha dado por experiencia". Para ella, la oración contemplativa consiste en "encerrarse en el cielo pequeño de nuestra alma —donde está el que hizo el cielo y la tierra— y acostumbrarse a no mirar ni estar donde halla cosa que le distraiga".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Juan 10,27

Jesús dijo: "¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios! Esto debían practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar los lugares de honor en las sinagogas y que les hagan reverencias en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta!".

Entonces tomó la palabra un doctor de la ley y le dijo: "Maestro, al hablar así, nos insultas también a nosotros". Entonces Jesús le respondió: "¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo!".

XXVIII Martes Tiempo Ordinario

Autenticidad

Jesús se preocupa por las personas. No pone atención a las etiquetas que les ponemos. Lo que le importa es llegar a las personas donde están. Por eso, acepta la invitación a comer tanto de pecadores como de fariseos.

Contestando al fariseo que lo invitó a comer y se asombra de su libertad frente a las prescripciones de la Ley, Jesús le dice: "Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior?".

El reproche de Cristo es un duro golpe también para nosotros cuando nos preocupamos sólo por parecer bellas personas, sin preocuparnos también por serlo. El Señor ataca frontalmente la presunción de contentarse con una hermosa fachada para exhibir, sin tener en cuenta las tinieblas y el mal que llevamos en el corazón. Esta actitud venenosa nos impulsa a invertir mucha energía para ordenar, limpiar y mostrar nuestro aspecto exterior. Es un mal muy extendido creer que, en el escenario de la vida, es necesario hacer siempre una bella figura para seducir y conquistar la mirada de los demás.

Sin embargo, existe un camino mejor para ser agradables a Dios y estar contentos con lo que somos: no desear ser encantadores, sino compartir con los demás lo que tenemos y somos, lo bello y también lo feo que llevamos dentro. Entonces sí que somos brillantes: "Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio". El amor nos hace salir de nosotros mismos. Si nos centramos en nuestro ego, en nuestro rendimiento, en lo buenos que deberíamos ser, entonces seguiremos puliendo la máscara, pero sin tocar lo esencial, lo que realmente importa.

Quizás muchos problemas que tenemos se resolverían si tomamos más en serio nuestra vida interior. Podríamos superar miedos, inseguridades, egoísmos, heridas que nacen del culto al ego, aceptando lo que somos y viviéndolo de cara a Dios. Gandhi decía: "Descubre quién eres y no tengas miedo de serlo".

En la relación con Dios, ofrecerle lo que no tenemos nos permite recibir de Él, porque nos hacemos conscientes de una carencia. En la relación con los demás —que prolonga la relación con Dios— ofrecer lo que tenemos a quien no tiene (y no sólo lo material) es un acto de amor que puede sacudir una vida sin sabor. Permitir al Amor existir y hacer a través de nosotros, incluso en nuestra imperfección, nos libera de la tentación de ser fariseos y de vestir, en cambio, nuestro mejor traje: el traje humano.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 11, 37-41

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó de que Jesús no hubiera cumplido con la ceremonia de lavarse las manos antes de comer. Pero el Señor le dijo: "Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior? Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio".

XXVIII Lunes Tiempo Ordinario

Tenemos lo necesario

Jesús denuncia una actitud que corremos el riesgo de asumir cuando nos involucramos demasiado con la multitud, hasta perdernos en sus pretensiones. Se trata de una forma de ser muy difundida en este tiempo: un incesante anhelo de novedades y signos espectaculares. Cuando esta actitud la llevamos a la fe pensamos que los signos espectaculares y las novedades son indispensables para cambiar. Las palabras de Cristo son duras: "La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de Jonás". La dureza de las palabras del Señor no debe ser entendida como una falta de sensibilidad a nuestra necesidad de tener una guía y alguna seguridad. La maldad de la que habla Jesús está en no reconocer lo que ya tenemos.

Si la negativa de Jesús a dar signos adicionales a los muchos signos que ya ha realizado es desconcertante, desconcierta aún más lo que hace para provocar hasta el fondo a las multitudes que se apiñan alrededor de él: "Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás".

Recordando a Jonás, el profeta apático, cuya predicación fue, sin embargo, capaz de convertir a toda una ciudad pagana, Jesús quiere desenmascarar las coartadas con las que intentamos posponer para mañana lo que ya es posible vivir hoy. La maldad del corazón está en no ser capaces de ver la incesante providencia del Padre del cielo. La mística francesa M. Delbrêl, escribe: "Nosotros, gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que este camino, que este mundo donde Dios nos ha puesto es para nosotros el lugar de nuestra santidad. Creemos que no nos falta nada de lo necesario. Porque si esto nos faltara, Dios ya nos lo habría dado".

Para ayudarnos a entender que no se necesitan fuegos artificiales para cambiar la orientación de nuestra vida, san Pablo, en la primera lectura, revela otro modo de entender y vivir la fe: "Yo, Pablo, siervo de Cristo Jesús, he sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio".

Después de descubrirse "amado por Dios", el apóstol comienza a percibir su vida de otra manera. Ya no necesita signos. Le basta ser "siervo de Cristo Jesús". Si entramos en la memoria de nuestra vida —con sus luces y sus sombras— podemos contar siempre un evangelio, una buena noticia; no tanto la buena noticia de que todos nuestros deseos y proyectos se han cumplido, sino que el designio de Dios no deja de realizarse.

El Papa Francisco dijo una vez: "En el gran designio de Dios cada detalle es importante, el mío y el tuyo, el pequeño y humilde testimonio oculto de quien vive con sencillez su fe en la cotidianidad de las relaciones familiares, de trabajo, de amistad".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 11, 29-32

La multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: "La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.

Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás".

XXVIII Domingo Tiempo Ordinario

No poner límites al amor

Hoy se habla mucho de levantar muros, de arsenales bélicos, de sistemas de seguridad frente al sentimiento de inseguridad y la necesidad de ponerse a salvo. Es lo que ocurría también en tiempo de Jesús. Ante un peligro o inseguridad se levantaban barreras, incluso religiosas, que al final resultaban más temibles que las barreras físicas. La lepra era una de las enfermedades más temidas por la sociedad. Bastaba una pequeña marca en la piel que hiciera sospechar la existencia de la enfermedad para que quien la mostrara, fuera expulsado de la convivencia social. Y para elevar aún más la barrera de protección, se acusaba al enfermo de ser un maldito, un impuro ante Dios. Quien estaba enfermo de lepra estaba condenado a la pobreza extrema y era excluido de los lugares habitados.

Jesús se encuentra con un grupo de leprosos que hablan con una sola voz, como si fuera una sola persona. El dolor los une. Se entienden, comparten miedos y esperanzas. Los leprosos no se acercan a Jesús. Le gritan desde lejos: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Cuando el Señor los ve y escucha su grito, les dice: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". No hace ningún gesto milagroso. Simplemente los pone en camino. Los envía a los sacerdotes. Los sacerdotes era la autoridad que certificaba la curación de un leproso y el leproso podía ir con ellos sólo después de ser curado. Pero Jesús les pide que vayan cuando todavía están enfermos.

Y ellos se ponen en camino. Aunque todavía no lo sepan, aunque aún no lo vean, ya están sanando. La vida empieza a sanar cuando se tiene el valor de partir, de caminar según la palabra de Jesús. Lentamente, poco a poco, con cada paso viene la curación. La curación sucede a lo largo del camino, en el lento avance de los días, en ser fieles incluso cuando no se ve nada. Y sucedió el milagro: "Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra". En el camino sanan.

Una vez más, Jesús propone a un samaritano, un hereje, como modelo de fe que salva. Es el único a quien le dice: "Tu fe te ha salvado". El hereje ve más allá de la curación de la piel. Sanó su piel, pero lo más importante fue que también sanó su corazón. Por eso vuelve a Cristo. Cuando le había pedido compasión lo había hecho desde lejos. Ahora rompe la distancia. Se acerca a él, se postra a sus pies y le da las gracias. No fue con los sacerdotes porque comprendió que la salvación no viene de normas y leyes, sino de la relación personal con Cristo. Vuelve a la raíz, a la fuente de la salvación y se sumerge en ella. Busca al Dador de la curación. No sólo está curado sino salvado. La salud del cuerpo no es lo más importante, sino la salvación. San Francisco de Asís y santa Clara tenían muchas enfermedades y, a pesar eso, su vida era plena.

Hace unos días el Papa León XIV nos entregó su primera exhortación apostólica, Dilexit te ("Te he amado"), sobre el amor a los pobres (aclara que la pobreza no es sólo material sino también moral y espiritual). En la parte final de la exhortación vienen unas palabras que desafían a un mundo y una Iglesia llenos de miedos, que levantan barreras: "El amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 11-19

Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?" Después le dijo al samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado".

XXVII Viernes Tiempo Ordinario

El más Fuerte

Cuando Jesús expulsó a un demonio, desencadenó una desconcertante reacción en los que deberían haberse alegrado, puesto que eran hombres piadosos: "Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios". Sin embargo, los fariseos en lugar de ver la verdad de lo ocurrido, pretenden remodelar la realidad a partir de una idea equivocada: Jesús es un aliado del demonio. Dicen esto porque Cristo pone en entredicho las estructuras de poder que ya no tienen nada de religioso ni de humano. La verdad no les importa, lo que les importa es salvaguardar sus intereses que Jesús cuestiona.

Los fariseos usan como "armas" la mentira, la calumnia y la difamación contra quien está comprometido en la lucha para liberar al hombre y la mujer del dominio del demonio y del mal. Pero Jesús desenmascara sus mentiras, "les quita las armas en que confiaban". Con argumentos sólidos desbarata el intento de compararlo con un demonio. Su acción está en las antípodas de la acción de Belcebú. Él no busca dispersar y contraponer, sino unir.

La lucha contra el mal y contra el demonio es una constante en la vida de Jesús y en nuestra vida. No entender esta verdad es peligroso. Hay que evitar dos exageraciones opuestas. Por una parte, hay quienes niegan la existencia del mal y del demonio como realidades externas al ser humano, reduciendo todo a dinamismos psicológicos o determinismos controlables, anulando así la obra redentora de Cristo. Por otra parte, hay quienes atribuyen todo al demonio, anulando así la libertad y la responsabilidad del hombre.

El evangelio nos ofrece una guía para nuestro camino espiritual. Por una parte, el demonio, el adversario, existe y actúa, quiere alejarnos del amor de Dios, envenenar nuestra vida, tomar el control. Sin embargo, cuando Alguien más fuerte que él toma posesión de la casa de nuestra vida, ya no hay por qué temer. Dejemos que el más fuerte, el Señor Jesús, habite en nuestros pensamientos y nuestro corazón. Y no nos obsesionemos con la perfección, porque una casa limpia y ordenada, atrae la atención del maligno. Es mucho más realista soportar algún defecto y pecado que parecer perfectos y colapsar estrepitosamente.

Las palabras del profeta Joel que escuchamos en la primera lectura siguen siendo actuales. El pueblo ha abandonado a su Dios. Está sumido en el mal y ha contaminado a la tierra con el mal. Los campos están desiertos, la tierra gime. El silencio grita. El día del Señor se acerca, no como castigo, sino como llamada a detenerse, a dejar caer las máscaras, a volver a lo esencial, a despertar del letargo, para volver al Señor con corazón sincero.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 11, 15-26

Cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos dijeron: "Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa. Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: "Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo, y al no hallarlo, dice: 'Volveré a mi casa, de donde salí'. Y al llegar, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va por otros siete espíritus peores que él y vienen a instalarse allí, y así la situación final de aquel hombre resulta peor que la de antes".

XXVVII Jueves Tiempo Ordinario

Atrevidos y molestos

Una de las dificultades que se nos presenta cuando intentamos perseverar en el camino de la fe es expresada de manera lúcida por el profeta Malaquías: "¿Qué hemos ganado con guardar sus mandamientos o con hacer penitencia ante el Señor de los ejércitos? Más bien tenemos que felicitar a los soberbios, pues hacen el mal y prosperan, provocan a Dios y escapan sin castigo'".

La adhesión a Dios a pesar del sentimiento de inutilidad, es una cuestión que necesita ser iluminada para que no se convierta en la antesala de reacciones equivocadas. Anticipando, tal vez, este tipo de dificultades con las que nos enfrentamos tarde o temprano, Jesús, después de haber enseñado el Padrenuestro, añade instrucciones adicionales. Lo hace con su estilo inconfundible, narrativo, a través del cual nos invita a dialogar con las profundidades de nuestro corazón.

A través de la parábola del hombre que no teme molestar a un amigo para manifestarle su necesidad, Jesús revela uno de los secretos para no decepcionarnos cuando recemos: "Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite". Cuando oramos hay que ser atrevidos, insistentes, serenamente molestos. La conciencia de ser hijos nos da la libertad de comportarnos con la desinhibida libertad de los hijos pequeños.

En la oración no son suficientes las palabras para recibir un don. Hay que involucrar todo nuestro ser y nuestro deseo. Gran parte de la ineficacia de nuestra oración no se debe al aparente desinterés de Dios hacia nosotros, sino más bien a la poca hambre y sed de Dios que muchas veces acompañan las palabras que pronunciamos. Si nuestra fe es muy devota pero no atrevida, quizá sea porque tenemos miedo de descubrir cuál es el nivel real, la profundidad, de nuestra relación con Dios.

El tono temeroso de nuestra oración se manifiesta también en la incapacidad de poner ante el Señor la verdad de nuestro corazón, incluidas las objeciones y las decepciones que encontramos en el camino de la fe. Cristo, por el contrario, no tiene miedo de echarnos en cara nuestra inútil timidez frente a él: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá".

Si queremos perseverar en la oración sin creer que es más lo que nos quita que lo que nos da, hay que invadir el espacio de Dios sin contentarnos con las migajas de su atención, pidiendo con mucha confianza el pan de cada día y el Espíritu de Vida: "Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?". Si tenemos el Espíritu Santo, entonces sabremos que es lo que tenemos que pedir.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 11, 5-13

Jesús dijo a sus discípulos: "Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: 'Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle'. Pero él le responde desde dentro: 'No me molestes. No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados'. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite. Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán?

Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?".

XXVII Miércoles Tiempo Ordinario

Padre

La primera oración que podemos hacer —y que tal vez dura la mayor parte de nuestra vida— es esta: "Señor, enséñanos a orar". Quizás la gente nos ve orando y piensa: "qué profunda debe ser la oración de este hombre". Pero la verdad es que la petición más repetida de quien realmente reza es siempre la misma: "Señor, no sé orar. Que el Espíritu venga en ayuda de mi debilidad". Llevo ya muchos años orando y enseñando a orar, y me doy cuenta de que no termino de aprender a orar.

La oración más profunda no es la que hacemos nosotros: es cuando dejamos que el Espíritu de Cristo, que vive en nosotros, ore en nosotros. Sin embargo, no es fácil dejar que lo haga, entregarnos a un Amor que quiere amarnos antes de pedirnos que amemos. De hecho, sólo si hemos encontrado realmente al Padre que nos ama podemos pensar en perdonar a alguien. Sin la experiencia del amor todo parece una injusticia, un problema, una exigencia. Las personas más enfadadas con la vida son generalmente las que no se sienten amadas. En este sentido un cristianismo que no parte de la oración, que no parte del Padre, resulta ser simplemente una moral insoportable.

La oración de Jesús comienza con la palabra "Padre". Orar es hacer la experiencia del Padre del cielo, es decir, saber no sólo que Dios existe, sino que me ama. Por eso, orar puede significar purificar las imágenes equivocadas de padre que tenemos en la mente, las imágenes equivocadas de amor que nos hemos formado.

La oración es un arte, el arte de tejer —no solo de establecer— una relación con el Dios invisible que está en nosotros y más allá de nosotros. Por eso, la oración es una búsqueda y una purificación que nunca acaba. Si leemos el Padre Nuestro desde la primera palabra (Padre) y la última palabra (tentación), nos daremos cuenta de que la relación con Dios parte siempre de una ilimitada confianza en el Padre; pero también nos enfrentarnos a la desconfianza que está en nuestro corazón (la tentación). La oración puede llegar a ser, entonces, una tensión entre la confianza y la lucha contra la desconfianza.

Si rezamos con la oración que el Maestro nos ha enseñado, aprenderemos a poner ante el Señor y ante nosotros todos los aspectos de nuestra vida. Aprenderemos también a acogerlos y atravesarlos sin caer en la trampa, siempre presente, del autoengaño, que nos hace extraños a nosotros mismos y, a veces, severos y despiadados con los demás. Si en la oración aprendemos a dirigirnos a Dios como "Padre" —el origen de todo, el que nos ha amado, elegido, pensado y creado— entonces la oración no será una simple fórmula: será en una escuela de libertad y de verdad encarnadas en la vida.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 11, 1-4

Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Entonces Jesús les dijo: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación".

Nuestra Señora del Rosario

La mejor parte

El día en que Jesús visitó a Marta, María y Lázaro fue un día extraordinariamente hermoso para aquellos hermanos. Marta brinda una pronta y generosa bienvenida a Cristo; pero no es capaz de modificar su habitual modo de comportarse, para poder gozar la visita de un huésped tan excepcional. Y, además, juzga severamente la conducta de su hermana María, pensando que es insensible a lo que, según ella, son las prioridades de la hospitalidad. En cambio, María disfruta de la presencia del huésped. Se sienta a los pies del Señor y escucha su palabra.

El evangelio dirá que María se centró en "la mejor parte". Jesús es la mejor parte. Los muchos asuntos y preocupaciones de la vida nos hacen perder de vista la razón más importante por la que vale la pena vivir. Es cierto que hay mucho que hacer en el mundo para mejorarlo. Y hay que hacerlo. Pero como cristianos debemos estar atentos a la Palabra de Jesús para construir ese mundo mejor. La Palabra de Cristo es la que nos orienta. No podemos caer en la lógica de la sociedad de la producción, de la eficacia inmediata y tangible, que olvida la motivación última.

Hoy celebramos la memoria de Nuestra Señora del Rosario. Hablar del Rosario es hablar de la Virgen, pero también de oración. Y, como nos dice el evangelio de hoy, no hay nada más importante y más útil que orar, estar con el Señor. El Rosario es una de las oraciones más querida de la tradición católica.

La memoria de la Virgen del Rosario fue instituida en 1571 tras la victoria de la flota cristiana sobre el imperio otomano en Lepanto. El motivo de esta celebración puede suscitar hoy perplejidad. El Evangelio nunca promueve la agresión y la violencia. ¿Cómo entender la victoria desde la vida de María? Pongamos atención al relato de la Anunciación.

El "alégrate" que el angel de la anunciación dirige a María es la victoria de la alegría de saber que el Señor está con nosotros. El Espíritu que descendió sobre María, el poder de Dios que la cubrió, nos descubre que estamos inmersos y protegidos en y por el Señor. El "no temas" es la victoria sobre nuestros miedos cuando experimentamos la gracia de Dios que no nos hace inmunes al mal y al dolor, pero nos da la seguridad de su Presencia cercana en la prueba. Y el "aquí estoy" de la Virgen, su entrega al Señor, es la victoria del Reino de Dios que se cumple en la fragilidad de una mujer sencilla. El niño tejido en su vientre invocará, con su primer llanto, la paz y el fin de toda guerra.

No podamos cambiar la historia pasada, pero escuchar a Jesús, estar con él, nos da la fuerza para cambiar el presente y desarmar al mundo con la victoria de un "sí" que se abre a la vida.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 10, 38-42

Entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: "Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude". El Señor le respondió: "Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará".

XXVII Lunes Tiempo Ordinario

Cuidar al herido

Narraba la primera lectura que Dios le dijo al profeta Jonás: "Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica en ella que su maldad ha llegado hasta mí". Pero Jonás "huyó lejos del Señor". Huir, a veces, es legítimo; más aún, necesario cuando se trata de distanciarse del mal. Pero huir de Dios nunca puede ser una actitud acertada. Esta fuga tuvo repercusiones dramáticas no sólo en la vida de Jonás, sino también en la de los demás. Jonás tendrá que aprender a discernir el misterio de la compasión divina que se esconce detrás de la maldad de los ninivitas y que tanto le asustaba.

La dinámica de la huida está en la parábola del Buen Samaritano. Nos gustaría identificarnos con el samaritano. Y es bueno. Pero tal vez deberíamos empezar a identificarnos con el herido y recordar que Jesús se ha hecho cercano nosotros y ha curado nuestras heridas, nuestros traumas. Entonces nos acercaríamos a todos los seres vivos heridos como nosotros, solidarios en el dolor, y no resistiríamos el movimiento de la compasión. Las heridas del hombre tirado en el camino son también lo que la primera lectura llama "maldad". Ya se trate de "maldad" o "heridas", el Señor nunca huye y pide que cuidemos recíprocamente nuestras fragilidades.

La narración da un giro de ciento ochenta grados cuando dice: "Pero un samaritano". Este samaritano, que tenía razones suficientes para no detenerse y acercarse —recordemos que los judíos no tenían buenas relaciones con los samaritanos— se comporta de modo inesperado. No solo "lo vio" como los otros dos, sino que además de verlo, "se compadeció de él". Este es el modo de ver propio del corazón.

El amor, la compasión, no hace distinciones. Se detiene, se inclina, se ensucia las manos. Y no pregunta si la persona lo merece. Simplemente se pregunta: ¿qué puedo hacer por él? Cada vez que elegimos detenernos y cuidar a un herido, el mundo se vuelve un poco más humano y también un poco más divino.

El hombre herido no sólo le debe gratitud al samaritano, sino también al "dueño del mesón" que ha seguido cuidándolo durante su ausencia. Nosotros somos también como ese dueño del mesón al que el Señor confía al hermano como sacramento de su presencia durante el tiempo de su ausencia.

Un cristiano de la Iglesia ortodoxa decía que en la espiritualidad cristiana oriental la verdadera madurez se mide por la compasión. Para enfatizar su importancia decía: "Hay que aprender a tener tanta compasión hasta el punto de sentirla también hacia el diablo".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 10, 25-37


Se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: "Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?" El doctor de la ley contestó: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has contestado bien; si haces eso, vivirás".

El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Jesús le dijo: "Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso'.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?" El doctor de la ley le respondió: "El que tuvo compasión de él". Entonces Jesús le dijo: "Anda y haz tú lo mismo".

XXVII Domingo Tiempo Ordinario

"Vivirá por su fe"

No es fácil entender cómo Dios está tejiendo el curso de los acontecimientos; pero es aún más difícil tratar de encontrar el hilo del sentido cuando estamos en la prueba, cuando a nuestro alrededor se perpetúa la injusticia, cuando los violentos prosperan y triunfan, cuando los pacíficos y los buenos son dejados de lado. Este tiempo oscuro e incomprensible, en el que la presencia de Dios parece difícil de rastrear, puede durar mucho tiempo.

No temamos cuestionar a Dios, como hace el profeta Habacuc, en la primera lectura: "¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme?". Habacuc pide cuentas a Dios del mal. ¿Es que estás ciego y sordo? Es verdad, que el pueblo ha pecado, pero ¿por qué debe ser oprimido por un pueblo que es aún más pecador? Dios responde al profeta. Lo invita a esperar la victoria final. No dice cuándo llegará, porque en esa espera se revela la fe, la capacidad de esperar: "Si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe".

En el tiempo de la prueba descubrimos cuál es la relación que tenemos con Dios: si somos como niños caprichosos que no ven más que sus necesidades inmediatas, si somos adolescentes convencidos de que merecemos todo y enseguida, si estamos resignados como la gente decepcionada que ya no espera nada.

¿Qué hacer en el tiempo de la prueba, cuando la fe parece fallar? La segunda lectura nos lleva a un momento de prueba para san Pablo y para la comunidad. Pablo está en la prisión. La comunidad no solo ha quedado sin guía, sino que ve un futuro oscuro. Desde la cárcel, Pablo invita a reavivar el don que hemos recibido, el don del Espíritu, y el anuncio de que Cristo murió por nosotros y nunca nos abandonará.

Probablemente en un contexto de crisis de la primera comunidad cristiana, cuando parecía que no valía la pena seguir creyendo, Lucas recuerda la petición que los discípulos dirigen a Jesús: "Aumenta nuestra fe". Acrecienta, Señor, nuestra fe cuando tenemos ganas de desertar, cuando no podemos esperar más, cuando los violentos parecen ganar, cuando Tú pareces ausente.

Pensamos que si tuviéramos más fe, todo sería más simple. Sin embargo, Jesús dice: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza". Basta un poco de fe. Y todos tenemos ese "poco". Esa poca fe es tan poderosa que cambia nuestra visión del mundo. Lo que debemos hacer es simplemente activarla, creer, contemplando a Cristo crucificado que lleva a la victoria de la resurrección. Y recordar que generalmente no hay fe sin dudas, pero que las dudas son impulsos para profundizar la fe.

Pero, ¿qué es la fe? La fe no es un paquete que llega por correo: es nuestra respuesta a la seducción de Dios, a su amor. La fe no es una cuestión de cantidad sino de calidad, de relación con Dios; no se acumula, se habita y se vive. "Aumenta nuestra fe" es como decirle a Dios: "Dame un pedacito de ti que yo pueda salvar en mí, incluso en los días oscuros".

La conclusión del relato, "no somos más que siervos, hicimos lo que teníamos que hacer", nos libera de la ansiedad de los resultados y nos da una sensación de libertad y serenidad. Intentemos ser simplemente siervos que sirven a Dios y a los demás sin necesidad de recompensas o aplausos. Servir al Señor da un sabor totalmente diferente a la existencia. Nuestra recompensa es la misma fe, porque no hay vida más bella e interesante que la vivida en Dios y según Dios.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 5-10

Los apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El Señor les contestó: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: 'Entra enseguida y ponte a comer'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".

XXVI Viernes Tiempo Ordinario

Todavía estamos a tiempo

Los "¡ay!" de Jesús contra las ciudades que no han querido acoger su anuncio de liberación resuenan como una auto condena. Cuando estamos perdidos en la oscuridad, rechazamos la luz; no escuchamos la Palabra de Dios. La expresión "¡ay!" es un lamento, no una condena. Jesús ni condena, ni castiga, ni amenaza. Los "¡ay!" no expresan venganza o rechazo. Son una llamada urgente a la conversión. Los "¡ay!" de Jesús expresan sufrimiento, como el sufrimiento de un padre y una madre que ven a sus hijos perderse, que rechazan la vida, la belleza, el amor.

Cristo contrasta las ciudades de Galilea, Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, con las ciudades paganas de Tiro y Sidón. En ningún lugar había predicado y hecho tantos milagros como en esas ciudades de Galilea. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena: "Si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza". No siempre las personas religiosas son el mejor terreno para que florezca el reino de Dios.

Podemos perder oportunidades o personas importantes que no volverán porque no cambiamos. Hemos preferido seguir siendo las mismas personas de siempre, con las mismas certezas y hábitos. Nos quedamos quietos cuando teníamos que ponernos en marcha. Preferimos posponer lo que ya no volverá. Los signos, los tiempos, las personas que Dios nos da son para ayudarnos a crecer, a cambiar, a mejorar, es decir, a convertirnos. Pero si recibimos esto sólo como espectadores o creyendo que las merecemos, que es nuestro derecho, entonces la tragedia está a nuestra puerta.

La fe nos ayuda a valorar lo que tenemos. Es lamentable perderse el presente. Uno de los mayores riesgos es no entender o no darse cuenta de cuánta gracia nos rodea. No nos falta la caricia de Dios; nos ama incluso si somos pecadores, nos ama en los momentos de mayor fatiga y sufrimiento. Nuestra historia nunca es una historia sin gracia. Dios nos visita continuamente. ¿Por qué no nos damos cuenta de su presencia, de sus caricias, de sus visitas? Probablemente porque estamos demasiado concentrados y ocupados en otra cosa, en problemas, miedos, éxitos, proyectos.

Da un poco de escalofrío escuchar el "¡ay de ti!" de Jesús y pensar en el tiempo que hemos perdido. Pero no es tarde. Todavía estamos a tiempo. Aprendamos la lección. El Evangelio nos dice que si escucháramos la Palabra de Dios no acabaríamos como aquellos que llegaron a un punto de no retorno.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 10, 13-16

Jesús dijo: "¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo".

Santos ángeles custodios

Hacerse como los niños

La creación no es sólo lo que vemos y medimos. Hay una parte que escapa a los instrumentos y análisis científicos. Corremos el riesgo de ser aplastados por una visión científica, relegando las cosas invisibles a pura superstición. La Escritura nos habla de un Dios que ha creado todas las cosas, las visibles y las invisibles. Entre ellas están los ángeles.

La fiesta de los ángeles de la guarda nos ofrece la oportunidad de recordar la preciosa y discreta compañía de los amables custodios que Dios nos ha dado como apoyo para el camino que conduce de esta vida a la otra. En la primera lectura, se ofrecen al pueblo como ayuda para no perder el camino y llegar felizmente a la meta: "Yo voy a enviar a un ángel que vaya delante de ti, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que te he preparado".

La presencia de los ángeles es percibida en la medida en que volvemos a ser "como niños", cuando vivimos más confiados que preocupados: "Yo les aseguro que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos". Jesús asocia a los ángeles con los niños. En la pequeñez de los niños se manifiesta la capacidad de dejarse guiar y acompañar. Grande es quien sabe hacerse pequeño, quien deja la presunción de creer saberlo todo, sin perder por eso la sabiduría adquirida.

Ser sensibles a estas creaturas invisibles hace que tomemos consciencia de todo lo pequeño que está a nuestro alrededor y necesita ser cuidado. Nos permite también acoger la parte más frágil y vulnerable de nosotros mismos. Nos ayuda a reconciliarnos con lo más pequeño, más pobre, más indefenso que hay en nosotros. Dios ha puesto un guardián a la puerta del niño que llevamos dentro. Pero su presencia no funciona como un seguro de vida. El ángel de la guarda no ha sido puesto a nuestro lado para evitarnos todos los peligros, sino para ayudarnos a atravesarlos.

La primera lectura exhortaba: "Respétalo y obedécelo". Probablemente desde niños nos enseñaron la devoción al ángel de la guarda y a respetarlo. Jesús confirma la exhortación de la primera lectura: "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre".

Respetar la presencia del ángel —tan misteriosa como real— lleva a no despreciar, a respetar todo lo que, por su pequeñez, no se puede defender y es confiado a nosotros.

No sabemos qué aspecto tienen los ángeles. Ignoramos el nombre y la forma en que ejercen su oficio. Sin embargo, creemos que, gracias a su ayuda, podemos caminar con seguridad y confianza hacia la fiesta del cielo.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Mateo 18, 1-5. 10

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?" Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un
niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo".

Santa Teresa del Niño Jesús

Amar y hacer amar a Jesús

En la etapa de enamoramiento hay entusiasmo. Sucede también en la vida espiritual. Cuando el corazón es seducido por Cristo podemos decir lo mismo que dijo aquel hombre del evangelio: "Te seguiré a donde quiera que vayas". El comienzo de toda aventura humana está cargado de promesas. Las dificultades son minimizadas. Estamos convencidos de que con un poco de buena voluntad y, tal vez, con la ayuda del Señor, todo puede fluir sin problemas. Pero no es suficiente empezar. También es necesario continuar y permanecer.

Con el paso del tiempo vienen dificultades y necesidades, situaciones y cosas que no tienen nada que ver con lo que habíamos pensado. A medida que uno se aleja del ardor inicial, las dificultades duelen como heridas abiertas, como "enterrar al padre" o "despedirse de la familia".

Según los evangelios, en el camino de los discípulos de Jesús no faltan los retrocesos y las desviaciones. Llega la tentación de creer que vincularse con alguien durante mucho tiempo sólo puede ser motivo de sufrimiento. El camino parece inútil y sin sentido. La marcha, que comenzó con los mejores augurios, comienza a tambalearse por el peso de la fatiga. Surge el desaliento, la decepción, el desencanto. A esto se asocia la tentación de mirar hacia atrás y abandonar el juego, añorando todo lo que un día dejamos atrás.

Cuando las cosas llegan a este punto, ¿qué se puede hacer para seguir adelante? ¿Qué es lo que nos permite continuar? Permanecer unidos al Señor sin ceder a los cambios de humor. No dejar de mantener la mirada fija en Jesús y comprender que vale la pena pagar un precio alto para seguirlo. Mirar hacia adelante sin nostalgia. Liberarnos del ego.

Es lo que hizo santa Teresita, la santa que hoy recordamos. Fue una monja carmelita que no destacó en su corta vida. Murió cuando tenía 24 años. Sin embargo, poco después de su muerte se desató en torno a ella un huracán de gloria.

En el tiempo de Teresita se concebía a Dios como un juez duro, severo, vengativo, opresor. El Dios de Teresita, en cambio, es el Dios de la ternura sin límites y la misericordia absoluta. Este Dios lo proyectó en las relaciones con los demás.

Teresita estuvo profundamente enamorada de Cristo. Fue la experiencia que definió su vida. Enseña que la santidad se alcanza mediante la confianza y el amor sencillo y generoso hacia Dios y hacia los demás, viviendo las tareas cotidianas con amor y ofreciéndolas como actos de amor a Dios, buscando así unirnos a Él y ser un instrumento para que otros también experimenten el amor divino. Dijo que deseaba ardientemente "amar y hacer amar a Jesús". Y lo sigue haciendo desde el cielo, enviando una "lluvia de rosas", es decir, de gracias y bendiciones, para alentarnos a amar más a Dios y como una señal de que Él está presente y actuando en nuestras vidas.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 9. 57-62

Mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: "Te seguiré a donde quiera que vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza".

A otro, Jesús le dijo: "Sígueme". Pero él le respondió: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios".

Otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia". Jesús le contestó: "El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".

Santos Miguel, Gabriel y Rafael, arcángeles

El cielo abierto

Cuando pensamos en los ángeles quizás pensamos en creaturas exentas de la fatiga de vivir y ajenas a nuestra experiencia de lucha. Sin embargo, los arcángeles —que hoy recordamos— están involucrados en nuestras luchas. Miguel, Gabriel y Rafael pueden definirse como una especie de "trinidad angélica" que está a nuestro lado para ayudarnos a llevar con valentía nuestra lucha espiritual. Su papel es precisamente ayudarnos, sostenernos y guiarnos en este combate espiritual.

La vida cristiana es una lucha porque se trata de un renacimiento que nunca sucede de una vez por todas y lleva consigo una porción de dolor. Por ejemplo, ¿nos resulta fácil rezar? ¿Es natural amar a todos, incluso desearles el bien a quienes nos ha hecho el mal, como nos enseñó Jesús? ¿Quién de nosotros no experimenta una crisis cuando se mide con ciertas páginas del Evangelio? Los ángeles son valiosos compañeros de viaje que nos ayudan a permanecer en diálogo, en comunión, con Dios y recibir su fuerza.

En el evangelio de hoy, Jesús anuncia a Natanael una manera nueva de entender su identidad y las consecuencias de seguirlo: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". No es poesía, es una revelación. Cristo habla de un cielo abierto y de un Dios que se pone de nuestra parte, que hace posible la comunión gozosa con Él. Esta comunión, sin embargo, está siempre amenazada, siempre en peligro.

Los arcángeles vienen en nuestra ayuda; conectan el cielo y la tierra, Dios y el ser humano. El nombre de cada uno ellos, revela un aspecto particular del apoyo que el Señor nos ofrece desde su "cielo abierto". El arcángel Gabriel anuncia a María —y a través de ella a todos— un nuevo sentido de la vida que la cambia radicalmente. También necesitamos que alguien tome en serio en nuestra debilidad, cure nuestras heridas sin condenarnos. Esta acción compasiva de Dios está representada por Rafael. Por último, tenemos necesidad de sentirnos a salvo del mal, que quiere confundirnos, herirnos, romper la convicción de ser amados. Esta protección está representada por Miguel. Este arcángel nos custodia para que nada nos arranca de las manos del Señor.

La fiesta de los arcángeles nos invita a dar gracias a Dios por su cercanía a través de estos seres celestiales y nos estimula a ser como ellos: a ayudar en la lucha contra el mal, a ser portadores de las buenas noticias de Dios y a ser un bálsamo para las heridas de los que nos rodean. Celebremos, honremos, demos gracias a los arcángeles porque, cuando abrimos la mirada interior, reconocemos su obra en nuestra vida.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Juan 1, 47-51

Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: "Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez". Natanael le preguntó: "¿De dónde me conoces?" Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera". Respondió Natanael: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Jesús le contestó: "Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver". Después añadió: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". 

XXVI Domingo Tiempo Ordinario

Despertar

Vivimos en una época marcada por una evolución tecnológica sin precedentes, una carrera constante hacia el confort, la eficiencia y la satisfacción instantánea. Estamos hiper alimentados de estímulos y satisfacciones que prometen hacernos la vida más fácil y agradable. Pero, ¿qué pasaría si precisamente este bienestar, esta sobreabundancia de placeres, estuviera debilitando nuestra capacidad de ver el mundo tal como es? ¿Y si la comodidad, en lugar de ser un aliado, se ha convertido en una jaula dorada que atrofia nuestros sentidos y nuestra alma?

Uno de los peligros del bienestar es la atrofia sensorial. Basta pensar en los niños que crecen inmersos en las pantallas de computadoras y teléfonos inteligentes. Según estudios, al recibir una cantidad masiva de imágenes pierden, entre otras cosas, la capacidad de imaginar por sí mismos. Este es sólo un ejemplo de cómo el exceso de estímulos externos puede debilitar nuestras facultades internas.

El rico de la parábola está completamente inmerso en su comodidad, sin darse cuenta hacia dónde lo está llevando. Tan inmerso que se vuelve ciego y sordo ante la presencia de Lázaro, un mendigo que está a la puerta de su casa. La paradoja salta a la vista: la comodidad, el placer y la obsesión por la estética, en lugar de enriquecer su vida, lo despojaron de su humanidad, lo volvieron incapaz de ver el sufrimiento que estaba a su lado.

"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto". El significado de estas palabras es profundo y terrible: el problema no es la falta de pruebas o milagros, sino la atrofia de los sentidos. Si nuestra capacidad de percibir el mundo está adormecida por el exceso de placeres, ninguna verdad, por más grande que sea, podrá convencernos. No basta un acontecimiento extraordinario para despertarse; es necesario superar la atrofia de los sentidos. Desde esta perspectiva, la cruz, el dolor y las incomodidades que nos visitan tienen la finalidad precisamente de abrirnos los ojos.

El punto más desconcertante y transformador de la parábola es este: el pobre que está en la puerta no es un problema, sino un regalo. Lázaro le parece una molestia al rico. Era exactamente lo contrario: era una oportunidad. Esta inversión de perspectiva es clave. "Lázaro" no es solo el mendigo, sino el símbolo de toda forma de sufrimiento e incomodidad que desafía nuestra comodidad. Los pobres, los problemas, los sufrimientos que nos rodean no son para fastidiarnos. A través de ellos Dios nos visita para despertarnos del letargo del bienestar. Ese mendigo, incómodo y molesto, era un regalo de Dios para el rico insensible.

En una época obsesionada con la apariencia y el bienestar, el riesgo de construir nuestro propio camino de perdición es real. La búsqueda constante de placer y comodidad nos hace ciegos no solo a los necesitados, sino también a las personas que tenemos a nuestro alrededor. Decía Simone Weil que "el primer milagro es darse cuenta de que el otro existe".

La parábola es un llamado urgente a despertar. La pregunta es: ¿Qué estamos dejando de ver? ¿Quién es el Lázaro que hoy está en la puerta de nuestra vida, bajo la forma de un problema o un sufrimiento que ignoramos? ¿Nos estamos dando cuenta de que esta podría ser una oportunidad para despertar, para humanizarnos?

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él. Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas». Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá».

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos». Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán». Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto»".

XXV Viernes Tiempo Ordinario

Construir y reconstruir

Construir y reconstruir es hermoso, estimulante. Nos construimos y reconstruimos a nosotros mismos, construimos y reconstruimos el mundo y la historia, construimos y reconstruimos el reino de Dios unidos a Cristo.

Pero el entusiasmo, sometido a la prueba del tiempo, conoce también la fatiga y el desaliento, especialmente cuando nos damoscuentade que los resultados casi nunca coinciden con lo previsto. El profeta Ageo es llamado por Dios a hablar al pueblo y a sus jefes precisamente en un momento así, cuando se tarda la reconstrucción del Templo.

Ageo invita al pueblo a mirar más allá de los escombros de la destrucción para imaginar un mundo mejor. Cuando la vida personal y social se presenta con su lado más duro, se hace necesario y urgente hacer espacio a lo que el profeta presenta como una promesa que supera toda imaginación: "La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero, y en este sitio daré yo la paz". Reencontrar la esperanza exige no replegarse en el propio dolor para poder involucrarse con generosidad en los procesos de transformación de la realidad. Como creyentes estamos llamados a mirar al futuro con una confianza abierta a las transformaciones.

A través de preguntas, el profeta quiere impedir el extravío del pueblo: "¿Queda alguien entre ustedes que haya visto este templo en el esplendor que antes tenía? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿Acaso no es muy poca cosa a sus ojos?". Cristo también pregunta a los suyos: "¿Quién dicen que soy yo?". Pedro contesta: "El Mesías de Dios". Jesús acepta el reconocimiento mesiánico de Pedro, pero lo completa y lo precisa: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".

En estas palabras, Jesús expresan su manera de entender la espera del Mesías en términos mucho grandes que la simple solución de problemas. No sólo sufrir, sino "sufrir mucho" es el secreto para comprender el misterio de Cristo como Mesías.

Como el profeta Ageo, Cristo nos exhorta a no dejar nunca la tarea de construir del reino de Dios, incluso cuando el sufrimiento, la exclusión y la muerte se conviertan en horizontes inevitables. Nunca debemos perder de vista sus últimas palabras: "resucite al tercer día". A pesar de todos los sufrimientos, al tercer día el amor resucita de la muerte. Y como dice el psiquiatra italiano Giacomo Dacquino: "El amor no es sólo un sentimiento, sino un bien que hay que conservar con un compromiso constante, una educación permanente… Es como un fuego en el que cada uno debe poner su parte de leña para alimentarlo".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 9, 18-22

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado".

Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Respondió Pedro: "El Mesías de Dios". Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.

Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".

XXV Jueves Tiempo Ordinario

Tiempo de Gracia

La confusión reina en el rey Herodes. Donde obra el mal es difícil ver la luz. Si a veces nuestro juicio y nuestra capacidad de discernimiento son presa de la confusión, quizás sea porque hemos buscado la oscuridad y estamos en la oscuridad. Si nos distanciamos de ella podemos esperar ver algo.

Puede ser que, como Herodes, estamos deseando encontrar a Dios, reconocerlo, pero a veces sentimos que no logramos identificar su persona, comprender su modo de actuar. En Herodes hay una chispa de luz: "Y tenía curiosidad de ver a Jesús". A pesar de la situación estructuralmente incorrecta de Herodes, conserva el deseo de ver la verdad, de ver a Jesús. Es un buen punto de partida. Pero que no quede en un punto de partida.

Los deseos son motores. Nacen en los ojos y mueven los pies, arman las manos, invitan a trazar proyectos. Pero Herodes muestra una anomalía. El deseo queda bloqueado. Más adelante, el Evangelio dirá que este deseo quedó en un hermoso, pero estéril pensamiento. Cuando Herodes tenga finalmente la oportunidad de ver a Jesús durante la Pasión del Señor, le hará varias preguntas sin obtener ninguna respuesta. Prefiere estrechar los vínculos con Pilatos que buscar la verdad.

La actitud de Herodes es más común de lo que pensamos. Corremos el riesgo de buscar sin movernos y sin involucrarnos. En la primera lectura, el profeta Ageo habla de la sutil pereza en la que podemos caer. Dejamos para después el momento de movernos hacia las cosas grandes a las que nuestro corazón se siente llamado: "Este pueblo mío anda diciendo que todavía no ha llegado el momento de reconstruir el templo".

El profeta exhorta: "Reflexionen sobre su situación". Ageo nos ayuda a comprender que el discernimiento no se limita a una operación intelectual. Hay que partir de la vida: "Han comido, pero siguen con hambre; han bebido, pero siguen con sed; se han vestido, pero siguen con frío". Los israelitas se habían concentrado en reconstruir sus casas y habían descuidado reconstruir el templo del Señor. Lo que debería ser prioritario se convirtió en secundario. Por eso la invitación del profeta a darle al Señor el lugar que le corresponde, porque Dios es la Roca sobre la cual debemos construir la casa.

Si las cosas están así, queda algo por hacer. Ir a la verdad de nuestro deseo y a la insatisfacción que nos habita, y confrontarlos con la pobreza de lo que hemos realizado, hasta comprender que somos nosotros los que hemos creado la distancia que los separa. Nosotros, favorecidos con la gracia que Dios da continuamente a sus hijas e hijos.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 9, 7-9

El rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Pero Herodes decía: "A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?" Y tenía curiosidad de ver a Jesús. 

XXV Miércoles Tiempo Ordinario

Dios confía en nosotros

La primera lectura nos hace tomar consciencia de que Dios entra en nuestros exilios más dolorosos para ofrecernos el consuelo de un refugio y de una esperanza. Es lo que experimentamos cada vez que, después de habernos alejado a causa del pecado, levantamos la mirada hacia Él superando la vergüenza y el miedo.

Cuando el pueblo regresa a su tierra después del exilio, el escriba Esdras hace una oración: "Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros pecados se han multiplicado hasta cubrirnos por completo". La conciencia de las culpas puede hacer que se estreche el horizonte de la esperanza y se abra la puerta a la desesperación. Cuando cedemos a la desesperanza difícilmente podemos experimentar la salvación, porque perdemos el asidero con el cual la gracia puede levantarnos de nuestra postración y hacernos experimentar el alivio que viene de lo alto.

Pero Esdras no se rinde. No se inclina sobre su propia culpa y la culpa del pueblo. Resiste la tentación de replegarse sobre porque esto mata la esperanza. Resuena un "pero" que hace la diferencia: "Pero ahora, Señor, Dios nuestro, te has compadecido de nosotros". Como Esdras, estamos invitados a no cerrar los ojos ante nuestras infidelidades; pero, sobre todo, a abrir nuestro corazón a la gracia.

A la luz de esto, podemos decir que la misión que Jesús confía a sus apóstoles es una misión de gracia, de alivio. No los envía a transmitir una doctrina, sino a dar testimonio de la gracia con la cual las situaciones más dolorosas pueden ser transformadas en ocasión de gracia. Cristo les comparte a sus discípulos la fuerza y el poder del reino de Dios, para curar y liberar. El Evangelio es significativo en los días de las lágrimas y en aquellos de la fiesta, cuando el hijo se va, cuando el anciano pierde la cordura o la salud.

Para expulsar demonios y curar enfermedades los discípulos necesitan libertad de corazón, pobreza de medios, para evitar que éstos oscurezcan el don de la gracia. Están llamados a experimentar la alegría de darse a sí mismos y la gracias de Dios, ser libres del ansia de eficacia y rendimiento. Como decía Giovanni Vannucci: "El anunciador debe ser infinitamente pequeño porque el anuncio es infinitamente grande".

El Señor confía en los suyos a pesar de su pobreza. De hecho, la pobreza no es un obstáculo; al contrario, es una ayuda. En la pobreza se manifiesta la gracia, la riqueza de Dios. Cristo pone en nuestras manos frágiles lo que ha recibido del Padre: su Palabra, su perdón, el fuego de su amor, horizontes de esperanza.

Lucas 9, 1-6

Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.

Y les dijo: "No lleven nada para el camino: ni bastón, ni morral, ni comida, ni dinero, ni dos túnicas. Quédense en la casa donde se alojen, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si en algún pueblo no los reciben, salgan de ahí y sacúdanse el polvo de los pies en señal de acusación". Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes.


San Pío de Pietrelcina

La familia de Jesús

No debe haber sido fácil para la madre y los parientes de Jesús enterarse de que las cosas habían cambiado. Abrazando una vida itinerante, enfocada al anuncio del reino de Dios, Jesús era ya un famoso maestro, lleno de actividades y rodeado por multitudes de discípulos. Tampoco debió haber sido agradable la respuesta de Jesús cuando expresaron su deseo de encontrase con él: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

Parece que a la respuesta de Jesús le faltaba tacto y diplomacia; sobre todo para María, unida a él en una relación muy profunda de amor y fe. Sin embargo, si lo pensamos bien, en el corazón de María estas palabras debieron parecer dulces y familiares, casi un compendio de lo que ella misma había enseñado a su hijo. En efecto, la Virgen se había convertido en la madre del Dios hecho hombre precisamente así: escuchando y poniendo en práctica la palabra de Dios, anunciada a ella por medio del ángel.

Con su respuesta, Jesús no hizo otra cosa que recordarle a María cómo su singular relación de fe, de amor y de sangre con ella se ensanchaba hasta abarcar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica.

Hoy recordamos al Padre Pío de Pietrelcina, un fraile franciscano capuchino. Su devoción a la Virgen María era profunda y arraigada desde la infancia. La veía como una madre y una fuente de gracia y fuerza espiritual.

Ya en vida, el Padre Pío gozó de una notable veneración popular. Tenía fama de taumaturgo, de confesor y acompañante espiritual. Es conocido por haber recibido, como Francisco de Asís, las heridas de la pasión de Cristo en su cuerpo. El papa Benedicto XV dijo: "El padre Pío es uno de esos hombres extraordinarios que Dios manda de vez en cuando para convertir a los hombres". Son incontables las personas que hablan de la protección especial y de la "presencia viva" del padre Pío en su vida.

La figura de Padre Pío corre el riesgo de ser abordada superficialmente cuando nos detenemos en nuestro deseo de ver signos y no somos capaces de captar quién y qué está detrás de ellos. Hay que captar lo que hay detrás de las heridas del Padre Pío. Detrás de esas heridas está el encuentro con Jesucristo Crucificado que le dejó la certeza de ser amado total e incondicionalmente. Su mayor pesar será no corresponder lo suficiente al amor recibido. El Crucificado le hará comprender que donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota, ahí está toda la potencia del Amor ilimitado de Dios. El Padre Pío estuvo siempre acompañado por esta certeza: Dios se sirve de modos e instrumentos que nos pueden parecer débiles.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 8, 19-21

Fueron a ver a Jesús su madre y sus parientes, pero no podían llegar hasta donde él estaba porque había mucha gente. Entonces alguien le fue a decir: "Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte". Pero él respondió:
"Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

XXV Lunes Tiempo Ordinario

Iluminados para iluminar

La primera lectura narra cómo, en lo más hondo de las tinieblas de la desesperación del exilio —que con el tiempo se había transformado en hábito y resignación— se levanta, finalmente, una luz. Esta luz se manifiesta en un llamado que no sólo viene de lejos, sino que también proviene de donde nadie lo esperaría. Ciro, rey de Persia, un rey extranjero y pagano, se hace portavoz de un nuevo comienzo para el pueblo de Dios, aturdido por dolor y el sufrimiento que —como nos puede suceder a nosotros— debilitan la esperanza y la audacia.

El pueblo —adaptado ya a la esclavitud y la sumisión— es invitado a recuperar el ánimo y a reencontrar un dinamismo que pone en marcha y reaviva la fantasía. El rey Ciro decreta: "Dejen que el gobernador y los dirigentes de los judíos reconstruyan el templo de Dios en su antiguo sitio… Con los impuestos de la región del otro lado del río, destinados al rey, se les pagarán puntualmente los gastos a esos hombres, para que no se interrumpa el trabajo". El pueblo es liberado del exilio para que reconstruya su relación con Dios y reconstruya su vida. Construir y reconstruir indican un movimiento interior que acompaña la historia de la humanidad en sus mejores momentos.

Jesús radicaliza esta invitación con la imagen del fuego, el cual, por su misma naturaleza, se levanta hacia lo alto y difunde a su alrededor un resplandor que permite a la vida expandirse y revelar su belleza. Si el rey Ciro invita al pueblo a salir y reconstruir, Jesús nos invita a vivir de manera luminosa y gozosa, sin ceder a la tentación de replegarnos sobre nosotros mismos o de cubrirnos con el manto del miedo que paraliza.

Es claro que una vela se enciende para iluminar. Su simbología también es clara: Cristo es como una luz que brilla, a pesar de las dificultades y los obstáculos. Entonces, ¿por qué el Maestro plantea situaciones tan absurdas, como la de una vela que termina bajo una vasija, con el riesgo de apagarse? ¿O debajo de una cama, con el riesgo de incendiarla? ¿Quién de nosotros llegaría a cometer acciones tan absurdas? Si Jesús habla de esto es porque existe el riesgo de hacer realidad estas situaciones absurdas.

La luz de la fe, del amor, de la esperanza, de la bondad, en pocas palabras, la luz de Cristo ha sido encendida en nosotros. Somos luz no porque seamos virtuosos, sino porque fue encendida en nosotros. No la ocultemos. No nos privemos a nosotros mismos y a los demás de esa luz. Jesús no pide hacer cosas extraordinarias sino llevar la luz al espacio más ordinario de la existencia. Las palabas de la primera lectura podrían indicar el dinamismo que anima nuestros corazones cada día: "Así los dirigentes de los judíos avanzaron con rapidez en la reconstrucción del templo".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 8, 16-18

Jesús dijo a la multitud: "Nadie enciende una vela y la tapa con alguna vasija o la esconde debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren puedan ver la luz. Porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.

Fíjense, pues, si están entendiendo bien, porque al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, se le quitará aun aquello que cree tener".

XXV Domingo Tiempo Ordinario

La riqueza, instrumento de salvación

La compleja parábola del administrador deshonesto interpreta la vida como un tiempo para administrar los dones recibidos de Dios (talentos, bienes, personas), de los cuales un día tendremos que dar cuenta al Dueño. La pregunta de fondo que plantea la parábola es esta: ¿Cómo estoy administrando la vida, el tiempo, que han sido puestos en mis manos?

Todos somos administradores y administradores deshonestos, porque —quien más, quien menos— usamos como si fuera nuestro algo que no lo es. Empezando con la vida, todo es un don. Jesús lo dice claramente: somos administradores de una riqueza ajena. El sentido de la vida está aquí: cómo administrar lo que nos ha sido confiado.

El punto crucial y aparentemente contradictorio de la parábola es la alabanza del amo al administrador. ¿Por qué la alabanza? Cuando el patrón le pide cuentas, la única opción que tiene el administrador es afrontar la situación. En su futuro se perfila un horizonte negro. Y precisamente en el momento de la crisis, descubre el sentido de la vida. Jesús no alaba su deshonestidad, sino su manera de afrontar la crisis. No se pierde en lamentos, ni en patéticas autodefensas y declaraciones de inocencia, no denuncia conspiraciones en su contra. Toma nota de la situación y se pregunta: "¿Qué voy a hacer?". La pregunta explota en el corazón. ¿Qué hacer con el tiempo que me queda? ¿Qué necesito realmente?

En ese momento podría seguir acumulando más dinero. Pero comprende que el sentido de la vida —la buena administración— es con/donar, es decir, donar, reglar sin reservas, aunque los demás no tenga ningún mérito, quitarles un peso de encima, hacerlos felices. El administrador comprende que los bienes del dueño (Dios) se administran correctamente usándolos con misericordia. Dios nos pide ser justos; pero, sobre todo, ser misericordiosos. El administrador deshonesto es elogiado porque ha elegido el camino de la generosidad, reflejo de la generosidad divina. ¡Se ha creado un futuro condonado las deudas de otros!

Jesús concluye la parábola con una invitación: "Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo". Es una invitación a ganar amigos. El administrador deshonesto había invertido astutamente para ganar y acumular dinero; ahora usará el dinero para hacer amigos, para acumular amigos. "Haz amigos", dice Cristo. Invierte en afecto, relaciones, amistad. Haz amigos regalando tiempo, sonrisas, apoyo afectivo y económico, aliento. Si hacemos esto, habremos hecho la inversión más rentable de nuestras vidas.

¿Quién gana realmente, en el juego de esta vida y en el juego de la vida eterna? Quien ha hecho de lo que posee un sacramento de comunión. Es crucial reconocer que nuestras posesiones pueden ser un sacramento. La riqueza puede ser instrumento de salvación o de perdición.

El que elige servir al dinero termina esclavo de la vanagloria y la soberbia; el que elige servir a Dios reconoce la Fuente de todo don y es libre. Comprende que es sólo administrador y, por lo tanto, está dispuesto a devolver lo que ha recibido. Los que ha ayudado serán quienes den testimonio a su favor para entrar en el cielo, que es lo nuestro y no el dinero, diciendo: "Sí, este puede entrar en el cielo; porque me ha tratado con misericordia, me ha ayudado, ha utilizado los bienes de Dios para remediar mis necesidades".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 16, 1-13

Jesús dijo a sus discípulos: "Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador». Entonces el administrador se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan».
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: «¿Cuánto le debes a mi amo?» El hombre respondió: «Cien barriles de aceite». El administrador le dijo: «Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta». Luego preguntó al siguiente: «Y tú, ¿cuánto debes?» Este respondió: «Cien sacos de trigo». El administrador le dijo: «Toma tu recibo y haz otro por ochenta». El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz. Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.

El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?

No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero".

XXIV Tiempo Ordinario

¿Cómo puedo amar más?

Es de sobra conocido que, en tiempo de Jesús, las mujeres, formaban un grupo marginado. Jesús decide entrar allí. No lo hace por una lucha política o ideológica sino porque está convencido de que en los márgenes de la historia y de la sociedad se encuentra Dios. Excluir a las mujeres es privarse de una manera privilegiada a través de la cual Dios se hace presente y actúa.

Casi siempre se habla del grupo de los Doce que sigue a Jesús. Pero las mujeres también formaban parte del grupo que lo seguía. Eran mujeres convertidas al amor de Jesús. Habían experimentado la fuerza de la gracia sanadora Cristo y se habían enamorado de una nueva forma de vivir. Eran simplemente ellas mismas, sin necesidad de un hombre que las protegiera como un amo. Procedían de las altas esferas de la sociedad. Ayudaban a Jesús y a los otros discípulos en lo necesario para su itinerancia: comida, ropa, dinero.

Las mujeres recorren junto al Señor y a los discípulos un camino de liberación y de iluminación progresiva. Seguir a Cristo nos cura del miedo a las diferencias y nos une. Dice san Pablo que "en Cristo ya no hay diferencia entre varón y mujer; porque todos son uno en Cristo Jesús".

La presencia de un grupo de mujeres junto a Jesús y los apóstoles es fundamental para la Iglesia. Algo que no debemos olvidar si queremos permanecer creativamente fieles a las intuiciones de nuestro Señor. La presencia y el rol de las mujeres en la Iglesia es hoy tema de debate, con posturas muy diferentes y a veces irreconciliables. Pongamos atención al relato de Lucas.

El modo de actuar de las mujeres que acompañaban a Cristo manifiesta la manera como ellas concebían la vida: "Los ayudaban con sus propios bienes". No están preocupadas por acumular para sí mismas. Son capaces de cuidar a los necesitados. Su compartir es el signo concreto de una vida no replegada sobre sí misma y de un camino recorrido juntos.

Las mujeres recuerdan que, si el anuncio del Evangelio quiere llegar en profundidad, no pueden faltar nunca la atención, el cuidado, la ternura y un plus del amor. Las mujeres recuerdan cómo es posible llegar a no traicionar y no renegar del Señor, lo que sucedió con el grupo de varones, con excepción de Juan. No basta estar en el grupo de los seguidores de Jesús. Hay que está dispuestos a permanecer con él en el momento en que el cual no confirma nuestras expectativas. Recuerdan que no se disfruta plenamente la resurrección cuando no hemos aceptado asumir también el drama del dolor y de la muerte.

Hoy el Espíritu nos pide dejarnos sorprender, una vez más, por la novedad del Evangelio. Mirar con nuevos ojos. Dejar de preguntarnos "quién es más importante" y preguntarnos más bien "¿cómo puedo amar más?"; porque donde hay amor verdadero, allí está el Reino de Dios.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 8, 1-3

Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.

XXIV Jueves Tiempo Ordinario

Exceso de amor

La fe de la mujer pecadora no es una fe pensada ni hablada. No se expresa en fórmulas como la de Pedro: "Tú eres el Mesías". La fe —que va siempre unida al amor— impulsa a la mujer a salir de casa a plena luz del día, sin el velo de la noche para cubrir su vergüenza, y a entrar nada menos que en la casa de un fariseo santurrón. Entra para ofrecerle a Jesús un regalo: su perfume, instrumento de trabajo tan valioso como vergonzoso. Pero algo atrae su mirada: Jesús tiene los pies sucios. Al anfitrión se le había olvidado darle agua para limpiar sus pies.

Inmediatamente un nuevo pensamiento y un nuevo sentimiento emergen a su mente: le lavará los pies con el perfume. A la consciencia de su pecado se añade la consciencia de la misericordia divina. Sabe que Jesús no sólo no la juzgará, sino que en cierto modo tiene necesidad de ella, precisamente de ella, una pecadora con corazón y ojos de mujer, incapaz de permanecer indiferente a los pies polvorientos del Señor. Las lágrimas fluyen. Lavan sus ojos antes que los pies del Maestro, para permitirle ver en sí misma algo más que una prostituta. El perfume cambia de destino. Se convierte en ofrenda derramada sobre aquellos pies fatigados y sagrados a sus ojos.

No dice nada. Sin embargo, expresa lo que es el amor cuando se puede expresar con la libertad de un corazón agradecido y feliz. A diferencia del fariseo Simón, que con rígida educación acoge al Señor como huésped en su casa, la pecadora muestra en qué consiste la fe en Cristo: mucho amor a Aquel que nos ha amado mucho.

La actitud correcta, medida, de Simón contrasta con la actitud impropia y desenfadada de la mujer que se abandona al llanto, a los cabellos sueltos, a los besos, al perfume, al lavatorio de los pies. Es el exceso de quien se sabe amada y perdonada. Esta mujer, sin nombre ni voz, que conoce muy bien el lenguaje del cuerpo, expresa con todo lo que tiene —incluido su pecado— la necesidad de agradecer y adorar a aquel que ha despertado en ella una dignidad oculta pero no perdida. Sin esperar invitación, ni dejarse intimidar por el juicio de los demás, realiza lo que ha aprendido a hacer: mostrar y ofrecer su cuerpo, consciente de no tener nada que perder al hacerlo.

A través de esta exuberancia pública de amor y de gratitud, la pecadora realiza lo que podemos hacer cuando topamos con nuestra pobreza. Muchas veces las palabras se nos escapan o ni siquiera llegan. Siempre podemos, en cambio, derramar lágrimas mientras caminamos por este "valle de lágrimas", como dice la oración de la Salve, donde sucede la larga tribulación y la gran transformación de nuestra humanidad. Y este pequeño gesto puede ser de gran ayuda para quienes, quizás, han olvidado el gran amor que precede, acompaña, sigue cada uno de nuestros pasos.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 7, 36-50

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.

Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: "Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora". Entonces Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". El fariseo contestó: "Dímelo, Maestro". Él le dijo: "Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?". Simón le respondió: "Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama".

Luego le dijo a la mujer: "Tus pecados te han quedado perdonados". Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: "¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?" Jesús le dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en paz".