HOMILÍAS

XVIII Martes Tiempo Ordinario
La fe madura en las crisis
El matrimonio de Moisés con una mujer extranjera fue lo que desencadenó los celos de Aarón y María hacia su hermano, dice la primera lectura. No le perdonaron ir más allá de los límites del clan. Sus hermanos no aceptaron su camino personal. Por eso, María se vuelve leprosa. La enfermedad revela en el cuerpo su corazón enfermo, incapaz de acoger al otro en su misterio, no pocas veces desconcertante. Los enfermos tratan de ser médicos, los ciegos tratan de ser guías; pero, diría Jesús, caen en un pozo en el cual miran al otro como un enemigo. Moisés intercede por su hermana: "Señor, ¡cúrala por favor!". Pero antes de orar por la curación de los demás debemos tratar de no hundirnos y, como Pedro, gritar: "¡Sálvame, Señor!".
El evangelio narra que, mientras los apóstoles luchan contra el viento contrario, Jesús camina hacia ellos. Como sus discípulos, el Maestro también resiste al viento contrario del miedo y del desaliento. Venía de orar a solas. La confianza de Jesús ha madurado en la oración y de ella brota la misericordia que lo impulsa a ir hacia los demás y hacerse su compañero de camino.
Como sucede a menudo, el miedo distorsiona la realidad. Los discípulos ven un fantasma. La fe los devuelve a la realidad. Los hace pasar de la imagen distorsionada de Jesús a su verdadero rosto. La fe madura en las crisis. Atravesando las pruebas de la vida, se aprende a rezar. Efectivamente, en medio de la crisis, Pedro dirige a Jesús dos oraciones: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Lo imposible puede ser posible también para él si Jesús le ordena que vaya a su encuentro caminando sobre el agua. La segunda oración es una súplica que manifiesta la confianza en el poder salvífico de Jesús: "¡Sálvame, Señor!". Quien cree se convierte en testigo y protagonista de lo inimaginable.
Cristo se deja tocar por los que cruzan su camino y piden su ayuda. Sucede en dos escenas del evangelio de hoy. En la primera, los habitantes de Genesaret "le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto". En la segunda, más íntima, Simón Pedro agarra la mano que el Señor le tiende cuando el apóstol se está hundiendo en las aguas. La impotencia de la multitud y de Pedro se convierte en un lugar de encuentro con Cristo. Junto al Maestro se respira una atmósfera de confianza. Cuando nos mueve la desconfianza, todo se convierte en una amenaza y el miedo se vuelve un sentimiento habitual.
La experiencia dice que, si nos dejamos dominar por el miedo, nos hundimos en la desesperación; si, en cambio, recurrimos a la oración, nos dejamos transformar en ella y caminamos con la mirada fija en Cristo, entonces experimentamos su salvación.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 14, 22-36
Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí. Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: "¡Es un fantasma!" Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: "Tranquilícense y no teman. Soy yo". Entonces le dijo Pedro: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Jesús le contestó: "Ven". Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: "¡Sálvame, Señor!" Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: "Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios". Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.
San Juan María Vianney
Cuando el camino se vuelve difícil
El camino por el desierto del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en la primera lectura, está lleno de rebeliones y ambigüedades. Ahora, los israelitas lloran y se quejan porque no tenían carne para comer. Sienten nostalgia por el tiempo pasado en Egipto. Decían: "¡Cómo nos acordamos del pescado, que comíamos gratis en Egipto!". No deja de sorprender la palabra "gratis". Israel ha olivado la esclavitud en Egipto, donde el faraón lo sometió a duros trabajos forzados. Ciertamente no era una comida gratuita. Pagaban un precio muy alto.
Cuando el presente se convierte en un desierto difícil de atravesar, puede venir la nostalgia en la que nos refugiamos con gusto. Empezamos a cultivar una memoria endulzada e idealizada de algunos momentos del pasado.
La primera lectura recoge también la sufrida oración de Moisés: "¿En qué te he desagradado para que tenga que cargar con todo este pueblo? ¿Acaso yo lo he concebido o lo he dado a luz?". La oración de Moisés nos recuerda otra de las granes tentaciones en la que podemos caer cuando, en el desierto de la vida, el alimento del alma comienza a escasear. Al gran líder de Israel le atormenta la duda. Está tan desanimado y agobiado que desea morir: "Quítame la vida y no tendré que pasar tantas penas". Moisés experimenta el drama de no ser capaz de llevar a cabo la liberación de su pueblo.
En el evangelio, Jesús, profundamente conmovido por la muerte de Juan el Bautista, "se dirigió a un lugar apartado y solitario". La muerte del Bautista representa para Jesús un momento crítico. Busca la soledad para digerir el golpe. Al parecer, existe una cierta analogía con la experiencia de Moisés. Ambos sienten la necesidad de poner en las manos de Dios la responsabilidad de ofrecer al pueblo el signo concreto de su Providencia. Después de su estancia en el lugar apartado y solitario, Jesús va entre la multitud. Cura a los enfermos y da de comer a los hambrientos. En la dificultad, mira el cielo con una súplica confiada.
San Juan María Vianney, el santo que hoy recordamos, también conoció el agobio de pastorear al pueblo. Encima de esto, tuvo que soportar la calumnia y el desprecio. Algunos, entre ellos párrocos vecinos, criticaban sus ayunos; decían que estaba loco, que era un charlatán, un hipócrita, un ambicioso. En medio de un trabajo agotador y de las injurias, el Santo Cura de Ars siguió trabajando, sin dejarse vencer por el desaliento ni por la tristeza. Más tarde confesó. "Muchas eran entonces mis cruces; tantas, que apenas las podía soportar. Pedí al Señor que me diera la gracia de amarlas, y de repente me sentí dichoso. ¡Verdaderamente, sólo allí existe la felicidad!".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 14, 13-21
Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer". Pero Jesús les replicó: "No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer". Ellos le contestaron: "No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados". Él les dijo: "Tráiganmelos". Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Domingo XVIII Tiempo Ordinario
Disfrutar la vida con lo que se tiene
Desde siempre, el dinero y las herencias provocan guerras, destruyen lazos fraternos, tanto a nivel familiar y social como entre los pueblos. Es muy actual la petición del hombre que le dice a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". ¿Qué hace Jesús? No responde directamente. No se concentra en la disputa por la herencia. Lleva a su interlocutor a un nivel más profundo, a ver más allá de lo inmediato, y que sea él mismo quien finalmente decida lo que tiene que hacer.
Dice Cristo: "Eviten toda clase de avaricia". La avaricia es la raíz de muchos problemas. El Señor ilustra sus palabras con una historia. Inventa la parábola de un hombre rico, eufórico por la gran cosecha: "Tengo mucho dinero para muchos años. Alma mía, come, bebe, descansa y diviértete". Aquel hombre había invertido inteligentemente. Estaba orgulloso de lo que había logrado.
Nada malo hasta aquí. El Evangelio no tiene nada contra la riqueza, ni quiere desanimar el emprendimiento y la alegría de vivir. Entre los seguidores de Jesús había también gente rica, como Zaqueo, Lázaro, José de Arimatea, mujeres que tenían muchos bienes. No quiere que todos seamos pobres, sino que nos demos cuenta de lo que somos, de volver a la realidad. Aunque se nos olvida, nuestra vida es extremadamente frágil, como la del protagonista de la parábola que pone el sentido de la vida en su riqueza… y termina su vida sin haberle encontrado el verdadero sentido: "¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?".
Estar vivos no es un derecho, es un regalo. Ver el sol y los rostros amados, no es algo que nos deben. Es un regalo para agradecer con toda el alma. La vida es un espacio de amor, una corriente de bien que no podemos detener. Si viviéramos así, agradeciendo a Dios por lo que tenemos y sin aferrarnos a ello, probablemente viviríamos más serenos y felices. Hace tiempo me llegó un mensaje: "La vida es extraña. Nacemos sin traer nada, morimos sin llevarnos nada y en el medio peleamos por algo que ni trajimos ni nos llevaremos".
El desacierto del rico es haber vivido para alimentar su ego. Se olvidó de alimentar lo que no muere: del alma, del espíritu. El rico nunca tiene suficiente; al codicioso, lo que tiene nunca le basta. Sin embargo, se puede tener poco y vivir contentos. Me llamó la atención lo que dijo la actriz española Stéphanie Magnin en una entrevista: "Cuando aprendí a vivir con poco, perdí el miedo".
La espiritualidad cristiana consiste en saber disfrutar la vida con lo que se tiene, poco o mucho; compartirlo con quien tiene hambre, sed o está solo. La espiritualidad cristiana aprecia las pequeñas cosas, las personas, la naturaleza. Invita a no consumir compulsivamente; a disfrutar los pequeños momentos de paz, de una pizca de alegría suficiente para cantar, de una amistad para sonreír. Y dar las gracias. Hacerse ricos, como dice Jesús, "de lo que vale ante Dios". San Francisco de Asís se hizo pobre no por la pobreza sino para ser rico ante Dios.
Cristo invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida: "La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea". La vida no consista únicamente en hacer y tener, producir y poseer. Jesús nos invita a superar la ilusión de poner a salvo la fragilidad de nuestra vida con posesiones. Nuestra vida es como un suspiro. Pero es también el suspiro, el soplo de Dios, en nosotros y, como dice la segunda lectura, el soplo de la resurrección de su Hijo. Por eso podemos entregarnos, ya desde ahora, a la alegría de la verdadera riqueza, la que nunca pasa, en comunión con Dios y con los hermanos.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 12, 13-21
Hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". Pero Jesús le contestó: "Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?" Y dirigiéndose a la multitud, dijo: "Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea". Después les propuso esta parábola: "Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: '¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida'. Pero Dios le dijo: '¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?' Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios".
XVII Viernes Tiempo Ordinario
La sacralidad de lo cotidiano
Jesús regresa a su tierra. Su regreso suscita interés, pero también preguntas. Sus paisanos no se explican cómo ha adquirido esas habilidades para hablar y hacer milagros. Nazaret pasa del orgullo, de la fiesta por este hijo que vuelve rodeado de fama, poderoso en palabras y obras, a una actitud inhóspita e incluso hostil. El entusiasmo pasa rápido. La razón la hemos escuchado: lo conocen, saben de dónde viene, es el hijo del carpintero.
Sin embargo, en la humanidad de Jesús se esconde el misterio de un Dios que ha elegido hacerse pequeño para ser grande, que sirve para reinar; un Dios que siendo el Creador se hizo creatura, dándole a la persona humana dignidad sagrada. Este Dios tiene voz, manos, corazón de hombre. Esto es una riqueza, no un obstáculo. Pero tal riqueza causa escándalo: ¿Quién reconocerá a Dios en el hijo del carpintero?
Jesús vivió la mayor parte de su vida, 30 años, en un pueblo insignificante, haciendo las cosas más corrientes y triviales de la gente de pueblo. ¡Era el Hijo de Dios y, sin embargo, vivió como uno más, como uno de tantos en el pueblo! Esto maravilla. Causa estupor. Maravilla también la riqueza interior de Jesús, su experiencia del Padre del cielo que le llena el corazón. Desde esa experiencia vive las cosas más sencillas y modestas de la vida con plenitud y alegría. Podemos aprender de Cristo. Con la presencia de Dios en nuestro corazón, podamos disfrutar de todo, aún de las cosas más insignificantes.
La conducta de los paisanos de Jesús debe ayudarnos a verificar nuestro camino de fe a la luz del Espíritu. Corremos el riesgo de no ver lo sagrado en las cosas simples, en las personas cercanas, en los gestos cotidianos. Es el drama que puede suceder en las relaciones y cosas más cercanas. Cuando pensamos conocer bien a alguien, perdemos la capacidad de dejarnos sorprender. Lo etiquetamos. Sobre todo, las personas que están a nuestro lado. También puede suceder en nuestra relación con Dios. Quizá nos habla a través de las personas cercana, a través de instrumentos inadecuados e inapropiados; porque somos, como dice san Pablo, "vasijas de barro que contienen un tesoro".
Para intentar cambiar podemos ver a los cercanos como si fuera la primera vez que los vemos. Esta mirada podría salvar el amor decepcionado por un marido, por una esposa, por un hijo, por un compañero.
La ley de Moisés en la primera lectura nos habla de las fiestas religiosas. También aquí podemos perder de vista la profundidad de los ritos. Los celebramos de manera rutinaria, por obligación. Pensemos en la misa. La misa es una fiesta. Las fiestas religiosas son una cita con la vida y el Dios de la vida, no sólo con ritos y costumbres.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: "¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?" Y se negaban a creer en Él. Entonces, Jesús les dijo: "Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa". Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.
San Ignacio de Loyola
Maestro del discernimiento
Jesús describe una escena de pesca ordinaria en la Galilea de su tiempo. La escena tiene dos tiempos: recoger y separar. En un primer momento, los pescadores echan la red "y recoge toda clase de peces". Este momento, dice Jesús, se debe realizar con mucha generosidad. Durante la pesca lo importante es pescar. Sólo después de que la red se ha llenado con toda clase de peces, se puede proceder a separar y seleccionar los peces. No es tarea de la red separar los peces buenos de los malos. La red no tiene la capacidad de diferenciar entre un pescado bueno y uno malo. Esto sólo lo pueden hacer los pescadores. La tarea de la red es recoger peces. Nosotros estamos en la red que lanza Cristo. La red no tiene filtros. Pesca de todo. Estamos en ella no para ser descartados, sino purificados, curados.
La parábola quiere devolver la confianza en la fase de la pesca que precede a la selección. Estamos llamados a echar la red, a trabajar para el Reino, pero no a decidir quién es bueno o malo. Corresponde a Jesús hacerlo. Sólo él conoce el corazón de cada persona. Y no se apresura a separar los buenos y los malos. Deja que estén juntos. La separación será al final de los tiempos
Lo que a nosotros nos corresponde es hacer nuestra parte. Es un hecho que nuestra vida está marcada por ambigüedades, fragilidades, transgresiones. Ciertamente estamos llamado a discernir lo que es esencial y lo que es inútil. Sin embargo, recogemos de todo. Nos gustaría que todo fuera claro, evidente; pero, no es así, lo dice Cristo. Nos pide paciencia y fe. Sus palabras "separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido" pueden paralizarnos por el miedo. En realidad, son un estímulo para actuar con la sabiduría del "padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas".
Hoy recordamos a san Ignacio de Loyola, un maestro del discernimiento y la introspección. Ignacio enseña que el discernimiento es un proceso que tiene varias etapas. Se trata no sólo de elegir lo bueno y dejar lo malo, sino reconocer lo que hay —ya sea bueno o malo— para luego aprender a darle un nombre. Sólo al final podemos decidir tomar lo que es bueno y dejar lo que es malo.
Ignacio invita a entrar en este proceso. En el proceso no todo está claro. En él hay consolaciones y desolaciones. Debemos aceptar que no todo está inmediatamente claro; pero podemos estar en el proceso con paciencia y confiando en la ayuda del Espíritu. No tener prisa para llegar a las mejores conclusiones nos permite vivir con serenidad nuestras contradicciones sin dramatizarlas, descubriendo en el tesoro de nuestro corazón las cosas antiguas y las cosas nuevas.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 13, 47-53
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. ¿Han entendido todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí". Entonces él les dijo: "Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas". Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.
XVII Miércoles Tiempo Ordinario
Resplandeciente
Moisés no es consciente de que la revelación de Dios no sólo se escribió en unas tablas de piedra, sino que dejó una huella profunda en su propio cuerpo. En efecto, dice la primera lectura, que él "no sabía que tenía el rostro resplandeciente por haber hablado con el Señor". Fueron los demás los que se dieron cuenta de esa misteriosa transfiguración del rostro, fruto de su encuentro con el Altísimo: "Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y al ver que su rostro resplandecía, tuvieron miedo de acercársele".
Moisés intuye que el resplandor que ilumina su rostro no es algo que se pueda compartir fácilmente con todos. Es un misterio que hay que alimentar y cuidar con prudencia: "Cuando Moisés acabó de hablar con ellos, se cubrió el rostro con un velo". Su rostro resplandeciente quedó oculto bajo un velo.
Algo semejante sucede en las dos parábolas del evangelio. Recuerdan que el encuentro con Dios es un acontecimiento tan precioso y repentino que produce una doble reacción. Por una parte, una explosión de alegría que suscita el deseo imparable de "comprar" el "tesoro escondido" y la "perla de gran valor", largamente buscados. Por otra parte, la necesidad de ocultar —para cuidar— lo que podría ser malentendido por aquellos que aún no tienen una mirada limpia para discernir la presencia del Reino de los cielos.
No siempre somos conscientes de que el cansancio de nuestra búsqueda se ha transformado en una luz radiante que brilla en el rostro, una luz que los demás pueden ver y gozar, y en la que pueden encontrar esperanza. A nosotros se nos reserva ese profundo sentimiento de alegría cada vez que descubrimos lo cercano y accesible que es el don de Dios.
Los cristianos somos semejantes a aquel hombre y a aquel mercader de las parábolas que acoge la ley del Evangelio escrita no en tablas de piedra, sino en el corazón. Una persona tan feliz de ser amada que ya no tiene necesidad de poseer nada ni a nadie; tan libre que "va y vende cuanto tiene y compra la perla preciosa", compra el tesoro de la vida eterna.
El Reino de los cielos no es un tesoro evidente. A menudo está escondido en el campo de las cosas de cada día, quizá las que ya no miramos, las que pensamos que no contienen nada nuevo. El Reino es un tesoro que cambia todo; hace que se mire con ojos diferentes un matrimonio que parece marchito, una rutina que parece agotarnos, un trabajo que no responde a nuestras expectativas. El Reino no es una cirugía estética de la realidad, sino el descubrimiento de algo que está oculto en ella y que no sabíamos que existía. Encontrarlo hace que brote de nuevo la fidelidad, la felicidad, el valor, la pasión.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 13, 44-46
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra".
Santos Marta, María y Lázaro
Salir de la tumba
Hoy celebramos a la pequeña familia de Betania formada por
Marta, María y Lázaro. Esto hermanos acogían a Jesús en su casa. El Señor iba ahí
cuando necesitaba un lugar tranquilo y seguro, lejos del ruido de la multitud,
lejos del caos de la Jerusalén que mata a los profetas. El Evangelio hace
referencia a estos tres amigos varias veces. La amistad con Jesús no se
manifiesta sólo en la mesa sino también en el dolor, cuando la muerte de Lázaro
lleva al borde de la desesperación a sus hermanas.
Cada uno de los hermanos se sitúa antes Jesús a su manera. De Lázaro sabemos pocas cosas, pero son las que cuentan. Los judíos dijeron, cuando vieron llorar a Jesús ante la tumba de Lázaro: "¡Miren cuánto lo amaba!". Podemos decir que Lázaro era aquel que simplemente se dejaba amar por Jesús y por sus hermanas. La vida y el amor vencen la muerte. Por eso, Lázaro sale de la tumba. Pero también sale de su tumba Marta, la hermana.
Marta es descrita como una mujer activa e inquieta, como ama de casa, que cuando llegan los invitados, después del saludo, se pone inmediatamente a trabajar para preparar una deliciosa comida. De esta manera quiere mostrar su amor. Sirve espontáneamente, sin que nadie se lo pida. Está disponible para los demás. Trabaja calladamente y con eficacia, sin alarde ni y publicidad.
Marta y Jesús se entienden muy bien. Esto permite que Marta sea totalmente sincera con Jesús. No tiene temor de manifestar lo que piensa, aunque entre en conflicto. Ante la tumba de Lázaro, Marta dice lo que piensa con franqueza, sin rodeos: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Tampoco tiene miedo de quejarse cuando su hermana María, embelesada escuchando a Jesús, la deja sola con el quehacer: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola? Dile que me ayude". Marta no está enfadada con María, sino con Jesús, que parece no tener ninguna consideración viéndola con tanto trabajo y sin la ayuda de su hermana. El enojo de Marta llega hasta el punto de dar una orden al Maestro, para que cambie la situación rápidamente: "Dile que me ayude".
Jesús no la reprende ni la ridiculiza. Le anuncia un evangelio del cual María ya se había dado cuenta, pero ella no. En su casa ha entrado Alguien al que no se necesita conquistar como todas las cosas de la vida, sino Alguien de cual hay que simplemente dejarse amar. De Marta podemos aprender a ser discípulos atrevidos sin por ello ser menos capaces de una fe profunda: "Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". La fe de Marta es clara, libre, valiente.
Marta, María y Lázaro son íconos del poder de la fe y del amor que desembocan en una gran esperanza y una gran confianza en Jesús.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Juan 11, 19-27
Muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta respondió: "Ya sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo".
XVII Lunes Tiempo Ordinario
Semilla de esperanza
El reino de los cielos es invisible, pero esto no significa que no exista. Nos damos cuenta de que existe por sus consecuencias, por sus efectos. Cuando la diminuta semilla de mostaza es sembrada en la tierra, no se ve. Un ojo superficial no le da importancia a la semilla. Sin embargo, bajo la superficie, algo está sucediendo: las raíces se fortalecen, se expanden, buscan alimento. Un día, de repente, un pequeño brote surge de la tierra, y con el paso del tiempo se convierte en un arbusto en el cual las aves pueden refugiarse.
Así es también la fe. Puede parecer una presencia insignificante en la vida de una persona; pero en las circunstancias adversas se revela como una presencia fiable que hace la diferencia.
Las parábolas de la semilla de mostaza y de la levadura en la masa proclaman que el Reino de Dios no es algo estático. Crece continuamente. Asume y transforma desde dentro, de manera silenciosa, la humanidad entera, impulsándola, sin cesar, hacia una plenitud. Ambas parábolas están unidas por la continuidad y el contraste entre los inicios modestos y el final exitoso.
Las parábolas invitan a crecer en la confianza, así como la semilla confía en la tierra y la tierra confía en la semilla. Mutuamente se dan tiempo. No se apresuran. La semilla no se convierta en un árbol de un día para otro. Se necesita paciencia y tiempo para que la levadura pueda fermentar la masa y se pueda percibir el olor que sale del horno en el que se prepara el pan. Estas cosas tan pequeñas sobre las que no tenemos control pueden ayudarnos a vivir con más paz la aventura humana.
Vivimos en una época en la que se vuelve valioso lo que es ruidoso, inmediato, "viral", espectacular. Es difícil ver a nuestro alrededor el Reino de Dios que avanza. De hecho, tenemos la impresión de que más bien lo que avanzan son las tinieblas: guerras, violencias, abusos. Las parábolas de Jesús son simples, casi infantiles; pero desafiantes y provocativas por qué encierran una pregunta: ¿realmente crees que las pequeñas cosas pueden cambiar el mundo?
Cada acto de amor, cada oración, cada gesto de bondad, por pequeño y oculto que sea, está contribuyendo a construir algo grande. Dios obra en silencio en las entrañas de la historia y en el secreto de nuestro corazón, y un día veremos el fruto de lo que ahora, quizás, nos parece inútil o insignificante. El bien crece y florece por una misteriosa fuerza interior, que es de Dios. Como el campesino que espera con paciencia la cosecha, miremos el futuro con fe y esperanza, seguros de que el bien que sembramos hoy, un día, florecerá.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 13, 31-35
Jesús propuso esta otra parábola a la muchedumbre: "El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en su huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas". Les dijo también otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar". Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
XVII Domingo Tiempo Ordinario
Orar para vivir
En los primeros años de nuestra vida tenemos una experiencia que permanece grabada en nuestra memoria. Es la experiencia de fragilidad, dependencia y necesidad de ser cuidados para poder sobrevivir. Vivimos porque, de una o de otra manera, alguien nos ha acogido y cuidado. Esta estructura permanece durante toda la vida.
En la oración volvemos a esta experiencia. En la oración decidimos de quién depender. Quizás por esto Jesús nos invita a ser como los niños; de lo contrario, no será posible reconocer a Dios como Padre y dejarse amar por él.
Los discípulos le dijeron a Jesús: "Señor enséñanos a orar". Por lo visto, orar es algo que se aprende. Los místicos hablan del arte de orar. Los discípulos de Jesús sabían las oraciones de la tradición judía; pero les fascina la manera de orar de Jesús, cómo se situaba delante de Aquel a quien llamaba "Abba", "Papá". Como los niños, también nosotros necesitamos ser educados en la oración. Jesús nos enseña a pedir las cosas más importantes y esenciales. En la oración nos conocemos mejor a nosotros mismos, descubrimos lo que realmente nos falta, reconocemos nuestra identidad de hijas/os amados.
El Padrenuestro tiene dos tiempos. En el primero no interesamos por las cosas de Dios; en el segundo, es Dios quien se interesa por nuestras cosas. Jesús nos pide que nos interesemos por Dios; porque también a él le falta algo, tal vez la última oveja, tal vez le falto yo.
El Padre Nuestro entrelaza a Dios con nosotros como dos cuerdas se entrelazan y se convierten en una sola cuerda muy fuerte. Dios entrelaza su aliento con el mío, su vida con la mía. Orar es como respirar. ¿Por qué respiramos? Simple: ¡para vivir! Rezamos porque sin el aliento del cielo la tierra muere.
Somo como el amigo de la parábola que va con su amigo cuando se da cuenta de que no tiene ni pan, ni aceite, ni fuerzas suficientes, y entonces vamos a la Fuente aunque sea de noche, porque conocemos el camino y la Fuente siempre está ahí.
Desde hace dos mil años los cristianos repetimos el Padre Nuestro y sigue faltando el pan; sin embargo, hay tanto pan que bastaría para todos; si les falta a muchos es por la codicia, la indiferencia o la crueldad asesina de algunos. Hay lugares, como Gaza y otros más, donde hay gente que es asesinada al salir a buscar el pan. También hemos orado mucho por la paz y la paz no ha llegado. Pero, ¿Dios escucha nuestras oraciones? Sí las escucha. Somos nosotros los que no escuchamos a Dios ni la súplica de los hambrientos.
Como sucede en el amor, la oración crece y madura. Va de las primeras súplicas frágiles y necesitadas, hacia un amor adulto, gratuito, capaz de silencio y fidelidad. Al comienzo, oramos para pedir; luego, el Espíritu nos empuja a otra parte. Vamos de la súplica a la Presencia, de la palabra al Silencio. Tal vez la oración adulta es precisamente esta: reconocer que Dios no está en otra parte, sino en la vida diaria, dentro de nosotros; que no es un poder para convencer, sino una Presencia para habitar. Orar es abismarse en Él, recordar quiénes somos, regresar a casa.
Rumi, un místico sufí del siglo XIII, dice: "Cuando ardes en el fuego del amor, ese es tu verdadero acto de oración". En ese fuego ya no se habla. Se ama. Se calla. Simplemente estamos y somos ante el Señor.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Entonces Jesús les dijo: "Cuando oren, digan: 'Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación' ". También les dijo: "Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: 'Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle'. Pero él le responde desde dentro: 'No me molestes. No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados'. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite. Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán? Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?".
XVI Lunes Tiempo Ordinario
La señal prodigiosa
Los escribas y fariseos le piden a Jesús una señal prodigiosa, espectacular, deslumbrante, una demostración palpable de su poder. Pero no creían en él. Pedían, pero sin fe. Jesús les recuerda a Jonás, el profeta que, contra su voluntad, predicó la destrucción de la ciudad de Nínive y sus habitantes se convirtieron, poniéndose a salvo de las consecuencias de su dureza de corazón. También les recuerda a la reina del sur, quien hizo un largo viaje para escuchar la sabiduría Salomón. Es como si el Señor les dijera: "Quiero ver en ustedes una señal prodigiosa: que se conviertan y crean".
Pobre de la fe que busca confirmación en los acontecimientos extraordinarios, minusvalorando los que Dios nos ha dado como signos de su Presencia, por ejemplo, los Sacramentos y su Palabra. Pobre de la fe que confunde lo divino con el milagro. Pobre de la fe que nos pone a nosotros en el centro y no a Dios, de la fe que quiere un dios a la medida de nuestros deseos o incluso de nuestros caprichos.
La primera lectura narra el momento en el cual el faraón se arrepiente de haber dejado partir al pueblo de Israel. No podemos menos que compartir el miedo de los hijos de Israel cuando caminan hacia la libertad y hacia nuevas perspectivas de vida, y ven "todo un ejército de caballos, carros y guerreros" que los persiguen y los empujan hacia el mar, que parece esperarlos como una trampa.
La reacción de Moisés es animar al pueblo: "No teman; permanezcan firmes y verán la victoria que el Señor les va a conceder hoy". Pero él también necesita que Dios lo anime. Cuando invoca su ayuda, el Señor le responde: "¿Por qué sigues clamando a mí? Diles a los israelitas que se pongan en marcha". Es decir, ya rezaste, ya te arrodillaste. Ahora, camina. Cuando el pánico se apodera del corazón y la mente, nos paraliza. Podemos orar, pero luego, hay que moverse, ponerse en marcha aun en la incertidumbre. La señal prodigiosa viene después. Lo que parecía una trampa para los israelitas se convirtió en un camino de liberación y en una trampa para los opresores.
Dice Jesús que la única señal que dará será la del profeta Jonás "pues de la misma manera que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra". Jesús se refiere a su sepultura. La fe nace en lo escondido, en lo oculto. Pensemos en una mina de oro. Por fuera parece tierra o rocas como las que hay por todas partes, pero por dentro esconde un tesoro. No hay que permanecer en la superficie de las cosas. No busquemos certezas sin riegos. Creer es confiar. Nosotros podemos ser esa señal prodigiosa cuando, después de orar caminamos confiando en el poder de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 12, 38-42
Le dijeron a Jesús algunos escribas y fariseos: "Maestro, queremos verte hacer una señal prodigiosa". Él les respondió: "Esta gente malvada e infiel está reclamando una señal, pero la única señal que se le dará, será la del profeta Jonás. Pues de la misma manera que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra. Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta gente y la condenarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay alguien más grande que Jonás. La reina del sur se levantará el día del juicio contra esta gente y la condenará, porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón".
XVI Domingo Tiempo Ordinario
Huéspedes
Abraham y Sara atravesaban por un momento de desilusión. Parecía que la esperanza de un hijo y, a través de él, de un futuro, se había alejado definitivamente. Habían pasado diez años de la promesa de una descendencia y el hijo no llegaba. Abraham estaba sentado en la puerta de su tienda "a la hora del calor más fuerte", cuando todo parece muerto, cuando todo está detenido y no quiere ser molestado. Parece imposible que pase algo en esa hora. Sin embargo, unos huéspedes llegan sin avisar. Abraham, en lugar de molestarse, les dedica tiempo y atención, como si esa visita hubiera vuelto a encender en él la esperanza. Y, efectivamente, aquellos tres peregrinos cambiarán su vida, le darán la fecundidad que tanto esperaba.
En la segunda lectura, san Pablo habla de una visita incómoda: el dolor, el sufrimiento. Sufrir no es nada agradable. Sin embargo, Pablo se alegra por esta visita: "Me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí". El Apóstol encuentra el sentido profundo del sufrimiento. Cuando suframos seamos conscientes de que nuestro sufrimiento se inserta en el drama de la pasión de Cristo que lleva al gozo de la resurrección. Como formamos parte del Cuerpo de Cristo, cuando sufrimos, Cristo sufre en nosotros y nosotros sufrimos en Cristo. Probablemente eso no quite el sufrimiento ni la incomodidad del sufrimiento, pero le da un sentido, un valor redentor.
El Evangelio también nos habla de una visita. Jesús llega a la casa de Marta y María sin previo aviso. Y no llega solo, sino con sus discípulos. Recibir al huésped era tarea del jefe de familia, en este caso, de Lázaro, el hermano. Pero no aparece en el relato. Sólo dos mujeres que conviven y conversan con Jesús. La visita de Cristo hace que los prejuicios sobre las mujeres salten por el aire, en aquella sociedad fuertemente patriarcal que descalificaba a las mujeres.
Cada una de las hermanas recibe a Jesús a su manera. Marta es el prototipo de la mujer que recibe generosamente, atenta a que no falte el pan sobre la mesa para todos. Corre dentro y fuera de la cocina, sale al patio y vuelve a comprobar las ollas; pasa y vuelve a pasar. Siempre ocupada. María, en cambio, lo recibe escuchando. Se deja alcanzar y tocar. Simplemente se sienta a los pies del Señor, en silencio, escuchándolo embelesada y bebiendo cada una de sus palabras. No se limita a recibir a Jesús en los muros de una casa: hace de su misma persona una casa para Jesús.
Marta y María no se oponen, son dos maneras complementarias y necesarias del amor. Son las dos alas de la una sola ley: amarás al Señor tu Dios y amarás a tu prójimo. Son también las dos alas de una bienaventuranza en dos tiempos: bienaventurados los que escuchan la Palabra, bienaventurados los que la ponen en práctica.
La Martha que vive en nosotros nos empuja a la acción, al servicio. Quiere ser útil. Quizá tiene miedo de no ser vista. En cambio, la María que está en nosotros es la que ora, la que está a los pies del Misterio que sostiene al universo. Quizás pensemos que ella no sirve para nada, que lo que hace es inútil. Sin embargo, Jesús dice: "María escogió la mejor parte y nadie se la quitará".
Recibir a un huésped demanda tiempo y atención. Hay que hacer cosas buenas por Jesús, pero esto no justifica nuestra actitud o incapacidad de detenernos para simplemente estar con él. Las dos hermanas marcan un salto de la fe: pasar del ansia de lo que debo hacer por Dios, al asombro de lo que Él hace por mí.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas: 10, 38-42
Entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: "Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude". El Señor le respondió: "Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará".
XV Viernes Tiempo Ordinario
La inteligencia de la vida
Hay cosas a las que no podemos renunciar, como por ejemplo comer. Y no sólo tenemos necesidad de pan material, sino también hambre de amor y hambre de Dios.
Impulsados por el hambre, los discípulos arrancaron espigas y se comieron los granos, algo prohibido en sábado. Jesús los defiende. Al defenderlos, no se presenta como un anarquista, sino como el Señor y Maestro de la Ley, y enseña a ser maestros de la Ley. Recuerda un pasaje de la Escritura, cuando el rey David, huyendo de Saúl, comió de los panes reservados a los sacerdotes. Recuerda también que los sacerdotes que ofician en el templo no violan el sábado. Pues bien, Cristo nos regala una realeza y un sacerdocio de mayor calidad que la realeza de David y el sacerdocio del Antiguo Testamento. Por el bautismo, todos participamos del sacerdocio y la realeza de Aquel que es "dueño del sábado". Somos un pueblo de reyes y sacerdotes.
Jesús también nos enseña que lo que vence el formalismo es la misericordia. Si las reglas se vuelven más importantes que las personas, entonces esas reglas ya no dan gloria a Dios. Si el sábado es más importante que el sufrimiento de una persona, entonces ese sábado ya no es sagrado sino inhumano. Y una religión que se vuelve inhumana ya no es una religión sino una ideología.
En la enseñanza de Cristo está la primacía del corazón. El corazón es símbolo de los sentimientos; pero, sobre todo, es el centro de la persona, el lugar donde tomamos decisiones y desarrollamos la relación íntima con Dios. Si dejáramos de estar siempre en la cabeza o en el estómago o viendo sólo la Ley, y descendiéramos más al corazón, nos daríamos cuenta de cómo en nombre de Dios a veces justificamos una serie de tonterías que no tienen nada que ver con Él. Ni el moralismo ni el sentimentalismo son cristianos. Con el moralismo apuntamos el dedo condenando a los demás y con el sentimentalismo ocultamos la verdad. La manera sana de decir la verdad con amor es, precisamente, la misericordia, la capacidad de amar a una persona en la verdad de su miseria, sin condenarla, pero tampoco sin justificarla.
La pregunta que Jesús hace a los escribas y fariseos es válida también para nosotros: "No han leído en la Ley...?" El Señor pide leer la Palabra de Dios viva encerrada en el texto de las Escrituras, ir más allá de la simple comprensión intelectual del texto, abrirse a la inteligencia de la vida, leerla desde la vida. Sólo así entenderemos el comportamiento de Cristo.
Jesús nos ha demostrado qué significa vivir con los pies plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas, y, al mismo tiempo, teniendo el corazón en el Cielo, sumergido en la misericordia de Dios.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 12,1-8
Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: "Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado". Él les contestó: "¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan sólo los sacerdotes?
¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso cometen pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo. Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado".
XV Jueves Tiempo Ordinario
El remedio para el cansancio
Continúa el diálogo de Moisés con el Señor. El yugo de la esclavitud era muy pesado. "Yo he venido a ustedes porque he visto cómo los maltratan en Egipto. He decidido sacarlos de la esclavitud de Egipto". Esta decisión de Dios alcanza su plenitud en Cristo Jesús. El Verbo eterno del Padre ha descendido para compartir nuestra suerte y nos invita a tomar su yugo para descansar de los demás yugos: "Mi yugo es suave y mi carga, ligera".
Los que escuchaban a Jesús sentían el yugo de la ley. Originalmente, la Ley fue dada por Dios para que el pueblo conservara la libertad; pero, con el tiempo, los hombres fueron añadiendo más leyes, de tal manera que se volvió una carga pesada, un yugo opresor. Nosotros podemos ser también un yugo para nosotros mismos. Por eso, es bueno revisar los yugos que cargamos, que hacen pesada nuestra vida y hacemos pesada la vida a los demás. Estos yugos pueden ser aliviados saliendo de nosotros mismos y cargando el yugo de Cristo, que es suave y ligero: "Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso".
Estamos cansados de la injusticia y la violencia a la que a veces contribuimos, de situación que parecen insolubles como la guerra, los refugiados y los migrantes que huyen de su país por la pobreza extrema o por gobiernos dictatoriales, desafiando la muerte. Estamos cansados de relaciones familiares tóxicas, de nuestros sentimientos de culpa. Cansado también del lado oscuro de nuestro carácter, de nuestras incoherencias. Todo esto provoca un estrés que afecta nuestra salud física y psicológica.
Cristo ve nuestro cansancio existencial, lo difícil que es vivir; ve todo el sufrimiento inútil que encontramos en nuestro camino. Y viene a nuestro encuentro ofreciéndonos una manera de afrontar la vida: su presencia llena de mansedumbre y humildad.
La mansedumbre no es debilidad ni pasividad. Es una fuerza que está bajo el control propio y el control de Dios, una virtud que implica gentileza. El manso se relaciona con los demás no para competir y ganar. La mansedumbre florece en el seno de la humildad, en la conciencia de la fragilidad común que compartimos de los demás.
Para liberar a su pueblo —y para liberarnos— el Señor tuvo que doblegar el orgullo del faraón "Ya sé que el faraón no los dejará ir, si no se ve obligado". Las plagas serán un instrumento para quebrar la soberbia; pero también para purificar la fe en Dios, creyendo en su palabra liberadora delante de situaciones que nos inducen a rendirnos y claudicar.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 11, 28-30
Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera".
Nuestra Señora del Carmen
Gente sencilla
Dios se manifiesta a Moisés en un fenómeno extraño: una zarza que arde sin consumirse. Ahí le comunica su proyecto liberador. Conoce la opresión del pueblo y ha decidido intervenir. Sin embargo, no podrá realizar su proyecto sin la ayuda de Moisés. Es un reto que supone riesgo. Moisés tendrá que comparecer ante el faraón que pretendía matarlo. El Señor le dice: "Yo estaré contigo". La palabra que el Señor le dirige a Moisés se hizo carne en Jesús. Él es nuestra una compañía cotidiana.
El evangelio de hoy recoge una exclamación de Jesús: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!". Las palabras de Jesús son tan ardientes como la zarza que ardía sin consumirse. A través de ellas percibimos el éxodo interior realizado por Moisés. Antes de ser mediador del éxodo del pueblo de Israel, Moisés tendrá que realizar su propio éxodo interior. Reconoce su pequeñez, la vanidad de su propia sabiduría, y experimenta la salvación del Altísimo que nos hace pasar de la esclavitud de los faraones de todos los tiempos al servicio del Dios liberador.
A través del cultivo de la vida interior aprendemos el arte de simplificar las cosas hasta llevarlas a su núcleo esencial. La persona simple no se pierde en miles de detalles y razonamientos que casi siempre terminan por enredar, confundir, hacer más difícil tomar decisiones. A Dios no lo podemos aferrar con razonamientos complejos, pero si lo podemos abrazar con la sencillez del corazón. La sencillez es ausencia de complicaciones, capacidad de asombro, disponibilidad para recibir; pero, sobre todo, dejarse trasformar por Dios.
Hoy celebramos a María bajo su advocación de Nuestra Señora del Carmen. Uno de los mensajes de esta celebración es precisamente la importancia de la pequeñez, la sencillez. La Virgen del Carmen es modelo y ejemplo de sencillez y alegría. Nos invita a encontrar la bondad y la belleza que hay en el corazón
La devoción a Nuestra Señora del Carmen está asociada de manera particular al escapulario. El escapulario no es un amuleto ni un artilugio mágico. Nos recuerda nuestra entrega a Jesús por María. Invocamos a la Virgen del Carmen como "Puerta del cielo" ante la muerte y como "Estrella del Mar" que nos orienta, sobre todo en las situaciones en las que podemos hundirnos cuando los vientos son contrarios.
Que la Virgen del Carmen nos ayude a profundizar en la fe, nos proteja, nos ayude en nuestras necesidades y sufrimientos, interceda ante su Hijo para que nos bendiga con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales.
Mateo: 11, 25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
San Buenaventura
Signos de salvación
En las palabras de Jesús dirigidas a las ciudades donde había realizado numerosos prodigios, notamos su tristeza, su rabia, su desilusión ante la indiferencia de sus habitantes. Son palabras duras porque, ante el exceso de misericordia, la gente no se convierte.
La abundancia de signos y milagros no necesariamente cambia la vida. Jesús realiza signos porque se compadece de los que sufren, pero, en último término, su finalidad es la conversión, convertir nuestra vida en una señal, en un signo, en un milagro. Esta es la lección de los grandes santos. Bien visto, todos hemos sido creados por el Señor. Somos prodigios, milagros.
Lo vemos en la historia de Moisés. La primera lectura narra cómo fue salvado de las aguas del río Nilo por la intervención providencial de la hija del faraón. Fue salvado para ser salvador. En efecto, Moisés se convertirá en el gran liberador del pueblo de Israel.
Es el caso también de san Buenaventura, el santo que hoy recordamos. Cuando Buenaventura era un niño pequeño, enfermó gravemente. Estuvo al borde de la muerte. Aunque su padre era médico, no pudo hacer nada por su hijo. Entonces, su madre lo encomendó a san Francisco de Asís, y el niño recuperó milagrosamente la salud.
En su juventud, ingresó en la Orden Franciscana. Como tenía una notable inteligente fue enviado a estudiar a la universidad de París, una las universidades más importantes de la Europa de ese tiempo. Al terminar sus estudios se quedó en esa universidad. Ahí estuvo un tiempo como maestro. Escribió varias obras. Todo su pensamiento está orientado a la contemplación. En su libro más conocido, el Itinerario de la mente a Dios, traza un camino para llegar hasta el nivel más alto de contemplación. Buenaventura está convencido de que todos los seres humanos estamos psicológica y espiritualmente adaptado para ver a Dios. Hemos recibido facultades que nos permiten llegar a la más alta contemplación. Pero hay que cultivar este don.
En el camino hacia Dios hay básicamente tres jornadas. La primera consiste en caminar contemplado las cosas exteriores, las que están fuera de nosotros. Ellas reflejan, como en un espejo, la belleza y grandeza de Dios. La segunda consiste en entrar en nosotros mismos para espejear a Dios en nuestro mundo interior. La tercera consiste en salir hacia las cosas que están más allá de nosotros mismos.
Los libros que enseñan a contemplar ayudan; pero, al final de su libro, Buenaventura advierte: "Y si tratas de saber cómo sean estas cosas, pregúntale a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al entendimiento; al gemido de la oración, no al estudio de la lección; al esposo, no al maestro; a la tiniebla, no a la claridad; a Dios, no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama totalmente y traslada a Dios con exceso de unciones y ardientes afectos".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo 11, 20-24
Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido. Les decía: "¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizás estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti"
XV Lunes Tiempo Ordinario
"Me recibe a mí"
En el paso de una generación a otra no siempre se conserva la memoria histórica. Esto sucedió con los faraones de Egipto. Se perdió la memoria de José, el hombre que había permitido superar la crisis del hambre y transformarla en oportunidad de ganancia. También se perdió el sentido de gratitud hacia él y de acogida a su pueblo, que se había establecido en Egipto. Su presencia, estimada como una bendición de Dios en el momento del hambre, ahora se ve como una amenaza. El olvido de la memoria histórico afectó la forma de ver al extranjero. De la simpatía se pasa a la desconfianza, y de la hospitalidad a la hostilidad. El miedo venció a la razón. Los israelitas se convierten en esclavos del Faraón.
Aunque estaban integrados en el territorio egipcio desde hacía tiempo, los que una vez fueron recibido como una ayuda valiosa, ahora son vistos como un problema que el faraón maneja con violencia asesina. Ordenó la muerte de los varones recién nacidos. Elimina a los recién nacidos de un pueblo ya oprimía con la esclavitud y el exceso de trabajo. Olvidar un bien recibido desembocó en el mal. Lo consolador es saber que, desde ahí, cuando el pueblo es usado y oprimido, comienza el camino de liberación.
No estamos solamente ante una historia del pasado. Se repite a lo largo de la historia. Periódicamente van apareciendo los nuevos faraones crueles y despiadados. Existen también ahora. La fe en el Dios liberador nos lleva a la esperanza. Desde la opresión se puede abrir un camino de liberación, ciertamente un camino que pasa por el dolor y la espera.
A diferencia de los faraones, Cristo nos habla hoy de recibir, acoger: "Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí". Acoger, recibir, dar hospitalidad es uno de los nombres del amor. Dice Jesús que acogiendo o rechazando a los demás lo estamos acogiendo o rechazando a él. Por eso, la hospitalidad está siempre asociada la fecundidad. La casa que no acoge se vuelve estéril; en cambio, la que recibe a Dios es tocada por la vida.
Acoger puede implicar una guerra: "No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la guerra". Es, sobre todo, una guerra con uno mismo: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí". Paradójicamente, a través de esta batalla es como tendremos la paz de Dios en el corazón. Cristo no pide cancelar las relaciones de afecto, de sangre o de amistad, sino revisar cuál es el centro de nuestro amor. Cuando no amamos teniendo como centro el amor de Dios, el amor se empobrece y se pervierte.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 10, 34-11,1
Jesús dijo a sus apóstoles: "No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido atraer la paz, sino la guerra. He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos de cada uno serán los de su propia familia. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe aun justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa". Cuando acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, Jesús partió de ahí para enseñar y predicar en otras ciudades.
Domingo XV Tiempo Ordinario
La cita con Dios
Nuestro tiempo tiene fuertes rasgos narcisistas, egoístas. Estamos demasiado centrados en nosotros mismos, en nuestra imagen y nuestro rendimiento, en nuestros derechos y en nuestra afirmación personal. Nos cuesta ver a los demás, sobre todo a los que sufren. Además, vivimos de prisa. No hay tiempo para detenerse. Estas actitudes no solo traicionan el mensaje del Evangelio, que insiste en la compasión, sino también frena nuestra realización como personas. La vida nos ha sido dada para ser fecundos, no para permanecer encerrada en el yo. La parábola del Buen Samaritano que escuchamos no es sólo una bella y conmovedora historia. Tiene, sobre todo, la finalidad de ayudar a crecer en humanidad, a crecer como personas humanas.
El doctor de la ley, a quien Jesús le cuenta la parábola, no se siente amado porque siente que nadie está cerca de él. Jesús le ayuda a comprender que para experimentar el amor es necesario ir hacia los demás, sin estar esperando siempre que los otros se acerquen a él. Jesús lo invita a salir del yo. "¿Quién es mi prójimo?", había preguntado el doctor de la ley. Jesús voltea la pregunta: ¿de quién te haces prójimo?
La parábola comienza con estas palabras: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó". No dice si era judío o extranjero, rico o pobre. Era un hombre. Y basta. No sabemos su nombre, pero sí conocemos su dolor: herido y golpeado, medio muerto, con la cara en el suelo. Un sacerdote y un levita —los hombres religiosos— pasan de largo. Un samaritano —el hereje— decide detenerse, sin saber quién es el herido. Según las normas del culto, el sacerdote y el levita no podían tocar la sangre para no contaminarse y quedar excluidos del culto. Las normas cultuales se basaban en un concepto de pureza inhumano. La norma del samaritano, en cambio, es la compasión.
La cita con Dios, para todos, está en el camino de Jericó. La herida del otro se convierte en lugar de encuentro con lo divino. Por eso, la diferencia no está en ser cristianos, budistas, musulmanes, agnósticos o ateos. La verdadera diferencia está en quien se detiene y se acerca, se hace prójimo del hombre herido, y quien no se detiene.
Así como la noche comienza con la primera estrella y el amor con la primera mirada, el mundo nuevo comienza con el primer samaritano bueno, que, sin hablar de Dios, lo revela. Porque Dios no se demuestra, se muestra.
El hombre herido somos nosotros. Y Jesús, buen samaritano, se ha detenido muchas veces para curarnos y cuidarnos. Quien no lo entiende, no se detiene. Y no olvidemos que continuamente bajamos de Jerusalén a Jericó.
En un muro del edificio de la ONU en Nueva York están escritos unos versos del poeta persa Saadi (siglo XIII): "Los hijos de Adán son miembros del mismo cuerpo/ creados de la misma esencia. / Cuando la desgracia arroja un miembro en el dolor, / a los otros miembros ya no les queda descanso. / ¡Oh tú, que no te preocupas por el dolor de los demás / no mereces ser llamado hombre!". El samaritano no es un héroe, es un hombre.
Irene Sendler, una polaca que salvó a casi 2500 niños judíos de los nazis sacándolos del gueto de Varsovia, cuando fue honrada por el gobierno polaco por sus actos heroicos tenía noventa y siete años y no pudo asistir a la ceremonia. Envió una carta en la que escribió: "Cada niño salvado gracias a mi ayuda y la de otros es la justificación de mi existencia, no un título de gloria".
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas: 10, 25-37
Se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: "Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?". El doctor de la ley contestó: 'Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has contestado bien; si haces eso, vivirás".
El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: "¿y quién es mi prójimo?". Jesús le dijo: "Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?". El doctor de la ley le respondió: "El que tuvo compasión de él". Entonces Jesús le dijo: "Anda y haz tú lo mismo".
San Benito
Aprender a escuchar
La fiesta de san Benito es la fiesta de un sueño que, como todos los sueños, se hace realidad en la medida en que lo acogemos y lo desarrollamos. En un mundo que se hundía —el Imperio romano se derrumbaba por las invasiones de los pueblos nórdicos— san Benito sueña con otro mundo, otra manera de vivir. Dejó todo por Cristo. Dejar todo por Cristo no significa abandonar todo, sino colocar todas las cosas en el orden justo. Y es obvio que en el vértice está el Señor.
Benito entiende la vida cristiana como entrar en la escuela de Cristo, vivir la relación con el Señor. Sabe bien que, por el pecado, esta relación ha sido afectada. Ya no es espontánea. Hay que buscarla y cuidarla. En los tres años que pasó como ermitaño en el monte Subasio, aprendió a dejar los deseos desordenados para entregarse al deseo de Dios.
Su Regla o forma de vida se abre con estas palabras: "Escucha, hijo, las enseñanzas del Maestro". En un tiempo marcado por el dominio de las imágenes, donde mirar y ser mirado es el alimento diario de nuestros sentidos, san Benito nos recuerda —en línea con la tradición bíblica— la importancia del oído, de la escucha atenta de la palabra de Dios que nos lleva al corazón de la vida. Abriendo su oído a la escucha y a la contemplación del misterio de Dios, Benito se convirtió en un notable maestro espiritual.
Hemos sido educados para hablar, leer, escribir. ¿También hemos sido educados para escuchar? Un proverbio jasídico dice que el hombre tiene dos oídos y una boca. Una sola boca para hablar y dos oídos para escuchar porque escuchar es más fundamental que hablar.
Basta un clic para capturar una imagen. En cambio, para escuchar necesitamos tiempo. No basta un instante. Hace falta una sucesión de sílabas, de palabras. Por eso la escucha demanda tiempo, paciencia, gradualidad. Cuando Salomón iba a asumir el reino de Israel, Dios le ofreció darle lo que él quisiera. Salomón respondió: "un corazón capaz de escuchar".
¿Cómo podemos educar nuestra capacidad de escuchar? Primeramente, tomar conciencia de la necesidad de aprender a escuchar y la necesidad de aprender de Dios que habla a través de su Palabra. De la escucha brota la palabra, el diálogo. Tenemos también que aprender a hacer silencio interior. No podemos escuchar a Dios si estamos distraídos. Y, como en todo aprendizaje, necesitamos paciencia.
San Benito vivió en una época de crisis y confusión parecida a la nuestra. Supo mirar desde la luz de la fe, y respondió con lo que tenía: oración, trabajo, comunidad, orden y una confianza inquebrantable en Dios. Hoy, más que nunca, necesitamos su testimonio y su inspiración.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 10, 16-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "Yo los envío como ovejas entre lobos. Sean, pues, precavidos como las serpientes y sencillos como las palomas. Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante de mi ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los enjuicien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes.
El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin, se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Yo les aseguro que no alcanzarán a recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del hombre".
XIV Jueves Tiempo Ordinario
Gratuidad y desapego
Se dice que el estilo hace la diferencia. Jesús indica a sus discípulos el estilo, las líneas maestras de su misión. Sus indicaciones se pueden resumir en dos: el desapego ("no lleven con ustedes…") y la gratuidad: "Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente".
El anuncio de la buena noticia es una restitución, es decir, un devolver lo que se ha recibido. Damos gratuitamente lo que hemos recibido gratuitamente. Este es el modo de trasmitir la fe. La evangelización no es propaganda ni proselitismo fácil. La conciencia de recibir continuamente la misericordia de Dios nos permite entrar en la casa del otro llevando el saludo de la paz sin sentirnos frustrados si somos rechazados.
Somos enviados como mensajeros y testigos de paz a un mundo necesitado de paz. La paz no se puede comprar, ni vender. Es un don que hemos de buscar con paciencia y construir "artesanalmente" mediante pequeños y grandes gestos. La paz, más que llenar las carencias, crea espacios de deseo, es decir, los misioneros del evangelio, en la medida en que son ricos del amor de Dios, también sienten en el corazón un vacío en el que resuena el deseo de la comunión fraterna. Cuando el deseo de comunión, que se esconde entre las heridas del alma, se encuentra con el deseo de comunión de Dios, la paz encuentra casa. Lo vemos en la historia de José y sus hermanos.
El momento dramático de la historia de José, que escuchamos en la primera lectura, nos invita a no olvidar que a veces tenemos que recorrer un largo camino para poder perdonar y ser realmente hermanos. José se manifiesta como un hombre que ha aprendido de su dolor, sin dejarse endurecer por él, y es capaz de una gratuidad imposible e impensable sin un cierto desapego. La vida de José puede ser para nosotros un consuelo. Si las palabras de Jesús quizás nos impresionan por su exigencia, el hijo de Jacob nos muestra que a la gratuidad y al desapego no se llega de un solo golpe, sino a través de un largo camino de desprendimiento.
José, con toda la carga de pensamientos y sentimientos acumulados durante los años vividos en Egipto, lejos de su padre y de sus hermanos, siente la necesidad de "llorar a gritos", antes de mostrarse como hermano a sus hermanos y expresar el perdón madurado a lo largo de los años. Mostrándose como su hermano, reconocer que su misión era precisamente salvarlos a través del mismo sufrimiento causado por ellos: "Dios me mandó a Egipto antes que a ustedes para salvarles la vida". José anuncia ya la pascua de Cristo. A través del dolor, Jesús llegó a la gloria de la resurrección y la exaltación. Y nosotros seguimos el mismo camino de José y de Jesús.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 10, 7-15
Envió Jesús a los Doce con estas instrucciones: "Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente. No lleven con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre. No lleven morral para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bordón, porque el trabajador tiene derecho a su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar, saluden así: 'Que haya paz en esta casa'. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; sino es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará. Y sino los reciben o no escuchan sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies. Yo les aseguro que el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor que esa ciudad".
XIV Miércoles Tiempo Ordinario
La cercanía del Reino
José, el hijo predilecto de Jacob, famoso por sus sueños, puede ayudarnos a comprender mejor la misión que el Señor Jesús confía a los apóstoles.
Lo que permite la reconciliación fraterna, narra la primera lectura, es posible por una situación muy difícil. La mordedura del hambre, causada por una hambruna, se convierten en el motor que lleva la narración hacia un inesperado epílogo. Por la necesidad de trigo, los hermanos de José fueron a Egipto, después de haberlo vendido como esclavo por envidia. La envidia es el fruto de la falta de amor. Ahora, los hermanos de José se encuentran viviendo, sin saberlo y sin quererlo, un proceso de reconciliación.
Del conjunto del relato podemos deducir que José había decidido ayudar a sus hermanos, no solo por amor a su padre de cuya predilección fue arrebatado, sino también por afecto hacia ellos. Sin embargo, como hombre sabio, adopta una actitud terapéutica para iniciar el proceso de curación, ciertamente dolorosos pero liberador. Se trata de tomar consciencia —y esto duele— de aquella falta de amor que empobreció su vida y la vida de su hermano. Dice la primera lectura que José, a pesar de reconocerlos "los acusó de ser espías y durante tres días los metió en la cárcel". En la prisión, los hermanos reconocen su pecado: "Con razón estamos sufriendo ahora, porque pecamos contra nuestro hermano José". Así fue como comenzaron a sanar la herida del remordimiento. Una herida antigua se convierte en ocasión de salvación.
En el relato del evangelio, Jesús llama a sus discípulos. Es su respuesta a la multitud enferma y perdida. En ese tiempo, los discípulos eran los que buscaban un maestro. Jesús, en cambio, busca a sus discípulos. Esto significa que Dios siempre toma la iniciativa. Cristo los llama y los involucra en la tarea de sanar. La consigna que les da es empezar con las personas más cercanas y, desde ahí, lanzar el proceso de evangelización que lleva tiempo, que es gradual. Se trata de comenzar por lo que nos es más cercano. Generalmente no hay tierra de misión más difícil que la de quienes nos rodean. A ellos, ante todo, nos envía, y nos pide que prediquemos la cercanía del reino de Dios.
El Reino no es una realidad lejana, no es algo que debemos esperar en el futuro: "Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos". La respuesta a la cercanía del Reino es acogerlo. Para anunciar que el Reino está cerca, debemos reconocerlo en lo que está más cerca de nosotros, en nuestro propio corazón. A veces, sin embargo, no nos damos cuenta. Agobiados por los problemas, nos olvidamos que Dios está cerca, que su amor ya está presente en nuestra vida.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 10, 1-7
Llamando Jesús a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos del Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: "No vayan a tierra de paganos, ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos".
XIV Martes Tiempo Ordinario
El combate espiritual
Ayer meditamos el sueño de Jacob mientras huía de su hermano Esaú. Hoy, la primera lectura nos presenta otro encuentro nocturno. Jacob todavía no ha podido superar completamente el enfrentamiento con su hermano. Sigue prisionero de un pasado no superado del todo y del miedo que le produce. Huye una vez. Ahora huye de su suegro Labán mientras su hermano Esaú viene a su encuentro. Así las cosas, "Jacob se quedó solo y un hombre estuvo luchando con él hasta el amanecer". Al final se revelará que el hombre era el ángel del Señor. Sobre este relato hay muchas interpretaciones.
Jacob luchó toda la noche, es decir, en la oscuridad. Pudo haber sido un combate interior. La lucha fue tan intensa que Jacob saldrá de ella cojeando, sin saber que, mientras tanto, también su hermano Esaú ha realizado un camino de purificación y lo está esperando sin ningún espíritu de venganza al otro lado del río. Al final, Jacob decide buscar la reconciliación con su hermano y, finalmente, lo logra. Aunque pensamos que algunas relaciones son imposibles de recomponer y caemos en la resignación, la reconciliación es posible cuando las dos partes se dejan llevar por la fuerza de la compasión presente en el corazón.
Al parecer, a través de su ángel, el Altísimo permite a Jacob medirse hasta el fondo con el desencuentro con su hermano y el miedo que lo atormentaba desde que estaban en el seno de su madre. En efecto, el libro del Génesis narra que su madre Rebeca sintió la lucha de los mellizos en su vientre. En el torrente de Yaboc, finalmente Jacob pudo luchar contra alguien hasta el fondo, cuerpo a cuerpo, no simplemente de manera astuta y oculta como lo había hecho hasta ahora. Después de la lucha, cambia de nombre —ahora se llama "Israel"— porque esta lucha cambió radicalmente su modo de ser. A partir de entonces, Jacob ya no tendrá necesidad de esconderse. Después de ver a Dios "cara a cara" será capaz de afrontar a las personas y las situaciones de manera valiente y abierta. La oración es el lugar donde, encontrándonos con Dios y aceptando luchar de frente con nuestros miedos delante de Él e incluso contra Él, podemos aprender a enfrentarnos con nosotros mismo y con los demás con valentía.
El evangelio de hoy narra también un combate espiritual. Jesús encuentra a un mudo poseído por el demonio. Se enfrenta contra el mal y lo vence, permitiéndole al mudo ser sujeto de su propia vida. Este don asombra a la multitud e indigna a los fariseos. Su reacción es preocupante. La libertad de este hombre, el hecho de que pueda tomar la palabra y expresar su punto de vista, los asusta más que su silencio inhumano. El miedo a la verdad y la libertad es más común de lo que parece. Sólo afrontando el miedo como lo hizo Jacob podemos ser finalmente libres.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 9, 32-38
Llevaron ante Jesús a un hombre mudo, que estaba poseído por el demonio. Jesús expulsó al demonio y el mudo habló. La multitud, maravillada, decía: "Nunca se había visto nada semejante en Israel". Pero los fariseos decían: "Expulsa a los demonios por autoridad del príncipe de los demonios".
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos".
XIV Lunes Tiempo Ordinario
Soñar
Después de haber robado con engaños la primogenitura a su hermano Esaú, Jacob se ve obligado a huir. Su hermano lo busca para matarlo. Cansado del viaje y confundido, Jacob se hunde en un sueño durante el cual la realidad agobiante se transforma en una inesperada revelación de Dios: "Tuvo un sueño. Soñó una escalera que se apoyaba en tierra y con la punta tocaba el cielo, y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella".
El sueño, en la Escritura, es el tiempo en el que la conciencia y el deseo del hombre se abren al plan de Dios sin ningún filtro. En el momento en que Jacob es más débil y vulnerable, la voz de Dios viene a fortalecer su esperanza y ensanchar sus límites: "Yo soy el Señor, el Dios de tu padre, Abraham, y el Dios de Isaac. Te voy a dar a ti y a tus descendientes la tierra en que estás acostado". A través del sueño, Jacob recibe la fuerza para continuar su camino. Ahora sabe que Dios le ha dado la primogenitura y su Presencia disipa los temores.
Soñar es lo que hacen los dos personajes del evangelio de hoy para salir de situaciones que se han vuelto demasiado dolorosas. Por una parte, un padre abatido por la muerte de su hija se atreve a pedir a Jesús lo que parece imposible: "Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir".
Por otra parte, una mujer que desde hacía "doce años" perdía sangre, símbolo de la vida, confía en que el Señor la curará: "Con sólo tocar su manto, me curaré". Ambos personajes encuentran la escalera soñada por Jacob, a través de la cual el cielo y la tierra se comunican, y la vida divina derrama su torrente de gracia sobre nuestra humanidad herida y moribunda. Estas dos personas experimentan que Jesús es la escalera, el lugar de encuentro con el amor de Dios. Cristo sabe ver lo que hay más allá del mal. Por eso no se deja bloquear por él y despierta lo que late bajo el manto del sufrimiento.
Los sueños, que nacen de nuestros deseos y se encuentran con el deseo de Dios, siempre se hacen realidad. Sólo que la forma de su cumplimiento pocas veces coincide con el guion que hemos elaborado en nuestra fantasía. En el fondo, lo importante no es que las cosas sucedan como nosotros las hemos imaginado. Lo importante es mantener la consciencia de que podemos volver a casa sin sentirnos solos, ni huérfanos, sino hijos esperados y amados. Como dice Jacob en la primera lectura: "Si Dios está conmigo, si me cuida en el viaje que estoy haciendo, si me da pan para comer y ropa para vestirme, si vuelvo sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios".
La fe abre caminos donde parecía que no había nada que hacer.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Mateo: 9, 18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se le acercó un jefe de la sinagoga, se postró ante él y le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir".
Jesús se levantó y lo siguió, acompañado de sus discípulos. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orilla del manto, pues pensaba: "Con sólo tocar su manto, me curaré". Jesús, volviéndose, la miró y le dijo: "Hija, ten confianza; tu fe te ha curado". Y en aquel mismo instante quedó curada la mujer.
Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús a los flautistas, y el tumulto de la gente y les dijo: "Retírense de aquí. La niña no está muerta; está dormida". Y todos se burlaron de él. En cuanto hicieron salir a la gente, entró Jesús, tomó a la niña de la mano y ésta se levantó. La noticia se difundió por toda aquella región.
XIV Domingo Tiempo Ordinario
Indicaciones para el viaje
La vida es un largo viaje. Nunca estamos totalmente preparados para viajar. Aprendemos entre alegrías y fracasos, éxitos y errores. Jesús da a sus discípulos indicaciones para afrontar el viaje desde la fe. Sus indicaciones tienen una carga simbólica.
Los discípulos son enviados de dos en dos. Nuestra vida está siempre unida a la de otras personas. Se trata de caminar juntos, apoyándonos mutuamente, aunque el otro puede convertirse en un lobo. En las palabras de Jesús está presente nuestra fragilidad. Llevamos un lobo dentro. Somos corderos que podemos convertirnos en lobos.
Otra de las grandes tentaciones en el viaje es acumular, buscar seguridades. Jesús nos invita a liberarnos de lo superfluo, que pueden ser también roles, relaciones, preocupaciones. Hay que evaluar bien lo que necesitamos y dejar las cargas inútiles para no sucumbir bajo su peso. La relación con Cristo es lo esencial. La persona simple, esencial, refleja mejor a Dios. Lo esencial para ser un buen padre de familia o un buen sacerdote es la calidad de la persona, no los recursos materiales, las estructuras o las técnicas. Estas son secundarios, una ayuda para la misión.
La invitación a llevar lo esencial es también un llamado a confiar, a poner el corazón en las manos del Señor. La manera en la que caminamos dice cuál es el grado de confianza en Dios. Cuantas más seguridades acumulamos, menos confiamos en el Señor.
La libertad es necesaria para afrontar el viaje, incluso libertad de los lazos con los demás. En nuestro camino encontramos muchas personas, construimos relaciones de todo tipo y de diferente importancia. Puede haber lazos que nos bloquean y nos impiden caminar. Por eso, Jesús nos invita a soltar los lazos que nos bloquean y permanecer con aquellos que nos ayudan a caminar.
Cuando entramos en una casa —en la vida de los demás— aceptemos lo que nos puedan dar. A veces queremos recibir lo que los demás no pueden darnos. De esta manera hacemos daño a los demás y nos quedamos frustrados. El esposo/a puede pedir a su esposa/o lo que solamente Dios le puede dar. Y algo más. Jesús invita a tratar de curar, si podemos, aquellos aspectos enfermos que encontramos en la casa donde nos hospedamos.
"No se detengan a saludar a nadie por el camino" no quiere decir perder la afabilidad. Subraya la concentración y dirección de la misión. Para los discípulos de aquel tiempo, era evitar los largos y complicados convencionalismos típicos de las tradiciones orientales para no dispersarse. En este tiempo de multitareas y distracciones, es crucial vivir enfocados en la meta sin desviarnos. Esto se aplica a toda aventura, como el matrimonio, que requiere concentración en su tarea primordial, sin dispersarse en cosas secundarias.
Al final del viaje, los discípulos regresaron llenos de alegría. Jesús les enseña a releer el camino recorrido, detenerse y mirar hacia atrás, tratando de comprender lo que ha sucedido y lo que hemos aprendido. En esta relectura, los discípulos se dan cuenta del poder que han recibido, de los recursos que estaban en ellos y que quizás ignoraban. Las dificultades del camino hicieron surgir la riqueza que llevaban dentro. Pero más que nada, han descubierto, a lo largo del camino, que son amados por Dios, que sus nombres están escritos en el cielo, es decir, están —y estamos— en el corazón de Dios. Y eso es más que suficiente.
Con mi oración
Fr Benjamín Monroy ofm
Lucas: 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: "La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envié trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: 'Que la paz reine en esta casa'. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: 'Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios'.
Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: 'Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca'. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad".
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Él les contestó: "Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo".