HOMILÍAS

El Cuerpo y la Sangre de Cristo
"Denles ustedes de comer"
En la fiesta del Corpus Christi leemos el relato de Lucas que narra el gesto con el cual Jesús alimentó a la multitud con cinco panes y dos pescados. El problema era insoluble. El hambre de cinco mil personas depende de cinco panes y dos pescados. Los apóstoles ofrecen su solución: "Despide a la gente para que vayan a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida". Jesús ofrece otra solución desconcertante: "Denles ustedes de comer". No sorprende que los discípulos se bloquean ante una necesidad tan urgente y la conciencia de no tener los medios para afrontarla.
Jesús invita a sus discípulos a cambiar de mentalidad. Cuando un problema es insoluble, la solución está en salir de nuestra lógica humana para entrar en la lógica del Señor, del cual hacemos memoria en la Eucaristía. El pan que Jesús dio la multitud no salió de un sombrero mágico. Fue el fruto de la oración del Señor. En la oración se percibe una manera nueva de ver y afrontar la realidad.
Cuando Jesús pide a los suyos que den de comer a la multitud les está sugiriendo hacerse pan para los demás. Cuando en la Eucaristía recibimos al Señor como alimento, descubrimos que también nosotros estamos llamados a ser alimento para los demás; nos volvemos eucaristía, pan partido para la vida del mundo. La vida se vuelve abundante cuando no la guardamos sólo para nosotros, sino cuando estamos dispuestos a ofrecerla.
La multiplicación de los panes prefigura la Eucaristía. En la Eucaristía nuestra pobreza se encuentra con la riqueza de Dios y se realiza una trasformación. El centro de la Eucaristía es la trasformación. No sólo se trasforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor. El cambio en el pan y el vino está orientado al cambio en las personas que lo comulgan: se vuelven eucaristía. Y el cambio en las personas está orientado al cambio en la sociedad que dice "no" a la mentira, a la injusticia, al egoísmo, a la falta de solidaridad, y dice "si" a la verdad, la justicia, la compasión, la solidaridad. En la Eucaristía también se trasforma la creación. En su encíclica La Iglesia vive de la Eucaristía, el Papa Juan Pablo II presenta la dimensión cósmica de la Eucarística. Dice: "El mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo".
Cristo nos llama a hacernos ministros de una sobreabundancia que supera con creces lo que se necesita. La fuerza de la Eucaristía nos transforma, nos cura del egoísmo y de la codicia, y hace que confiemos en la Providencia divina y en la caridad fraterna.
En esta fiesta se realizan procesiones por las calles de ciudades y pueblos, precedidas y acompañadas por la Eucaristía. La fiesta del Corpus nos introduce en el corazón de nuestro mundo como signos de la presencia de Cristo: "Denles ustedes de comer". Cuando la Eucaristía nos transforma en eucaristía, lo poco que nos limita se convierte en lo poco que nos permite hacer grandes cosas. ¡La escasez se transforma en sobreabundancia!
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas: 9, 11-17
En aquel tiempo, Jesús habló del Reino de Dios a la multitud y curó a los enfermos. Cuando caía la tarde, los doce apóstoles se acercaron a decirle: "Despide a la gente para que vayan a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar solitario". Él les contestó: "Denles ustedes de comer".
Pero ellos le replicaron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente". Eran como cinco mil varones.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta". Así lo hicieron, y todos se sentaron. Después Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados, y levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente. Comieron todos y se saciaron, y de lo que sobró se llenaron doce canastos.
XI Miércoles Tiempo Ordinario
En la intimidad con el Padre
En la práctica de la fe cristiana no es raro que naufraguemos a pesar de nuestras buenas intenciones. El evangelio de hoy pone de manifiesto uno de los principales obstáculos con el que tropezamos frecuentemente: la sutil tiranía de nuestro ego, la necesidad de ser vistos y aplaudidos.
Para superar este obstáculo, Jesús nos remite a "lo secreto" del corazón, donde habita Dios. Ahí está nuestro verdadero tesoro, la perla más fina, el manantial más profundo. Encontrar ahí a Dios es nuestra mejor recompensa. Salir fuera a manifestar con obras lo que ha sucedido en el interior, es la consecuencia normal del encuentro con el Señor.
Desde aquí, desde la intimidad con el Padre, el amor se expande. Bajo la mirada del Padre podemos madurar una serenidad interior y encontrar plenitud y alegría, liberarnos de la búsqueda inútil y frenética del aplauso de los demás. Quien se encuentra con el Señor y se expone a los rayos bienhechores de su Palabra, es contagiado por su discreción. El amor actúa en silencio. El bien es como la semilla que se esconde en la tierra para poder dar mucho fruto. No hace ruido, pero cambia la realidad.
Cristo nos llama a hacer las cosas desde "lo secreto" de nuestro corazón donde está el Padre. Ahí hay verdad, libertad y amor. En el secreto podemos discernir con claridad cuál es el motivo de nuestros actos de piedad, cómo y hasta qué punto queremos darnos. El secreto del corazón es el lugar de la libertad y de amor. Mientras menos necesidad tenemos de alardear, de buscar el reconocimiento de los demás, de querer que los demás se den cuenta, más nos sentimos amados y libres. Precisamente por eso no buscaremos nada más. Cuando la caridad es alardeada, la oración ostentosa y la ascesis exhibida, quiere decir que ya no damos culto a Dios sino buscamos el culto a nuestra imagen.
La fe cristiana es el lugar donde debemos sentirnos amados hasta el punto de no buscar compulsivamente la aprobación de los demás. Pero, ¿es así? ¿O la práctica cristiana se ha convertido también en una forma más de ostentación, de aparentar?
San Pablo nos recuerda en la primera lectura que Dios ama al que da con alegría y el que siembra con generosidad cosecha con generosidad. El secreto no está en esconderse, sino en darse sin exhibirse, sin buscar ser vistos y aplaudidos por los demás.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 6, 1-6. 16-18
Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres, para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. En cambio, cuando tú des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".
XI Martes Tiempo Ordinario
Enriquecer desde la pobreza
Cuando nos hacen un mal, nuestro corazón se cierra, nace la rabia y el deseo de defendernos o, al menos, de distanciarnos. Es natural pensar que quien nos hace daño no merece nuestro amor. De hecho, a menudo sentimos la necesidad de devolver el golpe o de protegernos detrás de la indiferencia o del silencio.
Jesús pide: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian". Parece una insensatez tratar de cruzar el umbral de nuestras capacidades. Jesús agregar algo más: "Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto". ¿Cómo podemos ser perfectos en el amor si somos tan imperfectos? Cristo sabe bien que podemos instalarnos en la mediocridad y el conformismo. Por eso no vacila en invitarnos a volar alto. En realidad, si observamos bien, tendemos hacia la perfección, aun experimentando las caídas.
Para poder realizar lo que nos propone, Jesús nos invita, ante todo, a contemplar al Padre, a ser como su Padre. El punto de referencia es el Padre Dios que, como dice san Pablo en la primera lectura, "ha comenzado su obra en nosotros". Esta es la buena noticia, esta es la motivación. Pero, ¿el Padre del cielo es nuestro modelo? Da vértigo tener al Padre como modelo. Sin embargo, sólo contemplarlo largamente nos hace buenos. Su Rostro irradia bondad, paz, ternura, serenidad, confianza.
Si contemplamos largamente al Padre nos resulta más fácil orar por nuestros enemigos y hacerles el bien, como pide Jesús. Rezar por quienes nos ha hecho daño no es justificarlos, sino confiarlos a Dios. Es también una manera de soltar el rencor que envenena y consume nuestro corazón. Hacerles el bien dando pequeños pasos, por ejemplo, no hacerles el mal y evitar hablar mal de quien nos ha herido.
En la primera lectura, Pablo se alegra porque los cristianos de Macedonia, de recursos económicos muy limitados, han compartido espontáneamente sus bienes. Esta actitud de locura y libre despilfarro, nos revela algo de la perfección de la cual habla Jesús. Generalmente estamos convencidos de que nos falta algo para ser felices, buenos, santos. Pero el problema no es lo que nos falta, sino lo que tenemos.
Pablo presenta a la comunidad de Macedonia como un modelo porque en ella se manifiesta Jesucristo que se hizo pobre para enriquecer, santificar, su Iglesia: "Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza". Estas palabras del Apóstol nos permiten captar la provocación del Evangelio. Un empobrecido nos enriquece. Cristo enriquece desde su pobreza. La generosidad de Cristo y la generosidad de los cristianos de Macedonia nos desafían.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 5, 43-48
Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto".
XI Lunes Tiempo Ordinario
Una mirada diferente
"Ojo por ojo, diente por diente". La ley del talión —anticuada y en muchos aspectos bárbara— era un balbuceo de Evangelio. Con esta ley se intenta frenar la violencia ciega que aprieta el corazón antes de hacernos apretar los puños. Era una barrera a la violencia desenfrenada. Establecía una justicia elemental necesaria para la convivencia.
Las palabras de Cristo "pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo" no son ciertamente un salvoconducto para el mal, sino algo más profundo. Son una invitación a mirar de otra manera. Acoger la novedad del mensaje nos permite poner la atención no sobre el mal que se nos hace, sino sobre aquel que lo está haciendo. Mirar a la persona, sin dejarnos atrapar por mal que hace, es una manera de neutralizar el mal. Permite ver, más allá de la máscara del mal, la necesidad de nuestro prójimo, que, aunque no lo sepa, necesita ayuda. Este puede ser el primer paso de una hospitalidad que puede crecer.
"Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda". Cristo no invita a ser débiles y pasivos, a sufrir la injusticia en silencio. Nos propone algo más profundo y revolucionario: no responder al mal con el mismo lenguaje del mal. Poner la otra mejilla es tener la lucidez, el valor, el autodominio para responder de manera diferente, una manera que rompe la cadena del odio y la violencia. En una ocasión en la cual golpearon Jesús, el Señor no devolvió el golpe; pero tampoco puso la otra mejilla: pidió razón al agresor por el gesto de violencia. El Señor Jesús nos invita a no a hacer de la vida un cementerio.
Las palabras de Jesús "si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil" pueden leerse desde la hospitalidad. Acoger al otro no es sólo darle tiempo, sino estar dispuesto incluso a perder tiempo. La exhortación recuerda el caminar del Resucitado junto a los dos discípulos que regresaban a Emaús. ¡Cuántas cosas se pueden descubrir caminando juntos! ¡Cuántos prejuicios pueden caer! La amistad puede nacer y fortalecerse en ese andar que relaja la mente, suelta la lengua y reconforta el corazón.
Podemos leer las palabras de Jesús desde la vida de Pablo. En la primera lectura, el Apóstol exhorta "a no echar la gracia de Dios en saco roto". Cuando las situaciones adversas se viven desde la Gracia, entonces se trasforman. Escribe Pablo: "Somos los 'impostores' que dicen la verdad; los 'desconocidos' de sobra conocidos; los 'moribundos' que están bien vivos; los 'condenados' nunca ajusticiados; los 'afligidos' siempre alegres; los 'pobres' que a muchos enriquecen; los 'necesitados' que todo lo poseen".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 5,38-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda".
La Santísima Trinidad
Creados para la comunión
Hay muchas personas que viven en soledad patológica, no la soledad fecunda que buscamos para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos. Podemos sentirnos solos o dejamos solos a los demás. Con frecuencia, la soledad patológica es falta de amor, dado o recibido. Amar no es fácil. Implica arriesgarse. Estamos ante el otro con sus exigencias y sus preguntas; tenemos que hacerle un espacio.
Estamos creados para la comunión porque la Trinidad es comunión y nos ha creado a su imagen y semejanza. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos sostienen, nos iluminan, nos transfiguran, nos hacen capaces de recibir y dar. Vivir es convivir, existir es coexistir. Por eso cuando somos acogido y acogemos a los demás, nos sentimos bien, felices, en paz, realizados.
En la primera lectura, el libro de los Proverbios presenta a un Dios alegre que crea vida, belleza y armonía, que juega sobre el globo terrestre y se alegra de estar entre los hijos del hombre. La Sabiduría divina es personificada como una joven encantadora, juguetona, alegre: "Yo estaba junto a él como arquitecto de sus obras, yo era su encanto cotidiano; todo el tiempo me recreaba en su presencia jugando con el orbe de la tierra y mis delicias eran estar con los hijos de los hombres". La Trinidad juega y nos invita a involucrarnos en su juego.
En la segunda lectura, san Pablo habla de un Dios que se desborda y llena nuestros corazones. Estamos inmersos en un océano de amor; pero no nos damos cuenta o preferimos silenciarlo, tal vez porque el amor también tiene que ver con el sufrimiento: "El sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra la esperanza, y la esperanza no defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado".
Celebrar la Trinidades es, pues, contemplar el amor de Dios para poder ser cada vez más imagen del Amor que habita en nosotros. Este Amor es la fuente de nuestra capacidad de amar. No seríamos capaces de amar si el Amor no habitara en nosotros. No el amor en general, sino el amor que se tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Cuando Jesús habla del Espíritu Santo usa los verbos en futuro: "vendrá", "anunciará", "guiará", "tomará", "glorificará". Son verbos en movimiento, en camino, que abren caminos. El Espíritu no puede encerrarse en muros, ni en palabras sagradas. Los creyentes, nacidos del aliento de Dios como Adán, vivimos en un sistema abierto que avanza hacia el futuro. La esencia de Dios es movimiento de amor infinito. En el universo, todo circula, todo avanza: planetas y estrellas, sangre, ríos, viento, aves. La vida, si se detiene, se enferma y se apaga.
Dice Jesús: "Tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender". Cristo sabe que no siempre podemos con todo, que hay verdades, situaciones o dolores que nos sobrepasan. Es evidente que no podemos entenderlo todo; pero el Dios trinitario está siempre para acompañarnos y consolarnos cuando nos sentimos perdidos, para calmarnos cuando hay dentro de nosotros un torbellino. Es esa fuerza silenciosa que nos ayuda a confiar, incluso cuando no comprendemos por qué nos pasa lo que nos pasa.
En las noches que nublan nuestras jornadas —a menudo agotadas por relaciones humanas que tenemos que curar o reinventar— la Trinidad es para nosotros no sólo motivo de esperanza, sino también de inspiración y de creatividad.
Juan 16, 12-15
Jesús dice a
sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las
pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá
guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá
lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me
glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se
lo comunicará a ustedes".
San Antonio de Padua
La riqueza del corazón
La crisis en las relaciones humanas —entre las cuales la relación conyugal es la más fuerte y simbólico— corre el riesgo de resolverse buscando un culpable y cruzando acusaciones.
Jesús nos pide que escuchemos al corazón para entender bien qué queremos y qué precio estamos dispuestos a pagar por ser fieles, no tanto al otro/a al que hemos unidos nuestra vida, sino, sobre todo, ser fieles a nosotros mismos; fieles no a nuestro ego, sino al misterio de comunión, de amor que nos habita. Sólo así podemos dejarnos interpelar por las palabras del Señor: "Yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón".
La mirada a la que se refiere Jesús no debe entenderse como una simple mirada, sino como la decisión de acoger y alimentar ese deseo de posesión de tal manera que se vuelve difícil de controlar. La falta de cuidado del corazón nubla la capacidad de evaluar y actuar, con el riesgo de terminar en un hoyo.
La fidelidad al amor exige estar dispuestos a hacer cortes, no en los demás, sino en nosotros, para que el corazón pueda desarrollar la capacidad de entregarse: "Si tu ojo derecho… si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti". El corazón es la profundidad en la cual tenemos que aprender a estar con lucidez y sinceridad. Justo ahí podemos ejercer una vigilancia valiente, capaz de identificar la matriz de nuestros deseos, de la que depende la dirección de nuestros pasos.
La fuerza para hacer estos cortes está en la conciencia de nuestra debilidad y pobreza; pero, al mismo tiempo, la consciencia de llevar la fuerza de Dios. Decía san Pablo en la primera lectura: "Llevamos tesoros en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismo". La conciencia del valor y de la fragilidad de nuestra vida, nos capacita para no desfallecer ante las dificultades, para dejarnos interrogar por los agobios de la vida, así como nos dejamos inspirar por las emociones y los sentimientos sin los cuales la vida no merecería este nombre.
Hoy recordamos a san Antonio de Padua uno de los santos más populares y de los más grande predicadores que han existido en la Iglesia. Este santo franciscano invitaba con frecuencia a pensar en la verdadera riqueza, la del corazón, que es la única que nos llevamos cuando morimos. Podemos enriquecer el corazón mirando al Crucificado. Decía Antonio: "En ningún otro lugar el hombre puede darse cuenta mejor de cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz". También podemos enriquecerlo practicando obras de misericordia. San Antonio escribe: "El lenguaje tiene vida cuando hablan las obras. Estamos llenos de palabras, pero vacíos de obra. Por eso, cesen las palabras y hablen las obras".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 5, 27-32
Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio. Pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio".
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
Entregar la vida
La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote nos invita a contemplar la belleza del sacerdocio de Cristo y nuestro sacerdocio. El Señor ha hecho de nosotros un "pueblo sacerdotal", llamado a proclamar el Evangelio y extender el reino de Dios. Este sacerdocio y esta misión es para todo el pueblo de Dios, para todos los bautizados. Dentro de este pueblo, Cristo elige a algunos para que lo representen como servidores de la Palabra, de los Sacramentos y de la Caridad.
Esta fiesta nos invita a entrar en la dinámica de Cristo que sigue ofreciendo su vida. Su sacerdocio es muy diferente al sacerdocio del Antiguo Testamento. No se realiza en el espacio sagrado del Templo sino en el espacio de la vida y del mundo. Introduce una revolución en la forma y la manera de relacionarnos con Dios, algo que aún nos cuesta entender. Jesús nos introduce en el misterio del sacrificio y la entrega, el eje de la vida. Ya no es el ser humano el que ofrece sacrificios a Dios, sino Dios quien se "sacrifica" por el ser humano, entregando a la muerte por él a su Hijo unigénito. El sacrificio ya no sirve para "aplacar" a la divinidad, sino más bien para aplacarnos a nosotros, hacernos desistir de la resistencia a Dios y al prójimo, dejarnos de mirar a nosotros mismos.
La entrega de Jesús —que sigue ofreciendo su vida por la humanidad— abraza cada entrega que ponemos delante de su Cruz y le da sentido a nuestras entregas. No solo las entregas pequeñas de cada día, sino nuestra vida entera. La entrega es parte esencial de la vida. Es lo que expresamos en la Eucaristía, de cuya institución nos habla el Evangelio de hoy, sacramento, signo sensible, de la gran corriente de donación incondicional de Jesús por todos.
Ofrecer la vida nos pone delante de aspectos aún sin purificar ni convertir. Son esas zonas de nuestras vidas que aún no hemos revisado y reconciliado. Cuando no hay ofrenda auténtica, la vida del Evangelio se convierte en un maquillaje, la Eucaristía en un rito vacío, la Iglesia en una sociedad como cualquier otra; ya no es Templo del Espíritu y Cuerpo de Cristo.
Este día en el que celebramos a Cristo, fuente del sacerdocio de la Iglesia, del sacerdocio de los laicos, del sacerdocio de las y los consagrados, el sacerdocio de los curas, le pedimos que nos siga bendiciendo, acompañando y purificando nuestro deseo sincero de entregarnos a la misión que nos ha dado. Le pedimos que nos ayude a ser fieles al compromiso bautismal, a orar por la santificación del clero y por las vocaciones al ministerio sacerdotal.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas: 22,14-20
En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios". Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios".
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes".
San Bernabé, Apóstol
Un hombre agraciado
Recordamos a san Bernabé quien, aunque no forma parte de los Doce, y aunque no tiene en la comunidad un lugar tan eminente como el que ocupó Pablo, fue decisivo para el notable crecimiento del cristianismo.
La primera lectura nos lleva a un momento importante de la primera comunidad cristiana, necesitada de darse un nombre nuevo: "En Antioquía, fue donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de 'cristianos'". Antes, los seguidores de Jesús de Nazaret eran conocidos como "los discípulos" o "los que pertenecen a este camino" o "la secta de los nazarenos", nombre acuñado por los enemigos.
Este nombre, el definitivo, llegó en un momento crucial, cuando se estaba elaboración la identidad del grupo. Justo cuando la cara de la comunidad estaba a punto de cambiar radicalmente con la llegada de hombres y mujeres procedentes de diversos contextos culturales y religiosos, y a menudo opuestos, se siente la necesidad de un nombre nuevo que sea lo más abierto y comprensivo posible, capaz de recordar la identidad profunda la comunidad. Ese nombre fue tomado de Cristo mismo. Los seguidores de Jesús son simplemente los "cristianos", es decir, "los de Cristo".
Bernabé había sido enviado a la comunidad de Antioquía, porque "muchos se habían convertido y abrazado la fe", y logró aumentar el número de hermanos/as. Dándose cuenta del compromiso que significaba atender a tantos hermanos, tuvo la valentía de buscar a Pablo, entonces un desconocido, e integrarlo en la comunidad. Bernabé era un hombre sensible, capaz de ver "la acción de la gracia de Dios", como dice la primera lectura, en un perseguidor como lo había sido Pablo. Esta sensibilidad a la gracia lo hace un hombre agraciado que sabe eclipsarse dejando el lugar a Pablo.
Bernabé y Pablo inauguran los viajes misioneros. El anuncio del Evangelio se hace compartiendo el camino de la vida con los demás. El camino no es tanto un lugar físico. Es más bien una disposición de la mente y del corazón, abiertos para encontrar a los demás. La imagen de la casa completa la imagen del camino. Jesús pide sus amigos "hospedarse en ella hasta que se vayan". La imagen sugiere no permanecer en la superficie de las relaciones, sino involucrarse con respeto y delicadeza.
La no preocupación por la eficacia del anuncio, como dice Jesús, nos libera del ansía y la frustración por los resultados, y también libera en nosotros una energía para continuar en la paz; porque, en el rechazo, está siempre el Padre que se preocupa por nosotros y nos consuela con su Espíritu.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 10, 7-13
Envió Jesús a los Doce con estas instrucciones: "Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente. No lleven con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre. No lleven morral para el camino ni dos túnicas ni' sandalias ni bordón, porque el trabajador tiene derecho a su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar, saluden así: 'Que haya paz en esta casa'. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará".
X Martes Tiempo Ordinario
Signos luminosos
En los tiempos antiguos, la sal era un bien valioso. En algunos rituales de acogida, se ofrecía al huésped, además de pan, un poco de sal como signo de bienvenida. Existe la expresión "compartir el pan y la sal" que significa dar la bienvenida, abrir las puertas de la casa y del corazón. La sal se utilizaba no sólo como condimento, sino también para conservar los alimentos, desinfectar heridas, abonar la tierra, como medio de pago. Los trabajadores recibían paquetes de sal como forma de retribución por su trabajo. Esta práctica dio origen a la palabra "salario". Pues bien, Jesús dice a sus discípulos: "Ustedes son la sal de la tierra".
Jesús también dice a sus amigos: "Ustedes son la luz del mundo". Había insistido en hacer todo "en secreto", pero inmediatamente después de las bienaventuranzas invita a ser "luz del mundo". No mantenerla oculta como un tesoro escondido, sino compartirla como se hace con la luz de una vela en la noche. Las bienaventuranzas son luz y dan sabor a la vida. Vivir en la dinámica de las bienaventuranzas hace que los discípulos sean sal y luz.
Podemos preguntarnos: ¿cómo podemos ser sal y luz? ¿Cómo podemos dar sabor a las situaciones y personas que están a nuestro alrededor? ¿Cómo podemos iluminar sus vidas, su oscuridad, cuando a menudo no podemos iluminar ni siquiera la nuestra? La respuesta es sencilla: seamos lo que somos.
Cuando Jesús dice que somos la sal de la tierra y la luz del mundo está definiendo nuestra identidad. Desde Dios somos sal y luz. La identidad no es algo que pueda permanecer oculto. Tampoco se tiene que hacer algo para mostrarla. Simplemente ser, ser desde Dios, manifestar lo que somos: la sal no puede no salar y la luz no puede no iluminar. La cuestión no es salar o iluminar, sino ser sal y luz. Dar lo que tenemos. Por tanto, La primera tarea es tomar conciencia de lo que somos, de nuestra identidad.
Somos sal y luz cuando nuestra vida tiene el sabor de las bienaventuranzas. Con mucha frecuencia no buscamos ser, sino aparecer, brillar, encandilar. Nos importa más aparecer que ser. La vela no se preocupa de iluminar: simplemente arde y, ardiendo, ilumina. La sal no se preocupa por ser sal: simplemente se pierde y está en los alimentos.
Decimos que una persona es "desabrida", "opaca", "apagada". Los cristianos/as estamos en el mundo, pero no insípidos, no apagados, no sin el sabor de la vida. Estamos en el mundo como luz que revela la belleza de las personas y de las cosas, que, en el fondo, es la belleza de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 5, 13-16
Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos".
Santa María, Madre de la Iglesia
Aceptar a María como madre
La fiesta de María Madre de la Iglesia parece ser una prolongación del día de Pentecostés en el cual, según el libro de los Hechos de los Apóstoles escrito por Lucas, se registra el nacimiento de la Iglesia. En cambio, el evangelista Juan subraya el hecho de que la Iglesia nace de Cristo en la cruz. Juan y Lucas se complementan. El Espíritu Santo hace visible a la Iglesia que surgió del corazón de Jesús atravesado por una lanza.
En el relato de Lucas, los apóstoles obedecieron las indicaciones que el Resucitado les había dado antes de subir al cielo. Volvieron a Jerusalén y se reunieron para esperar juntos al Espíritu Santo prometido. La Iglesia de los orígenes no se configura como una secta autoritaria, machista, patriarcal compuesta por unas cuantas personas, sino como una comunidad en la que están presentes y activas las mujeres, y se respira un ambiente familiar y fraterno: "Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con Maria, la madre de Jesús, con los parientes de Jesús y algunas mujeres".
María, casi confundida con los otros discípulos, está presente en la comunidad como un punto de unión entre el cuerpo glorioso de Cristo resucitado y el cuerpo visible de Cristo en la tierra, que es la Iglesia. La madre de Jesús es una parte de la comunidad, pero en ella se refleja toda la belleza de la Iglesia, de la cual es madre fundadora e inspiradora. Ella recuerda a la Iglesia su vocación materna.
El evangelio de Juan nos lleva junto a la cruz de Jesús. Mientras los apóstoles (salvo Juan) dejaron solo a Jesús, María y las mujeres permanece bajo la cruz. Estas mujeres recuerdan la presencia materna de Dios que no abandona a sus hijos/as. Allí donde está la cruz, cualquier cruz, podemos estar seguros de encontrar una madre. María está en silencio. Permanecer en silencio ante el sufrimiento es, a veces, todo lo que podemos hacer. Dejarnos envolver y conmocionar por la cruz de Jesús y las cruces que encontramos en nuestro camino.
Jesús confía su madre a Juan. En ese gesto de entrega, el Señor no sólo se preocupa por el futuro de su madre: está dando a María como madre a todos sus discípulos. El discípulo amado nos representa. María se convierte en Madre de todos los que siguen a Cristo.
Es muy significativo que el último regalo de Jesús en la cruz sea su Madre. El discípulo amado recibe la misión de tener a María como madre. Su primera tarea no es ir a anunciar el Evangelio, sino ser hijo de María. María nos es dada no como una entre tantas, sino como la herencia preciosa que Jesús entrega a la humanidad a través de Juan, para que no sólo la cuide, sino que se deje amar por ella, así como ella amó a Jesús. Confiar en María como madre no es sólo una devoción: es una relación viva, hecha de confianza y amor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan 19, 25-30. 35
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí está tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí está tu madre". Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre ydijo: «Todo está cumplido», e inclinando la cabeza entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspaso el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
Domingo de Pentecostés
Ven Espíritu a este mundo en crisis
La fiesta de Pentecostés celebra el don del Espíritu, el deseo de Cristo de permanecer entre/en los suyos. Pentecostés nos enseña que la fe cristiana no está centrada en un conjunto de doctrinas, deberes y ritos, sino en la consciencia de ser morada permanente de Dios y vivir según el Espíritu del Señor, dejarse guiara por Él. El Espíritu Santo interioriza a Cristo en nosotros.
Ante el Espíritu nos sentimos muy pequeños, pero abrazados por Él, como un niño en brazos de su madre. Podemos permanecer seguros en su viento (el Espíritu Santo es el Viento de Dios) en el que navega toda la creación. Sobre nuestro pequeño velero sopla un Viento libre y liberador. No hay ansiedad por la ruta, porque el Viento de Dios es el guía y conductor.
El Espíritu de Dios ha estado presente en los momentos de grandes crisis. Estuvo presente es en el inicio de la creación, en la confusión, el caos y la oscuridad, dando orden y armonía: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y el viento de Dios aleteaba por encima de las aguas". Y el Viento de Dios ha seguido presente a lo largo de toda la historia.
En Pentecostés, la primera comunidad cristiana atravesaba por un momento difícil. La primera lectura nos habla de un grupo de discípulos encerrados, confundidos, decepcionado, temerosos que, de pronto, salen de su escondite. "De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte". El Viento de Dios derriba la puerta. Los discípulos salen como si estuvieran borrachos, fuera de sí, aturdidos por una repentina irrupción de Dios, y enfrentan a la ciudad que mata a los profetas: "¡Ese Jesús a quien ustedes mataron está vivo!". Y muchos se convirtieron. Así es como se difunde el cristianismo.
Invocamos al Espíritu de Dios en este mundo atormentado, en crisis. La Humanidad se encuentra sumida en una crisis sin precedentes. La situación es tan seria que nuestra época ha sido descrita no como una época de cambio, sino como un cambio de época. Nunca antes el ser humano había tenido armas tan poderosas para autodestruirse. Y, de hecho, destruyendo el medio ambiente se está destruyendo a sí mismo.
Necesitamos al Espíritu no para ser invencibles, sino para ser verdaderos. Lo necesitamos para permanecer fieles. Necesitamos el Espíritu de Dios porque, sin Él, nuestras palabras están vacías, nuestro testimonio es débil, nuestra alegría se apaga. Necesitamos al Espíritu no para que nos haga grandes, sino para sostenernos en la pequeñez; no para exaltarnos, sino para consolarnos; no para darnos la razón, sino para darnos amor. Sin Él, "no la hacemos". Con Él, podemos caer, pero nunca dejaremos de levantarnos.
Pentecostés indica que algo nuevo está naciendo. A través de una Presencia potente como el viento fuerte, incandescente como el fuego, los discípulos de Cristo se convierten en instrumentos de comunión. El símbolo del fuego indica que el Espíritu inflama el alma y quema la apatía del corazón y la fe que se ha marchitado. En el Espíritu los discípulos hablan un lenguaje que todos lo entienden, como dice la primera lectura, porque hablan el lenguaje del amor. Las palabras de amor son capaces de resucitar a los muertos y derretir el hielo del rencor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 14, 15-16.23-26
Jesús
dijo a sus discípulos: "Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le
rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes,
el Espíritu de verdad.
El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y
haremos en él nuestra morada. El que no me ama, no cumplirá mis palabras. Y la
palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el
Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las
cosas y les recordará toda cuanto yo les he dicho".
VII Viernes de Pascua
Capaces de amar
Mientras el tiempo de Pascua se acerca a su conclusión con la fiesta de Pentecostés, el evangelio nos invita a regresar a uno de los lugares amados por Jesús, al lago de Tiberíades, bajo el sol de Galilea. El Resucitado es un compañero de camino que llama a hacer un balance de nuestra manera de ser cristianos.
Jesús dialoga con Pedro. Curiosamente, no se dirige a él llamándolo "Pedro", sino "Simón hijo de Juan". Lo llama con el nombre que tenía antes de conocerlo, el nombre de su vulnerabilidad, no con el nombre de la misión que le ha confiado, Pedro (piedra, roca). No le pregunta si se arrepiente, en qué medida y si está dispuesto a no hacerlo más. A Pedro, como a cada uno de nosotros, le ofrece la posibilidad de dejar atrás un pasado del cual se avergüenza para comenzar a escribir una nueva página de su historia. Jesús no busca un Pedro infalible, sino un Pedro capaz de amar: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?".
En el diálogo, el Señor termina por adaptar su deseo a nuestra capacidad real de responder y corresponder. Cambia el verbo. Al final ya no le pregunta a Pedro si lo "ama", es decir, si lo ama con un amor total, sino más bien si lo "quiere", es decir, si lo ama con un amor de amigo.
La triple pregunta no quiere avergonzar al que, por tres veces, había negado no sólo a su Señor, sino también a sí mismo. A través de las preguntas, Pedro es invitado a profundizar y purificar las intenciones por las cuales lo había dejado todo para seguir a Jesús y reconciliarse consigo mismo. Aún no se había perdonado, aun no se dejaba contagiar por el esplendor de la resurrección. Esta columna sobre la que se asienta la fe de la Iglesia está hecha del mismo material humano que nosotros. La aventura de seguir a Cristo la vivimos personas imperfectas; pero capaces de dejarse cuidar y guiar incluso hacia destinos no deseados.
Debemos estar dispuestos a renunciar a la arrogancia y reconciliarnos con las sombras, dudas y debilidades que se asoman en nuestro corazón. Pedro, en el que es quizás el último paso de su larga formación, es llamado a reconciliarse con su fracaso, a creer que su debilidad no puede obstaculizar la invitación del Señor: "Sígueme". Será una manera nueva de seguir a Cristo, más realista, cada vez más libre del miedo y de la ilusión. Ahora puede ser un pastor capaz de cuidar el rebaño que le ha sido confiado, porque conoce la fragilidad, la debilidad, la mezquindad y, al mismo tiempo, la profundidad del amor de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 21, 15-19
Le preguntó Jesús
a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos?". Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te
quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Por segunda vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le
respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo:
"Pastorea mis ovejas".
Por tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan,
¿me quieres?". Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado
por tercera vez si lo quería, y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú
bien sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde
querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te
llevará a donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle con qué género
de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo:
"Sígueme".
VII Jueves de Pascua
El anhelo de unidad
El apóstol Pablo fue conducido al sanedrín, compuesto por saduceos y fariseos. Con astucia, Pablo habla de la resurrección de los muertos pues sabe que los fariseos creen en la resurrección y los saduceos no creen en ella. La sola mención de este tema fue suficiente para que se manifestara la falta de unidad del sanedrín. Se produjo un altercado entre fariseos y saduceos. Estaban más preocupados por defender sus posiciones doctrinales, que por acoger la revelación de Dios.
Algo de esto sucede en la Iglesia. Los llamados católicos "tradicionalistas" y "progresistas" interpretan a su manera las palabras del Papa León XIV. A esto se añade una cantidad impresionante de textos y videos falsos atribuidos al Papa. El mes pasado YouTube cerró un canal de videos hechos con Inteligencia Artificial que ponían en boca del Papa palabras que no había dicho. Los más preocupante es que ya había acumulado casi un millón de visualizaciones. Hay que estar muy despiertos ante los mensajes sobre el Papa León que nos envían o circulan en las redes sociales. Hacer un discernimiento. Esos mensajes agudizan la división en la Iglesia.
En el evangelio de este día escuchamos un fragmento de la llamada "oración sacerdotal" de Jesús. En su oración, el Señor manifiesta su profundo anhelo de unidad, la unidad de los cristianos; pero, en último término, la unidad de todos los seres humanos. Reconocer que todos somos creaturas del único Dios nos lleva a tratarnos como hermanos. La oración de Cristo es una invitación a abrir la mente y el corazón para entender que la unidad es el fin para el cual fuimos creados y anhelarla. Como la unidad es unidad en Dios, comienza cuando oramos no sólo con las palabras de Jesús, sino, sobre todo, cuando permitimos que su Espíritu ore en nosotros.
Llama la atención que, ante su pasión, Jesús escucha el dolor del mundo y ora por nosotros: "Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos". Cada dolor, cada soledad, cada llanto desesperado ha sido ya abrazado por esta oración de Cristo. En los momentos de agobio podemos recuperar una pizca de esperanza y valor meditando la oración del Señor.
Jesús pide al Padre que nos demos cuenta del amor que nos tiene: "Los amas, como me amas a mí". Su amor por nosotros es el mismo con el cual el Padre lo ama. Esto es lo que nos lleva a la unidad, no a la uniformidad. Es unidad en la pluralidad. El problema es que quizás nos pasamos la vida sin enterarnos del inmenso amor que el Padre y el Hijo nos tienen. Esto tiene consecuencias. Si no podemos amarnos como hermanos, no podremos vivir unidos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 17, 20-26
Jesús levantó
los ojos al cielo y dijo: "Padre, no sólo te pido
por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra
de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos
uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú mediste, para que sean uno, como nosotros somos
uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo
conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.
Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado,
para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes
de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo si te conozco y éstos han
conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré
dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en
ellos".
VII Miércoles Tiempo de Pascua
Cuidar
En su discurso del adiós, Jesús se manifiesta preocupado. Ha cuidado a sus discípulos. Cuando desaparezca del espacio y del tiempo, ¿quién los cuidará? Le dice a su Padre: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado… Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me diste".
En la primera lectura, san Pablo expresa la misma preocupación. Cuando él falte, ¿quién va a cuidar el rebaño? Después de recibir el Espíritu Santo, los primeros cristianos sintieron la necesidad de cuidarse mutuamente para poder permanecer fieles al Evangelio. Sin embargo, también vieron la necesidad de tener pastores que cuidaran el rebaño de los lobos rapaces: "Yo sé que después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces".
Los lobos rapaces, que siempre están en el rebaño, son los pastores que ejercen el poder como dominio. Perdieron —o quizás nunca tuvieron— la alegría de trabajar gratuitamente por el Reino y servir a sus hermanos. Podemos convertirnos en lobos codiciosos y frívolos cuando no guardamos, como dice Pablo, "la Palabra salvadora" y nos dejamos guiar por intereses personales.
Cuidar a alguien significa reservarle un lugar en nuestro corazón, un espacio en nuestros afectos y en nuestra oración; invertir tiempo, energías, fantasía con la esperanza de que el otro no sólo pueda manifestarse y crecer en libertad, sino también ser protegido frente a lo que pudiera impedir su desarrollo. El cuidado debe hacerse sin caer en el paternalismo, en el que se pierde la distancia necesaria para que el otro pueda manifestar también el rechazo: "Yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió excepto el que tenía que perderse".
Pablo invita a los presbíteros (ancianos) de la comunidad a estar vigilantes, para poder llegar a ser el buen olor de Cristo y tener el olor de las ovejas. Cuidar a los hermanos/as sin dejarse seducir por estrategias de conquista, sin imponerse a sí mismos y a los demás un moralismo riguroso, sino acoger la gracia del Señor. Por eso Pablo les dice que primero se cuiden a sí mismos para poder cuidar el rebaño: "Miren por ustedes mismos y por todo el rebaño". Si no nos cuidamos a nosotros mismos no estaremos en condiciones para cuidar a los demás.
Finalmente, para cuidarse del mundo, es decir, del sistema de maldad que se opone a Dios, Jesús pide al Padre una cosa: "Santifícalos en la verdad", es decir, mantenlos cerca de ti, hazlos verdaderos; porque la verdad nos hace libres, auténticos, luminosos. Esta verdad no es un concepto abstracto: es Cristo y su Palabra que nos consuela, nos corrige, nos guía.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 17, 11-19
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y
dijo: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que
me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo
cuidaba en tu nombre a los que me diste; yo velaba
por ellos y ninguno de ellos se perdió excepto el que tenía que perderse,
para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y mientras estoy aún
en el mundo, digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos.
Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque no son del mundo,
como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que
los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad.
Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.
Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados
en la verdad".
Santos Carlos Lwanga y Compañeros, mártires
"Yo he sido glorificado en ellos"
La liturgia de la Palabra nos trae el testamento del apóstol Pablo y el testamento de Jesús. Sus palabras son pronunciadas en un contexto de persecución. Cuando las nubes de la persecución se hacen más negras, la conciencia de haber cumplido su misión hasta el fondo se hace más luminosa.
Dice Pablo en la primera lectura: "Ahora me dirijo a Jerusalén, encadenado en el espíritu, sin saber qué sucederá allá… Lo que me importa es llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús". Y cuando el agobio se hace más grande, la oración de Jesús se intensifica, se hace más íntima. Jesús ora por nosotros: "Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado".
Hemos sido creados para una vida gloriosa, a pesar de que la evidencia a menudo dice lo contrario. Si observamos atentamente nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros proyectos nos daremos cuenta que esconden —a veces revelan— el deseo de gloria. Sin embargo, con mucha frecuencia encausamos el deseo a alcanzar la gloria de este mundo. Cuando nos dejamos encandilar por la gloria del mundo, la Gloria de Dios desaparece del horizonte. La gloria humana se conquista a costa de la sangre ajena. La gloria divina se revela en la sangre derramada por Jesús.
Es lo que sucedió con los mártires ugandeses que hoy recordamos, un grupo de jóvenes cristianos que fueron asesinados en Uganda a finales del siglo XIX por mantenerse firmes en su fe. A través del martirio alcanzaron la Gloria de Dios. Su testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha llegado hasta nosotros y a los confines de la tierra. La Gloria de Cristo es el poder de amar, de dar la vida. Es la vida eterna.
Para descubrir la Gloria de Dios no hay que huir a un mundo sobrenatural, sino sumergirnos en el río de la vida que atraviesa a veces por aguas tranquilas y a veces por aguas turbulentas. Recordemos la famosa frase de san Ireneo: "La gloria de Dios es el hombre vivo". Estas palabras pueden sonar un poco escandalosas a nuestros oídos. Tendemos minusvalorar al ser humano. Pero cuando no solamente sobrevivimos sino entramos en el rio de la vida, cuando damos vida, entonces glorificamos a Dios.
En el fondo, la Gloria de Dios es un don y no una conquista: "Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique". Jesús le pide al Padre que lo glorifique. Y nosotros también lo pedimos que nos glorifique para poder glorificar a Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 17, 1-11
Jesús levantó
los ojos al cielo y dijo: "Padre, ha llegado la
hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el
poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has
confiado. La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. Yo te he glorificado sobre
la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre,
glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo existiera.
He manifestado tu nombre a los hombres que tú tomaste del mundo y mediste. Eran
tuyos y tú me los diste. Ellos han cumplido tu palabra y ahora conocen que todo
lo que me has dado viene de ti, porque yo les he
comunicado las palabras que tú me diste; ellos las han recibido y
ahora reconocen que yo salí de ti y creen que tú me has enviado.
Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste,
porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo he sido
glorificado en ellos. Ya no estaré más en el mundo, pues voy a ti; pero ellos
se quedan en el mundo".
VII Lunes de Pascua
El Padre está conmigo
Los discípulos de Jesús se engañan. Piensan que han alcanzado la madurez de la fe. Cristo desenmascara el equívoco. Cuando alardean de haber comprendido quién es Jesús, empieza el momento de la confusión y del extravío, de la dispersión. Cuando la realidad se vuelve dura, es fácil que las convicciones flaquean, las seguridades se desmoronen, la fe se revele frágil, se traicione la amistad. Las mejores declaraciones de amor son puestas a prueba por la cruda realidad.
Jesús sabe que es un paso necesario. Por eso, prepara a sus discípulos. La infidelidad en la que caerán no es una condenación, sino un umbral para cruzar. No es una fuga espiritual. La victoria consiste en atravesar la noche teniendo en la mente y el corazón las palabras de Jesús: "Tengan valor, porque yo he vencido al mundo". En el corazón del fracaso, se revela una paz nueva. Es la paz de quien no se ha echado atrás. Es la paz de quien ha decidido seguir amando incluso cuando había razones para retirarse.
La fe siempre está en riesgo. Se derrumba si no la alimentamos de la manera correcta. No puede alimentarse sólo de ritos y doctrinas. Se llega a la fe profunda en Jesús, a la comprensión de sus palabras y de su manera de enfrentarse a la vida, después de un largo proceso. No creemos en Cristo por haber comprendido todo. Cuando tenemos la sensación de no haber entendido, de habernos equivocado o engañado, buscamos con todas nuestras fuerzas el rostro de Dios y cultivamos el deseo de experimentar la paz y el consuelo que sostuvo a Jesús hasta la cruz. ¿Cuál fue su secreto? "No estaré solo, porque el Padre está conmigo".
En la hora del abandono de sus amigos, Cristo es sostenida por una Presencia. Jesús atraviesa la hora de la prueba en compañía del Padre, unido a Él. Solo el que ha encontrado un hogar en Dios es capaz de ser un hogar para otros.
Esto lo vemos concretizado en la vida de Etty Hillesum, una judía que vivó el horro del Holocausto y murió en un campo de exterminio nazi. Su experiencia y su conexión con Dios eran tan profundas que en ella se encarnó la compasión de Dios. Daba palabras y gestos de consuelo y amor. Era una sonrisa alentadora y un oído atento. Esto le permitió ser lo que dice en su Diario: "Bálsamo para toda clase de heridas".
Publilio Siro, fue un esclavo nacido en Siria en el siglo I antes de Cristo. Conquistó su libertad y ganó un lugar destacado en el panorama cultural de la Roma antigua. A partir de su experiencia decía: "Nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 16, 29-33
Los discípulos
le dijeron a Jesús: "Ahora sí nos estás hablando claro y no en parábolas.
Ahora sí estamos convencidos de que lo sabes todo y no necesitas que nadie te
pregunte. Por eso creemos que has venido de Dios".
Les contestó Jesús: "¿De veras creen? Pues miren que viene la hora, más
aún, ya llegó, en que se van a dispersar cada uno por su lado y me dejarán
solo. Sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está
conmigo. Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo
tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo
he vencido al mundo".
VI Viernes de Pascua
Nacer a la alegría
El Evangelio de hoy sigue hablando de alegría. El hecho de que este tema se repita dos días seguidos nos habla de su importancia. La alegría no es un detalle más de la vida cristiana: es algo esencial. La vida cristiana está caracterizada por la alegría.
Jesús usa la imagen de la mujer que va a da a luz. La imagen no era nueva. Cuando se usaba en el Antiguo Testamento, normalmente se buscaba transmitir la idea de algo inevitable. El parto se produce cuando llega su momento y no hay forma de eludirlo. La imagen también se usaba para ilustrar un dolor intenso que queda olvidado rápidamente por un gozo que supera cualquier angustia cuando la madre tiene al recién nacido en sus brazos. La tristeza no solo pasará, sino que se transformará. Fijémonos bien. No es sustituida, sino transformada. ¿Cómo? No con una varita mágica ni con una pastilla, sino pasando por el dolor. La alegría se gesta y se da a luz con dolor.
Jesús usa la imagen para hablar de su muerte y resurrección. La tristeza está conectada con su futuro gozoso, así como el dolor de una mujer en el parto está conectado con su gozo de traer a un bebe al mundo. La muerte y resurrección de Cristo no sólo consiguieron nuestra redención, sino también el nacimiento de un hombre nuevo, de una "nueva humanidad".
Podemos aplicar la imagen del parto a nuestras tristezas y aflicciones. Podemos soportar mejor las pruebas difíciles si logramos ver el final. Son momentos en los que se está gestando algo nuevo, una nueva situación, un nuevo camino. Podemos interpretar la imagen también desde el camino de la vida y su final. Somos como un feto en el vientre de una madre, que puede ser la tierra. En su Cántico de las Creaturas, san Francisco de Asís decía: "Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba". La tierra es como una madre grande y bella que nos acoge entre sus brazos.
El feto es un ser vivo, tiene emociones, deseos, sueños; pero su mundo de referencia se reduce al útero de la madre. Cuando el parto lo empuja a salir probablemente vive ese momento como el final de todo. Llora. Pero no es más que el principio. Vivimos en el vientre de la madre tierra. La muerte es como un parto: nacemos a una vida nueva.
Jesús dice: "Aquel día no me preguntarán nada". Estaremos tan abrumados por el gozo que nos quedaremos sin palabras. Salen sobrando.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 16, 20-23
Jesús dijo a
sus discípulos: "Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán,
mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se
transformará en alegría.
Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora;
pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría
de haber traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes,
pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su
alegría. Aquel día no me preguntarán nada".
VI Jueves de Pascua
La alegría nace de las lágrimas
Las palabras de Jesús tienen una buena dosis de incertidumbre: "Dentro de poco tiempo ya no me verán, y dentro de otro poco me volverán a ver". Los discípulos no pueden entender el nexo entre los dos tiempos, el tiempo de la ausencia y el de la presencia.
Nos sucede a nosotros. Llegan momentos en los que parece que Jesús está ausente, que ha desaparecido, que ya no está a nuestro lado. Nos sentimos solos, perdidos, como si aquello en lo que creíamos hubiera sido una mera ilusión. No hay que sentirnos culpables si flaquea nuestra fe. Nos sucede a todos los creyentes. Son momentos de prueba, en los que el Señor parece callar para hacer crecer en nosotros algo nuevo: la confianza, la perseverancia, la fe que no depende del sentimiento, sino del amor. Esos momentos producen inseguridad, pero nos empujan hacia adelante con la confianza de que el Dios de la Vida nos envuelve y nos lleva a una plenitud. Hay que afrontar esos momentos con el corazón abierto, como quien espera el amanecer. Y entonces, como prometió Jesús, volveremos a verlo y se alegrará nuestro corazón.
La alegría de la que habla Jesús está relacionada con la experiencia del rechazo y la hostilidad. Puede estar junto con el sufrimiento. La alegría "del mundo" rechaza el sufrimiento, lo considera incompatible con la alegría. Para no sufrir, huye, se evade. La alegría cristiana resiste en el sufrimiento, como luz, como esperanza, como dinamismo más fuerte que cualquier adversidad.
Hay una alegría que puede nacer de las lágrimas: "Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría". Es la alegría de saber que estamos en las manos de Dios. Es la alegría que en medio del drama grita que nada está irremediablemente perdido, petrificado: que la tristeza se puede trasformar en alegría. La alegría cristiana es una tristeza superada, un agobio redimido y transfigurado.
Durante esta vida experimentamos tristeza y alegría. La tristeza puede transformarse en alegría y la alegría se puede teñir con los colores de la tristeza. Esto es parte del misterio y el desafío de la vida. En todo caso lo más importante es ser protagonistas apasionados de la vida y dejarnos llevar por su dinámica, para no ser prisioneros ni de la tristeza ni de la alegría. Como Jesús, estar dispuestos a entregar la vida porque aquel que entrega su vida la recupera para siempre y entonces ya nada le podrá arrebatar su alegría.
La ausencia de la muerte es ese "un poco" —del que habla Jesús— que se abre a la eternidad de la vida. No es la vida sino la muerte la que tiene las horas contadas. El distanciamiento es una separación momentánea que prepara no solo un nuevo encuentro, sino un encuentro nuevo y una nueva alegría.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 16, 16-20
Jesús dijo a
sus discípulos: "Dentro de poco tiempo ya no me verán; y dentro de otro
poco me volverán a ver". Algunos de sus discípulos se preguntaban unos a
otros: "¿Qué querrá decir con eso de que: 'Dentro
de poco tiempo ya no me verán, y dentro de otro poco me volverán a ver', y
con eso de que: 'Me voy al Padre'?". Y se decían: "¿Qué significa ese
'un poco'? No entendemos lo que quiere decir".
Jesús comprendió que querían preguntarle algo y les dijo: "Están
confundidos porque les he dicho: 'Dentro de poco tiempo ya no me verán y dentro
de otro poco me volverán a ver'. Les aseguro que ustedes llorarán y se
entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes
estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría".
VI Miércoles de Pascua
Una lectura nueva
San Pablo hizo un discurso impecable en el areópago. Su espíritu observador y su gran inteligencia le permitieron captar la atención de los atenienses, hablándoles primero de su cultura religiosa y después anunciando el Evangelio. Sin embargo, cuando presenta a Cristo resucitado, la mayoría de los presentes se encogieron de hombros y se burlaron. Sin embargo, no todo fue un fracaso. Pablo aprendió una lección. Aprendió a poner en el centro de su predicación la pasión de Cristo.
Aprendemos de nuestras experiencias; pero, sobre todo, aprendemos del Espíritu Santo. El Espíritu nos va llevando de manera progresiva y gradual a comprender lo que Jesús ha dicho. Del pasado brota algo nuevo. El mensaje de Cristo tiene que ser comprendido de manera nueva. El cristiano/a sabe leer su propia historia no simplemente a partir de sus miedos sino a partir de la historia de Jesús y encontrarle sentido. Al mirarse reflejado en la historia de Jesús descubre también su propio destino. Y nuestro destino es el destino de Cristo.
El Espíritu de Jesús fue quien permitió a Pedro releer su negación durante la Pasión no ya como una traición a su Maestro, sino como un acontecimiento gracias al cual experimentará luego hasta qué punto era amado. Fue el Espíritu quien permitió a Tomás leer las heridas de Jesús no ya como un signo de muerte sino como puerta de acceso a la misericordia divina.
Es el Espíritu el que ayuda a reconocer la gloria de Dios en el Crucificado, el que hace que de las heridas del Señor brote la alegría. El Espíritu es aquel que continuamente da testimonio a nuestro corazón de que vale la pena seguir a Cristo. Es el Espíritu quien nos consuela cuando somos presa de la angustia y de la soledad.
Pensemos en las situaciones de derrota que experimentamos sin encontrarles sentido. Quizás por nuestra incapacidad de dejarnos enseñar por el Espíritu de Dios las vivimos sin esperanza. En el fondo, la vida cristiana consiste en leer nuestra historia con sus zonas de luz y de oscuridad, desde la perspectiva de Dios según la cual no hay ningún material de desecho. Lo que hace la diferencia no es estar a salvo de las contradicciones de la vida sino la conciencia de que, también en esos momentos, es el Espíritu de Dios quien nos guía.
Estamos bombardeados por cientos de noticias, opiniones, expectativas. Como cristianos no siempre tenemos respuestas rápidas y perfectas. Lo que tenemos es la mente y el corazón abiertos al soplo del Espíritu. Si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, otros espíritus no santos tomarán el relevo y sus frutos amargos son bien conocidos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 16, 12-15
Jesús dice a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes".
VI Martes de Pascua
"¿A dónde vas?"
A lo largo de la vida vamos diciendo adiós a familiares y amigos queridos. Vivir es llenarse de pañuelos blancos. El desprendimiento es una herida. Sólo pensar en él nos causa tristeza. La tristeza por la partida de Jesús ha llenado el corazón de los discípulos, impidiéndoles mirar más allá de la muerte y entrever un sentido que supera las expectativas humanas y las decepciones.
El dolor hace que también se cierre la mente. En esos momentos quizás se plantean muchas preguntas, pero no las más adecuada para procesar sanamente la partida. Cuanto más percibimos el vacío de lo que sucede como un simple trauma, tanto más la mente se llena de interrogantes que nos hacen permanecer en el perímetro del razonamiento humano. El Evangelio invita a hacer una pregunta: "¿A dónde vas?", es decir, cuál es el horizonte en el cual debemos poner los ojos del corazón. "¿Adónde vas?" es, en el fondo, una petición para compartir la misma esperanza de Cristo.
De una tragedia, puede venir un bien. Visto en el conjunto de la historia, lo que perdemos es un vacío a través del cual puede pasar la Gracia. Jesús asegura que su muerte es un paso necesario, aunque doloroso, para que venga el Espíritu Santo. Sólo a través del vacío de la tumba puede brotar la inexplicable alegría de la Pascua. Sin embargo, ¡cuántas veces no somos capaces de ver en los dramas de la vida la novedad y la oportunidad que se nos presentan! Es necesario que Jesús se vaya, para que el Espíritu pueda venir y entrar en nosotros.
Dios es como un mar inmenso que nunca podemos abarcar. Con frecuencia permanecemos en la orilla. El Espíritu Santo nos lanza "mar adentro" para conocer un poco más del insondable misterio de Dios. El Espíritu nos impulsa a realizar el viaje más maravilloso y más importante de nuestra vida: el viaje hacia el corazón de Dios, donde se encuentra la verdad completa, el amor en plenitud, la paz profunda.
Dice Jesús que el Espíritu "establecerá la culpabilidad del mundo". Es la traducción española de una palabra griega que significa "desenmascarar", "sacar la verdad". En los últimos años, la verdad ha entrado en una crisis alarmante. Estamos más expuestos que nunca a la mentira, la desinformación y la estafa. La inteligencia artificial está llevando la crisis de la verdad a niveles cada vez más altos. Muchos líderes políticos usan habitualmente la mentira para manipular a las masas, llegar al poder y mantenerse en él.
El Espíritu provoca una revolución. Hay que dejar que el Espíritu haga que aflore la verdad, aunque duela. Es la única manera de amar.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 16, 5-11
Jesús dijo a sus discípulos: "Me voy ya al que me
envió y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'. Es que su corazón se
ha llenado de tristeza porque les he dicho estas cosas. Sin embargo, es cierto
lo que les digo: les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a
ustedes el Paráclito; en cambio, si me voy, yo se lo enviaré.
Y cuando él venga, establecerá la culpabilidad del
mundo en materia de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque
ellos no han creído en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me verán
ustedes; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado".
San Felipe Neri
"Prefiero el Paraíso"
Las palabras de Jesús no van dirigidas solamente a los primeros cristianos perseguidos. ¿Cómo actualizarlas? Casi sin darnos cuenta nos involucramos en un juego que alimenta la polémica, la sospecha, la confrontación, la lucha ideológica. Se pueden librar batallas que pretenden defender principios sacrosantos y verdades intangibles, pero que se transforman en ataques personales y en procesos sumarios.
Fácilmente entramos en la práctica de localizar al enemigo en turno y descargar sobre él la carga de rencor y rabia que esconde el corazón, especialmente en tiempos de crisis, o caer en el torbellino del chisme, de los rumores, de los juegos de poder, de las injusticias disfrazadas de favores, de la hipocresía, del oportunismo.
Jesús nos pide dar testimonio en estas situaciones: "Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio". Dar testimonio es, en cierto modo, hacer visible lo que no se puede ver. Este es el rol del Espíritu Santo y este es el rol de cada cristiano/a. Se puede hacer visible lo invisible a través de los efectos. Por ejemplo, la sal disuelta en la comida no se ve. Se puede percibir su presencia a través del sabor. Cristo se hace visible en el mundo a través de nuestra vida.
Jesús sabe muy bien lo difícil que es ser sus testigos. Sabe que vendrán momentos en los que nos sentiremos perdidos, fracasados, incapaces de vivir lo que predicamos. Tal vez ya nos sentimos decepcionados de nosotros mismos, cansados de caer siempre en los mismos errores, intimidados por un mundo que parece no entender o no querer escuchar el Evangelio de Cristo.
Jesús nos invita a no tener miedo de nuestros límites. No nos llama porque somos fuertes, sino porque estamos disponibles. Nuestro fracaso no es un obstáculo para Dios, si lo reconocemos con humildad. Más bien, es el terreno sobre el cual el Espíritu puede posarse. Es precisamente cuando admitimos que "no la hacemos" cuando podemos abrirnos al don más grande: el consuelo del Espíritu.
Hoy recordamos a un notable testigo de Cristo, san Felipe Neri. Felipe se sentía plenamente realizado ayudando a los pobres, enfermos y necesitados. Para aumentar el número de personas que se dedicaran a esta labor, fundó la Congregación del Oratorio para sacerdotes y laicos. Supo atraer a muchos jóvenes, presentándoles valores a los cuales entregarse y librándoles de muchos peligros. Se le conoce como el "santo de la alegría" por manifestar siempre una actitud alegre y positiva, incluso en las adversidades. Cuando el Papa le ofreció ser cardenal, rechazó la oferta diciendo: "Prefiero el Paraíso".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 15, 26-16, 4
Jesús dice a sus discípulos: "Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de
parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará
testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el
principio han estado conmigo.
Les he hablado de estas cosas para que su fe no tropiece. Los expulsarán de las
sinagogas y hasta llegará un tiempo cuando el que les dé muerte creerá dar
culto a Dios. Esto lo harán, porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he hablado de estas cosas para que, cuando llegue la hora de su
cumplimiento, recuerden que ya se lo había predicho yo".
VI Domingo de Pascua
Sueños de paz y amor
El Evangelio de este domingo forma parte del largo discurso de despedida de Jesús. Es el testamento que deja a sus discípulos antes de su pasión y muerte.
Dice: "El que me ama". Desde la mística, "amar a Cristo" significa permitirle amarnos, no obstaculizar su acción con nuestro ego, ser transparentes a su Presencia y su acción en nosotros. No pretender subir al cielo, sino, como dice santa Teresa de Ávila, "encerrarse en el cielo pequeño de nustra alma donde está Dios" y gozar de él. Entonces brota el amor a Cristo y el amor a los demás.
De aquí brota también la paz. La paz ya nos ha sido dada: "La paz les dejo, mi paz les doy". No es sólo un buen deseo. La paz de Cristo ya está aquí, desciende, llueve sobre los corazones y los días. Quizá no la percibimos porque no es como la paz que da el mundo. La paz del mundo está fundada sobre peligrosos juegos de equilibrio, sobre la violencia, el miedo, el dominio. Es concedida a quien se rinde. Es un signo más de la prepotencia y del poder.
La paz de Cristo, en cambio, es fruto de la unión íntima con Dios. No se compra ni se vende. Es tanto un don del Señor como una tarea nuestra. Se realiza plantando pequeños oasis de armonía en el desierto de la historia. Cuando nuestros pequeños oasis se junten formarán un gran oasis que hará florecer el desierto.
Los que escuchaban a Jesús estaban preocupados por su partida. La primera comunidad cristiana —y las comunidades cristianas de todos los tiempos— tenía miedo de ser abandonado por su amigo y Señor. Cristo promete al Paráclito, el Consolador, el Abogado, el Espíritu Santo. No está reservado a unos cuantos. Está en cada cristiano/a. El Espíritu hace que Cristo permanezca cerca/en nosotros, que nos enamoremos de él. Da fervor, poesía, impulso a nustra vida. Nos ayuda a florecer, a crear, a dar vida. Hace que nuestras espinas florezcan.
Dice Cristo que el Espíritu "enseña" y "recuerda". Enseña nuevos caminos, nuevas palabras, nuevos sentimientos y pensamientos. Nos renueva y renueva el mundo. Recuerda. Re/cordar quiere decir volver al corazón. El Espíritu nos ayuda a volver al corazón, a morar en nosotros mismos.
Jesús nunca está solo. Está con el Padre, vive con el Padre, en relación permanente con el Él y con el Espíritu. Dios es comunión. La comunión de Dios es un don que estamos llamados a recibir y a dar.
La paz y el amor son dos de nuestros más grandes anhelos. Son dos palabras que hoy, más que nunca, parecen trilladas y falsas, un simple adorno, una decoración inútil en medio de conflictos y divisiones, tanto a nivel personal como mundial. Como cristianos, la paz en el mundo es nuestro compromiso y un desafío para superar los conflictos dentro de la Iglesia. La paz no significa cancelar las diferencias, ser todos iguales como en un ejército de soldados que sólo cumplen órdenes. Estamos llamada a dar testimonio de que aún en las diferencias es posible estar en paz, sin que haya vencedores y vencidos, víctimas y verdugos.
La primera comunidad cristiana, como lo muestra la primera lectura, asumió la tarea de crear la comunión y recuperar la comunión que, inevitablemente, puede perderse. A través del diálogo sincero, la discusión, la confrontación de diversos puntos de vista, el Espíritu fue iluminando a los primeros cristianos para tomar la decisión correcta. Como nuestros antepasados en la fe, también nosotros estamos llamados a construir la unidad y la comunión.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 14, 23-29
Jesús dijo a sus discípulos: "El que me ama,
cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él
nuestra morada.
El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es
mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con
ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi
nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he
dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como
la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: 'Me voy,
pero volveré a su lado'. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre,
porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para
que cuando suceda, crean".
V Viernes de Pascua
La amistad, don y responsabilidad
Usamos muchas imágenes para representar a Cristo y relacionarnos con él. Me parece que las más usadas son Señor y Maestro. Las imágenes despiertas sentimientos y actitudes. Las imágenes de señor y maestro crean una cierta distancia. El señor y maestro está arriba del siervo y del alumno. En cambio, la imagen de amigo evoca una relación de tú a tú.
Jesús utiliza en el evangelio de hoy la imagen de amigo. Les dice a personas como nosotros, frágiles y pecadoras: "Ustedes son mis amigos". Cristo nos ha dejado la tarea de descubrir que él es nuestro amigo. El amigo Jesús nos participa su interioridad, lo que piensa y siente, sus experiencias más íntimas. Ama tanto a sus amigos que "da la vida por ellos".
Cristo revoluciona la relación con Dios. No es una relación de siervo y amo, fundada sobre la sumisión, el miedo, la desconfianza sino sobre la amistad. En los últimos días los evangelios nos han hablado de paz, de alegría, de vida. Ahora Jesús nos dicen que nacen de creer que Dios es nuestro amigo.
Las palabras "ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando" pueden interpretarse mal, algo así como los niños que dicen "si haces lo que te digo, si juega conmigo eres mi amigo. Si no es así, entonces nos eres mi amigo". Jesús dice que somos sus amigos si aceptamos la relación con él, si aceptamos su invitación al amor.
Él elige. Nosotros aceptamos o rechazamos la invitación: "No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido". Entender estas palabras puede dejarnos sin aliento. Jesús nos ha elegido para que lo encontremos, lo conozcamos, para que llevemos su amor con nosotros a todos los rincones de nuestra alma y a todos los lugares a donde vayamos. Es el amigo que está con nosotros siempre, en la cruz y más allá de la cruz, en la muerte y más allá de la muerte. Saber que hemos sido elegido produce una gran alegría. Cristo nos elige todos los días. La cuestión es preguntarnos si nosotros aceptamos su elección y nos consideramos sus amigos.
Convertirnos en amigos no es fácil. Los primeros cristianos aprendieron a ser amigos. Cuando el Espíritu Santo comenzó a obrar más allá de los límites visibles de la iglesia naciente se produjeron choques entre ellos. Pero aprendieron a discutir y tomar decisiones. Buscaron juntos la verdad. Lucharon para permanecer unidos. Entendieron que amar es sincerarse, aclarar ideas.
Pidámosle a Jesús la gracia de experimentar cada día la alegría luminosa de sentirnos y sabernos elegido por él.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 15, 12-17
Jesús dijo a sus discípulos: "Éste es mi
mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la
vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si
hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo
que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo
lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los
ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto
permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto
es lo que les mando: que se amen unos a otros".
V Jueves de Pascua
En la sinfonía de Dios
El apóstol Pedro no se deja bloquear por el miedo al cambio y la novedad, que parece paralizar a la primera comunidad cristiana frente a la libertad que viene del Evangelio, una libertad que es un don para todos, no un privilegio reservado a unos cuantos. Las palabras de Pedro, viniendo de un hombre temeroso, tienen un peso aún mayor: "¿Por qué quieren irritar a Dios imponiendo sobre los discípulos ese yugo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido soportar?".
Una de las dificultades de la primera comunidad cristiana era aceptar la ampliación universal e incondicional de los límites de pertenencia y de experiencia de salvación, presente en el ADN del cristianismo. Esta dificultad la tuvo, en primer lugar, el pequeño núcleo de los apóstoles, luego el primer grupo de discípulos y discípulas después de la Pascua, pero es la dificultad de la Iglesia de todos los tiempos.
No es fácil renunciar a una imagen de comunidad privilegiada y exclusiva. Los prejuicios están destinados a desaparecer ante un hecho recordado por Pedro con claridad exigente: "Dios, que conoce los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo, igual que a nosotros". Somos invitados a asumir la actitud de Dios, que derrama sus dones con generosidad sobre todos.
El fundamento de este nuevo modo de sentir y actuar está en las palabras de Jesús: "Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor". El amor es sutil como el aliento y poderoso como las grandes aguas. Es la materia de la que está hecho Dios y de la que están hechos sus hijos/as. El amor es la melodía de nustra fe. El cristianismo es como una gran sinfonía en la que se interpreta, se toca y se "canta" el amor de Dios.
Pero el amor está amenazado por nuestra vida errática. Por eso Jesús insiste: permanezcan en mi amor. Permanecer, quedarse, no irse, no huir. Permanecer en el amor es el programa de la vida cristiana. "Permanecer" parece un verbo pasivo. Sin embargo, en perspectiva de san Juan, permanecer en al amor de Cristo no es estar quietos, sino caminar en la dirección correcta. Permanecer es la actitud acertada ante el Dios que ya ha hecho todo para salvarnos.
A permanecer en el amor nos ayuda la contemplación diaria de la palabra de Dios, la oración, los sacramentos, la práctica del bien. Es también importante mirar con interés y apertura al mundo, para estar preparados a reconocer la fantasía y el amor con los cuales el Espíritu del Resucitado suscita en todas partes la fe.
Cada día demos una oportunidad a la gracia, para que se manifieste en nuestra vida y en la vida de los demás.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 15, 9-11
Jesús dijo a sus discípulos: "Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena".
V Miércoles de Pascua
La fecundidad de la vida
El relato de la primera lectura, tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles, narra un momento de mucha tensión en la vida de la primera comunidad cristiana. Las diferentes opiniones provocaron "un altercado y una violenta discusión".
Era lógico esperar que algunos de los fariseos convertidos al cristianismo pensaran que había que circuncidar a los paganos y exigirles que cumplieran la ley de Moisés. Les costaba abrir su mentalidad a la novedad del Evangelio, para el cual las categorías de pureza ritual y existencial tienen que ser redefinidas por la encarnación del Verbo de Dios. Dice Jesús en el evangelio de hoy: "Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho". En la novedad del Evangelio, lo que asegura la salvación no es el rito, sino la relación personal con Cristo de la cual brota el rito. La relación, gozosa o dolorosa, que vivimos como "sarmientos" injertados en la Vid necesita ser examinada para ser cada vez más auténtica y fecunda.
Disentir y discutir son fundamentales para construir la comunión. Los problemas y las tensiones que se desencadenan en la Iglesia son ocasiones para examinar nuestras convicciones. Ciertamente no es ni fácil ni obvio. Tendemos a presentar como cierto e incuestionable nuestro modo de ver las cosas, sin conceder mucha atención al modo de ver del otro.
El momento crítico narrado en los Hechos de los Apóstoles hay que leerlo no como un momento de debilidad, sino como un momento de realismo. Los dones de libertad y de amor imponen verificar con cuidado los hábitos e intenciones personales y profundizar las relaciones fraternas: "Se reunieron los apóstoles y los presbíteros para examinar el asunto". Cuando el conflicto es tratado a la luz y en el espacio vital del Espíritu del Señor, las diferentes mentalidades y sensibilidades no se anulan. Se purifican y se realizan de cara a la comunión fraterna y el testimonio del Evangelio.
La fecundidad de la vida muchas veces es fruto de las pruebas y sufrimientos que hemos tenido que afrontar. Por eso, no debemos pasarnos la vida intentando evitar las cosas difíciles. Lo decisivo es preguntarnos si estamos o no aferrados a Cristo.
Podemos tener muchas relaciones, incluso relacionarnos con Cristo, pero estar desconectados por dentro, con el corazón fuera de línea, sin la linfa vital. La Pascua nos ofrece la posibilidad de una reconexión vital, con nosotros mismo, con los demás, con Dios. "Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la verdadera
vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo
arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.
Ustedes ya están purificados por las palabras que les
he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no
permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí
y yo en él ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no
permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo
recogen, lo arrojan al fuego y arde.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran
y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se
manifiesten así como discípulos míos".
V Martes de Pascua
"La paz desarmada y desarmante"
Una de las palabras más repetidas por el Papa León XIV en estos primeros días de su pontificado es "paz". De hecho, sus primeras palabras fueron: "La paz esté con ustedes". Recordaba que este es el primer saludo de Cristo resucitado. Luego añadió que se trata de "una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante".
Nuestra paz tiene fecha de caducidad, está asociada generalmente a eventos o circunstancias. Tan pronto cambian las circunstancias, la paz se acaba. La paz que nos da Cristo no está ligada a las circunstancias, sino a su misma Persona. Es una paz que ha pasado por el dolor, el sufrimiento, la angustia, la muerte... Y triunfó.
Por eso, no debemos pensar que quien tiene la paz del Resucitado está libre de los miedos, angustias, precariedades que él tuvo que soportar. La perspectiva correcta es que cuando nos encontramos a merced de estas tormentas, vamos al fondo del corazón y encontramos allí una paz estable, sólida, vencedora. La oración nos ayuda a recuperar la paz de Cristo, que no es como la paz que da el mundo. La paz del Resucitado no se identifica con la ausencia de tensiones y conflictos. Es algo más que el bienestar y la tranquilidad que, con frecuencia, confundimos con plenitud de vida.
La primera lectura ilustrar el sentido de las palabras de Jesús. Narra las tribulaciones que Pablo experimenta a causa del anuncio del evangelio: "Apedrearon a Pablo; lo dieron por muerto y lo arrastraron fuera de la ciudad. Cuando lo rodearon los discípulos, Pablo se levantó y regresó a la ciudad. Pero al día siguiente, salió con Bernabé hacia Derbe". La crueldad y la violencia que se desatan contra él no pueden matar su paz ni detener la obra de evangelización a la cual Dios lo ha llamado.
A través de las pruebas, madura en el corazón del apóstol la conciencia de cuál es la paz del Resucitado. Les dice a sus hermanos: "Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios". El tiempo de Pascua nos recuerda que la puerta para entrar en el Reino no puede identificarse con la paz de los sentidos, sino con la intensidad de nuestra relación con el Resucitado.
En el fuego de esta paz paradójica, donde no faltan los sentimientos de temor —pero sí están ausentes los resentimientos y el odio— el discípulo de Cristo descubre lo único que realmente es necesario y que no puede destruir ninguna persecución: ser hijos/as de Dios. De allí nace un modo de ser y de actuar que hace visible el rostro del Padre: "Es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado".
Pidamos al Señor su paz para poder vivir arraigados en él, arraigados en su amor que da paz.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 14, 27-31
Jesús dijo a sus discípulos: "La paz les dejo, mi
paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se
acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me amaran,
se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he
dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean.
Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque se acerca el príncipe de este
mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es
necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el
Padre me ha mandado".
V Lunes de Pascua
El Maestro del Amor
Judas, no el Iscariote, le hace a Jesús una pregunta interesante: "Señor, ¿por qué razón a nosotros sí te nos vas a manifestar y al mundo no?". Quizás también nosotros nos hacemos esta pregunta: ¿Por qué Dios no se manifiesta? ¿Estará muerto? ¿Cómo se manifiesta? La respuesta de Jesús: "Al que me ama, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él". Dios se manifiesta a través del amor. Si el amor ha muerto, Dios también a muerto porque Dios es amor. Si no vemos a Dios es porque no vemos el amor. El amor es la manera más honda a través de la cual Dios se revela. El amor hace que lo reconozcamos. El amor es el rostro concreto de Dios.
En el relato de la primera lectura, san Pablo cura a un tullido. Los testigos quedaron muy impresionados. Creyeron que Pablo era un dios, el dios Mercurio. Cuando Dios se manifiesta a través de obras prodigiosas, impresiona. Sin embargo, cuando esto sucede es fácil asociar a Dios con un ídolo. Por eso, prefiere manifestarse a través del amor ordinario, silencioso, débil, aunque ciertamente es más difícil reconocerlo.
Los que conocen verdaderamente a Dios no son los eruditos, los teólogos, los que tiene mucha información sobre él, sino los que lo aman y se dejan amar por Él. Cuando lo acogemos, el amor de Dios se convierte en un estilo de vida. Incluso el sufrimiento, la separación, el malentendido, la traición se convierten en oportunidades para crecer. Particularmente durante su pasión, cuando el amor es pisoteado, Jesús se manifiesta como el Maestro del amor.
Dice Jesús que, a través del amor, nos convertimos en "morada" suya. Cuando Dios hace su "morada" en nuestro corazón y somos conscientes de ello, nos sentimos en casa, en nuestro verdadero hogar, sin soñar ni buscar ni anhelar otro lugar para ser felices y encontrar salvación.
También dice Cristo que el amor se demuestra en la observancia de sus mandamientos. Si Dios vive en nosotros y se manifiesta en nosotros es obvio que afecta nuestro comportamiento. La relación entre el amor y los mandamientos es natural. Los mandamientos brotan de adentro, de lo que llevamos dentro. Son la forma concreta del amor.
En este tema siempre somos deudores, siempre tenemos un déficit. El compromiso más importante es progresar, crecer en el amor. Podemos crecer profesionalmente, económicamente, intelectualmente. Esto es bueno. Pero nunca debe faltar el crecimiento en el amor.
Dice Jesús que el Padre enviará al Espíritu y Él nos enseñará todas las cosas. El Espíritu es el que nos enseña amar.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan 14, 21-26
Jesús dijo a sus discípulos: "El que acepta mis
mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a
mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él".
Entonces le dijo Judas (no el Iscariote): "Señor,
¿por qué razón a nosotros sí te nos vas a manifestar y al mundo no?".
Le respondió Jesús: "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo
amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no
cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre,
que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el
Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las
cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho".
V Domingo de Pascua
El amor está tan cerca
Al final, de cara a la muerte, generalmente se dicen las cosas más importantes; entregamos a la gente que amamos lo que hay en lo más hondo de nuestro corazón. El final de Jesús está acerca. Es de noche. Judas había salido para entregarlo. Pero es precisamente la noche la que permite a la luz de Cristo brillar, revelar la profundidad de su corazón inmerso en el amor del Padre.
Jesús anuncia que la traición de Judas no es simplemente una derrota. Es, sobre todo, la ocasión a través de la cual se puede manifestar su gloria, el resplandor de su relación con el Padre, un amor más fuerte y obstinado que cualquier derrota. Jesús asume las tinieblas y las transforma en luz, manifestando así de que material está hecho el Amor: conduce a la victoria cuando es herido. La herida es una rendija a través de la cual se proyecta una luz transformadora. Por eso, nuestras fragilidades, límites, fracasos, el mal que nos acompaña, pueden convertirse en lugares de revelación de algo nuevo, luminoso, inédito.
Jesús pronuncia sus palabras en un contexto nada favorable. No solo las autoridades religiosas no han reconocido la verdad de su Evangelio; también los discípulos —de los cuales Judas es la figura más dramática— se dejan dominar por una oscuridad tan densa que impide que la luz de Cristo resplandezca. Sin embargo, precisamente cuando la oscuridad parece devorar toda esperanza, el Señor presenta, como dice la segunda lectura, "un cielo nuevo y una tierra nueva". No se trata de hacer cosas nuevas, sino de hacer nuevas las cosas existentes. El amor renueva el mundo. San Agustín decía: "Porque estaban envejecidos y sepultados bajo sus escombros, no me habían podido construir una casa. Para poder salir de las ruinas de perdición, ámense unos a otros".
Este amor tiene forma pascual, es decir, pide salir de nosotros mismos para acoger la forma y la figura de Cristo en nosotros. Cirilo de Alejandría decía que "la forma y figura de Cristo en nosotros es el amor". Cristo resucita en el amor de los discípulos. Vivir el amor como lo vivió permite participar en la fuerza del Resucitado.
Lo más importante que Jesús confía a los suyos es su invitación a amarse. Es el desafío más grande. Se prueba la verdad de lo que somos no en las cosas o eventos, no en el poder o las leyes, sino en la capacidad de amar. Si en la Iglesia nos limitamos a hablar de roles, de poder, de cómo gestionar los asuntos eclesiales, no seremos reconocidos como discípulos de Cristo.
La novedad del mandamiento de Jesús no es su invitación a amar, sino la alegría de saber que lo que manda nos lo da primero. En efecto, se trata de amar "como" Jesús nos ha amado. Sin este "como", nos precipitamos en el abismo de la confrontación y la competencia. Lo que Cristo nos manda ya nos lo ha concedido. Decía san Agustín: "Dame lo que mandas y mándame lo que quieras".
Narraba la primera lectura que Pablo y Bernabé "animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios". La historia personal y la historia de la humanidad son a menudo historias escritas con lágrimas, llantos angustiados, expresados o contenidos, llantos de desesperación y desaliento, llantos que son una apremiante súplica a Dios para consolarlos, para que haga justicia, sane las heridas, muestre su rostro, establezca para siempre su Reino de paz y justicia. Pues bien, las tribulaciones asumidas en la fe nos hacen entrar poco a poco en el Reino de Dios. La segunda lectura afirma que al final se realizará plenamente y para siempre el sueño de Dios y del hombre.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan: 13, 31-33. 34-35
Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo:
"Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado
en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí
mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado;
y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos".