HOMILÍAS 

05.10.2025

XXVII Domingo Tiempo Ordinario

"Vivirá por su fe"

No es fácil entender cómo Dios está tejiendo el curso de los acontecimientos; pero es aún más difícil tratar de encontrar el hilo del sentido cuando estamos en la prueba, cuando a nuestro alrededor se perpetúa la injusticia, cuando los violentos prosperan y triunfan, cuando los pacíficos y los buenos son dejados de lado. Este tiempo oscuro e incomprensible, en el que la presencia de Dios parece difícil de rastrear, puede durar mucho tiempo.

No temamos cuestionar a Dios, como hace el profeta Habacuc, en la primera lectura: "¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme?". Habacuc pide cuentas a Dios del mal. ¿Es que estás ciego y sordo? Es verdad, que el pueblo ha pecado, pero ¿por qué debe ser oprimido por un pueblo que es aún más pecador? Dios responde al profeta. Lo invita a esperar la victoria final. No dice cuándo llegará, porque en esa espera se revela la fe, la capacidad de esperar: "Si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe".

En el tiempo de la prueba descubrimos cuál es la relación que tenemos con Dios: si somos como niños caprichosos que no ven más que sus necesidades inmediatas, si somos adolescentes convencidos de que merecemos todo y enseguida, si estamos resignados como la gente decepcionada que ya no espera nada.

¿Qué hacer en el tiempo de la prueba, cuando la fe parece fallar? La segunda lectura nos lleva a un momento de prueba para san Pablo y para la comunidad. Pablo está en la prisión. La comunidad no solo ha quedado sin guía, sino que ve un futuro oscuro. Desde la cárcel, Pablo invita a reavivar el don que hemos recibido, el don del Espíritu, y el anuncio de que Cristo murió por nosotros y nunca nos abandonará.

Probablemente en un contexto de crisis de la primera comunidad cristiana, cuando parecía que no valía la pena seguir creyendo, Lucas recuerda la petición que los discípulos dirigen a Jesús: "Aumenta nuestra fe". Acrecienta, Señor, nuestra fe cuando tenemos ganas de desertar, cuando no podemos esperar más, cuando los violentos parecen ganar, cuando Tú pareces ausente.

Pensamos que si tuviéramos más fe, todo sería más simple. Sin embargo, Jesús dice: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza". Basta un poco de fe. Y todos tenemos ese "poco". Esa poca fe es tan poderosa que cambia nuestra visión del mundo. Lo que debemos hacer es simplemente activarla, creer, contemplando a Cristo crucificado que lleva a la victoria de la resurrección. Y recordar que generalmente no hay fe sin dudas, pero que las dudas son impulsos para profundizar la fe.

Pero, ¿qué es la fe? La fe no es un paquete que llega por correo: es nuestra respuesta a la seducción de Dios, a su amor. La fe no es una cuestión de cantidad sino de calidad, de relación con Dios; no se acumula, se habita y se vive. "Aumenta nuestra fe" es como decirle a Dios: "Dame un pedacito de ti que yo pueda salvar en mí, incluso en los días oscuros".

La conclusión del relato, "no somos más que siervos, hicimos lo que teníamos que hacer", nos libera de la ansiedad de los resultados y nos da una sensación de libertad y serenidad. Intentemos ser simplemente siervos que sirven a Dios y a los demás sin necesidad de recompensas o aplausos. Servir al Señor da un sabor totalmente diferente a la existencia. Nuestra recompensa es la misma fe, porque no hay vida más bella e interesante que la vivida en Dios y según Dios.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 17, 5-10

Los apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El Señor les contestó: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: 'Entra enseguida y ponte a comer'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".

XXVI Viernes Tiempo Ordinario

Todavía estamos a tiempo

Los "¡ay!" de Jesús contra las ciudades que no han querido acoger su anuncio de liberación resuenan como una auto condena. Cuando estamos perdidos en la oscuridad, rechazamos la luz; no escuchamos la Palabra de Dios. La expresión "¡ay!" es un lamento, no una condena. Jesús ni condena, ni castiga, ni amenaza. Los "¡ay!" no expresan venganza o rechazo. Son una llamada urgente a la conversión. Los "¡ay!" de Jesús expresan sufrimiento, como el sufrimiento de un padre y una madre que ven a sus hijos perderse, que rechazan la vida, la belleza, el amor.

Cristo contrasta las ciudades de Galilea, Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, con las ciudades paganas de Tiro y Sidón. En ningún lugar había predicado y hecho tantos milagros como en esas ciudades de Galilea. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena: "Si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza". No siempre las personas religiosas son el mejor terreno para que florezca el reino de Dios.

Podemos perder oportunidades o personas importantes que no volverán porque no cambiamos. Hemos preferido seguir siendo las mismas personas de siempre, con las mismas certezas y hábitos. Nos quedamos quietos cuando teníamos que ponernos en marcha. Preferimos posponer lo que ya no volverá. Los signos, los tiempos, las personas que Dios nos da son para ayudarnos a crecer, a cambiar, a mejorar, es decir, a convertirnos. Pero si recibimos esto sólo como espectadores o creyendo que las merecemos, que es nuestro derecho, entonces la tragedia está a nuestra puerta.

La fe nos ayuda a valorar lo que tenemos. Es lamentable perderse el presente. Uno de los mayores riesgos es no entender o no darse cuenta de cuánta gracia nos rodea. No nos falta la caricia de Dios; nos ama incluso si somos pecadores, nos ama en los momentos de mayor fatiga y sufrimiento. Nuestra historia nunca es una historia sin gracia. Dios nos visita continuamente. ¿Por qué no nos damos cuenta de su presencia, de sus caricias, de sus visitas? Probablemente porque estamos demasiado concentrados y ocupados en otra cosa, en problemas, miedos, éxitos, proyectos.

Da un poco de escalofrío escuchar el "¡ay de ti!" de Jesús y pensar en el tiempo que hemos perdido. Pero no es tarde. Todavía estamos a tiempo. Aprendamos la lección. El Evangelio nos dice que si escucháramos la Palabra de Dios no acabaríamos como aquellos que llegaron a un punto de no retorno.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 10, 13-16

Jesús dijo: "¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo".

Santos ángeles custodios

Hacerse como los niños

La creación no es sólo lo que vemos y medimos. Hay una parte que escapa a los instrumentos y análisis científicos. Corremos el riesgo de ser aplastados por una visión científica, relegando las cosas invisibles a pura superstición. La Escritura nos habla de un Dios que ha creado todas las cosas, las visibles y las invisibles. Entre ellas están los ángeles.

La fiesta de los ángeles de la guarda nos ofrece la oportunidad de recordar la preciosa y discreta compañía de los amables custodios que Dios nos ha dado como apoyo para el camino que conduce de esta vida a la otra. En la primera lectura, se ofrecen al pueblo como ayuda para no perder el camino y llegar felizmente a la meta: "Yo voy a enviar a un ángel que vaya delante de ti, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que te he preparado".

La presencia de los ángeles es percibida en la medida en que volvemos a ser "como niños", cuando vivimos más confiados que preocupados: "Yo les aseguro que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos". Jesús asocia a los ángeles con los niños. En la pequeñez de los niños se manifiesta la capacidad de dejarse guiar y acompañar. Grande es quien sabe hacerse pequeño, quien deja la presunción de creer saberlo todo, sin perder por eso la sabiduría adquirida.

Ser sensibles a estas creaturas invisibles hace que tomemos consciencia de todo lo pequeño que está a nuestro alrededor y necesita ser cuidado. Nos permite también acoger la parte más frágil y vulnerable de nosotros mismos. Nos ayuda a reconciliarnos con lo más pequeño, más pobre, más indefenso que hay en nosotros. Dios ha puesto un guardián a la puerta del niño que llevamos dentro. Pero su presencia no funciona como un seguro de vida. El ángel de la guarda no ha sido puesto a nuestro lado para evitarnos todos los peligros, sino para ayudarnos a atravesarlos.

La primera lectura exhortaba: "Respétalo y obedécelo". Probablemente desde niños nos enseñaron la devoción al ángel de la guarda y a respetarlo. Jesús confirma la exhortación de la primera lectura: "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre".

Respetar la presencia del ángel —tan misteriosa como real— lleva a no despreciar, a respetar todo lo que, por su pequeñez, no se puede defender y es confiado a nosotros.

No sabemos qué aspecto tienen los ángeles. Ignoramos el nombre y la forma en que ejercen su oficio. Sin embargo, creemos que, gracias a su ayuda, podemos caminar con seguridad y confianza hacia la fiesta del cielo.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Mateo 18, 1-5. 10

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?" Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un
niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo".

Santa Teresa del Niño Jesús

Amar y hacer amar a Jesús

En la etapa de enamoramiento hay entusiasmo. Sucede también en la vida espiritual. Cuando el corazón es seducido por Cristo podemos decir lo mismo que dijo aquel hombre del evangelio: "Te seguiré a donde quiera que vayas". El comienzo de toda aventura humana está cargado de promesas. Las dificultades son minimizadas. Estamos convencidos de que con un poco de buena voluntad y, tal vez, con la ayuda del Señor, todo puede fluir sin problemas. Pero no es suficiente empezar. También es necesario continuar y permanecer.

Con el paso del tiempo vienen dificultades y necesidades, situaciones y cosas que no tienen nada que ver con lo que habíamos pensado. A medida que uno se aleja del ardor inicial, las dificultades duelen como heridas abiertas, como "enterrar al padre" o "despedirse de la familia".

Según los evangelios, en el camino de los discípulos de Jesús no faltan los retrocesos y las desviaciones. Llega la tentación de creer que vincularse con alguien durante mucho tiempo sólo puede ser motivo de sufrimiento. El camino parece inútil y sin sentido. La marcha, que comenzó con los mejores augurios, comienza a tambalearse por el peso de la fatiga. Surge el desaliento, la decepción, el desencanto. A esto se asocia la tentación de mirar hacia atrás y abandonar el juego, añorando todo lo que un día dejamos atrás.

Cuando las cosas llegan a este punto, ¿qué se puede hacer para seguir adelante? ¿Qué es lo que nos permite continuar? Permanecer unidos al Señor sin ceder a los cambios de humor. No dejar de mantener la mirada fija en Jesús y comprender que vale la pena pagar un precio alto para seguirlo. Mirar hacia adelante sin nostalgia. Liberarnos del ego.

Es lo que hizo santa Teresita, la santa que hoy recordamos. Fue una monja carmelita que no destacó en su corta vida. Murió cuando tenía 24 años. Sin embargo, poco después de su muerte se desató en torno a ella un huracán de gloria.

En el tiempo de Teresita se concebía a Dios como un juez duro, severo, vengativo, opresor. El Dios de Teresita, en cambio, es el Dios de la ternura sin límites y la misericordia absoluta. Este Dios lo proyectó en las relaciones con los demás.

Teresita estuvo profundamente enamorada de Cristo. Fue la experiencia que definió su vida. Enseña que la santidad se alcanza mediante la confianza y el amor sencillo y generoso hacia Dios y hacia los demás, viviendo las tareas cotidianas con amor y ofreciéndolas como actos de amor a Dios, buscando así unirnos a Él y ser un instrumento para que otros también experimenten el amor divino. Dijo que deseaba ardientemente "amar y hacer amar a Jesús". Y lo sigue haciendo desde el cielo, enviando una "lluvia de rosas", es decir, de gracias y bendiciones, para alentarnos a amar más a Dios y como una señal de que Él está presente y actuando en nuestras vidas.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 9. 57-62

Mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: "Te seguiré a donde quiera que vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza".

A otro, Jesús le dijo: "Sígueme". Pero él le respondió: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios".

Otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia". Jesús le contestó: "El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".

Santos Miguel, Gabriel y Rafael, arcángeles

El cielo abierto

Cuando pensamos en los ángeles quizás pensamos en creaturas exentas de la fatiga de vivir y ajenas a nuestra experiencia de lucha. Sin embargo, los arcángeles —que hoy recordamos— están involucrados en nuestras luchas. Miguel, Gabriel y Rafael pueden definirse como una especie de "trinidad angélica" que está a nuestro lado para ayudarnos a llevar con valentía nuestra lucha espiritual. Su papel es precisamente ayudarnos, sostenernos y guiarnos en este combate espiritual.

La vida cristiana es una lucha porque se trata de un renacimiento que nunca sucede de una vez por todas y lleva consigo una porción de dolor. Por ejemplo, ¿nos resulta fácil rezar? ¿Es natural amar a todos, incluso desearles el bien a quienes nos ha hecho el mal, como nos enseñó Jesús? ¿Quién de nosotros no experimenta una crisis cuando se mide con ciertas páginas del Evangelio? Los ángeles son valiosos compañeros de viaje que nos ayudan a permanecer en diálogo, en comunión, con Dios y recibir su fuerza.

En el evangelio de hoy, Jesús anuncia a Natanael una manera nueva de entender su identidad y las consecuencias de seguirlo: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". No es poesía, es una revelación. Cristo habla de un cielo abierto y de un Dios que se pone de nuestra parte, que hace posible la comunión gozosa con Él. Esta comunión, sin embargo, está siempre amenazada, siempre en peligro.

Los arcángeles vienen en nuestra ayuda; conectan el cielo y la tierra, Dios y el ser humano. El nombre de cada uno ellos, revela un aspecto particular del apoyo que el Señor nos ofrece desde su "cielo abierto". El arcángel Gabriel anuncia a María —y a través de ella a todos— un nuevo sentido de la vida que la cambia radicalmente. También necesitamos que alguien tome en serio en nuestra debilidad, cure nuestras heridas sin condenarnos. Esta acción compasiva de Dios está representada por Rafael. Por último, tenemos necesidad de sentirnos a salvo del mal, que quiere confundirnos, herirnos, romper la convicción de ser amados. Esta protección está representada por Miguel. Este arcángel nos custodia para que nada nos arranca de las manos del Señor.

La fiesta de los arcángeles nos invita a dar gracias a Dios por su cercanía a través de estos seres celestiales y nos estimula a ser como ellos: a ayudar en la lucha contra el mal, a ser portadores de las buenas noticias de Dios y a ser un bálsamo para las heridas de los que nos rodean. Celebremos, honremos, demos gracias a los arcángeles porque, cuando abrimos la mirada interior, reconocemos su obra en nuestra vida.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Juan 1, 47-51

Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: "Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez". Natanael le preguntó: "¿De dónde me conoces?" Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera". Respondió Natanael: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Jesús le contestó: "Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver". Después añadió: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". 

XXVI Domingo Tiempo Ordinario

Despertar

Vivimos en una época marcada por una evolución tecnológica sin precedentes, una carrera constante hacia el confort, la eficiencia y la satisfacción instantánea. Estamos hiper alimentados de estímulos y satisfacciones que prometen hacernos la vida más fácil y agradable. Pero, ¿qué pasaría si precisamente este bienestar, esta sobreabundancia de placeres, estuviera debilitando nuestra capacidad de ver el mundo tal como es? ¿Y si la comodidad, en lugar de ser un aliado, se ha convertido en una jaula dorada que atrofia nuestros sentidos y nuestra alma?

Uno de los peligros del bienestar es la atrofia sensorial. Basta pensar en los niños que crecen inmersos en las pantallas de computadoras y teléfonos inteligentes. Según estudios, al recibir una cantidad masiva de imágenes pierden, entre otras cosas, la capacidad de imaginar por sí mismos. Este es sólo un ejemplo de cómo el exceso de estímulos externos puede debilitar nuestras facultades internas.

El rico de la parábola está completamente inmerso en su comodidad, sin darse cuenta hacia dónde lo está llevando. Tan inmerso que se vuelve ciego y sordo ante la presencia de Lázaro, un mendigo que está a la puerta de su casa. La paradoja salta a la vista: la comodidad, el placer y la obsesión por la estética, en lugar de enriquecer su vida, lo despojaron de su humanidad, lo volvieron incapaz de ver el sufrimiento que estaba a su lado.

"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto". El significado de estas palabras es profundo y terrible: el problema no es la falta de pruebas o milagros, sino la atrofia de los sentidos. Si nuestra capacidad de percibir el mundo está adormecida por el exceso de placeres, ninguna verdad, por más grande que sea, podrá convencernos. No basta un acontecimiento extraordinario para despertarse; es necesario superar la atrofia de los sentidos. Desde esta perspectiva, la cruz, el dolor y las incomodidades que nos visitan tienen la finalidad precisamente de abrirnos los ojos.

El punto más desconcertante y transformador de la parábola es este: el pobre que está en la puerta no es un problema, sino un regalo. Lázaro le parece una molestia al rico. Era exactamente lo contrario: era una oportunidad. Esta inversión de perspectiva es clave. "Lázaro" no es solo el mendigo, sino el símbolo de toda forma de sufrimiento e incomodidad que desafía nuestra comodidad. Los pobres, los problemas, los sufrimientos que nos rodean no son para fastidiarnos. A través de ellos Dios nos visita para despertarnos del letargo del bienestar. Ese mendigo, incómodo y molesto, era un regalo de Dios para el rico insensible.

En una época obsesionada con la apariencia y el bienestar, el riesgo de construir nuestro propio camino de perdición es real. La búsqueda constante de placer y comodidad nos hace ciegos no solo a los necesitados, sino también a las personas que tenemos a nuestro alrededor. Decía Simone Weil que "el primer milagro es darse cuenta de que el otro existe".

La parábola es un llamado urgente a despertar. La pregunta es: ¿Qué estamos dejando de ver? ¿Quién es el Lázaro que hoy está en la puerta de nuestra vida, bajo la forma de un problema o un sufrimiento que ignoramos? ¿Nos estamos dando cuenta de que esta podría ser una oportunidad para despertar, para humanizarnos?

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él. Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas». Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá».

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos». Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán». Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto»".

XXV Viernes Tiempo Ordinario

Construir y reconstruir

Construir y reconstruir es hermoso, estimulante. Nos construimos y reconstruimos a nosotros mismos, construimos y reconstruimos el mundo y la historia, construimos y reconstruimos el reino de Dios unidos a Cristo.

Pero el entusiasmo, sometido a la prueba del tiempo, conoce también la fatiga y el desaliento, especialmente cuando nos damoscuentade que los resultados casi nunca coinciden con lo previsto. El profeta Ageo es llamado por Dios a hablar al pueblo y a sus jefes precisamente en un momento así, cuando se tarda la reconstrucción del Templo.

Ageo invita al pueblo a mirar más allá de los escombros de la destrucción para imaginar un mundo mejor. Cuando la vida personal y social se presenta con su lado más duro, se hace necesario y urgente hacer espacio a lo que el profeta presenta como una promesa que supera toda imaginación: "La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero, y en este sitio daré yo la paz". Reencontrar la esperanza exige no replegarse en el propio dolor para poder involucrarse con generosidad en los procesos de transformación de la realidad. Como creyentes estamos llamados a mirar al futuro con una confianza abierta a las transformaciones.

A través de preguntas, el profeta quiere impedir el extravío del pueblo: "¿Queda alguien entre ustedes que haya visto este templo en el esplendor que antes tenía? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿Acaso no es muy poca cosa a sus ojos?". Cristo también pregunta a los suyos: "¿Quién dicen que soy yo?". Pedro contesta: "El Mesías de Dios". Jesús acepta el reconocimiento mesiánico de Pedro, pero lo completa y lo precisa: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".

En estas palabras, Jesús expresan su manera de entender la espera del Mesías en términos mucho grandes que la simple solución de problemas. No sólo sufrir, sino "sufrir mucho" es el secreto para comprender el misterio de Cristo como Mesías.

Como el profeta Ageo, Cristo nos exhorta a no dejar nunca la tarea de construir del reino de Dios, incluso cuando el sufrimiento, la exclusión y la muerte se conviertan en horizontes inevitables. Nunca debemos perder de vista sus últimas palabras: "resucite al tercer día". A pesar de todos los sufrimientos, al tercer día el amor resucita de la muerte. Y como dice el psiquiatra italiano Giacomo Dacquino: "El amor no es sólo un sentimiento, sino un bien que hay que conservar con un compromiso constante, una educación permanente… Es como un fuego en el que cada uno debe poner su parte de leña para alimentarlo".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 9, 18-22

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado".

Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Respondió Pedro: "El Mesías de Dios". Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.

Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".

XXV Jueves Tiempo Ordinario

Tiempo de Gracia

La confusión reina en el rey Herodes. Donde obra el mal es difícil ver la luz. Si a veces nuestro juicio y nuestra capacidad de discernimiento son presa de la confusión, quizás sea porque hemos buscado la oscuridad y estamos en la oscuridad. Si nos distanciamos de ella podemos esperar ver algo.

Puede ser que, como Herodes, estamos deseando encontrar a Dios, reconocerlo, pero a veces sentimos que no logramos identificar su persona, comprender su modo de actuar. En Herodes hay una chispa de luz: "Y tenía curiosidad de ver a Jesús". A pesar de la situación estructuralmente incorrecta de Herodes, conserva el deseo de ver la verdad, de ver a Jesús. Es un buen punto de partida. Pero que no quede en un punto de partida.

Los deseos son motores. Nacen en los ojos y mueven los pies, arman las manos, invitan a trazar proyectos. Pero Herodes muestra una anomalía. El deseo queda bloqueado. Más adelante, el Evangelio dirá que este deseo quedó en un hermoso, pero estéril pensamiento. Cuando Herodes tenga finalmente la oportunidad de ver a Jesús durante la Pasión del Señor, le hará varias preguntas sin obtener ninguna respuesta. Prefiere estrechar los vínculos con Pilatos que buscar la verdad.

La actitud de Herodes es más común de lo que pensamos. Corremos el riesgo de buscar sin movernos y sin involucrarnos. En la primera lectura, el profeta Ageo habla de la sutil pereza en la que podemos caer. Dejamos para después el momento de movernos hacia las cosas grandes a las que nuestro corazón se siente llamado: "Este pueblo mío anda diciendo que todavía no ha llegado el momento de reconstruir el templo".

El profeta exhorta: "Reflexionen sobre su situación". Ageo nos ayuda a comprender que el discernimiento no se limita a una operación intelectual. Hay que partir de la vida: "Han comido, pero siguen con hambre; han bebido, pero siguen con sed; se han vestido, pero siguen con frío". Los israelitas se habían concentrado en reconstruir sus casas y habían descuidado reconstruir el templo del Señor. Lo que debería ser prioritario se convirtió en secundario. Por eso la invitación del profeta a darle al Señor el lugar que le corresponde, porque Dios es la Roca sobre la cual debemos construir la casa.

Si las cosas están así, queda algo por hacer. Ir a la verdad de nuestro deseo y a la insatisfacción que nos habita, y confrontarlos con la pobreza de lo que hemos realizado, hasta comprender que somos nosotros los que hemos creado la distancia que los separa. Nosotros, favorecidos con la gracia que Dios da continuamente a sus hijas e hijos.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 9, 7-9

El rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Pero Herodes decía: "A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?" Y tenía curiosidad de ver a Jesús. 

XXV Miércoles Tiempo Ordinario

Dios confía en nosotros

La primera lectura nos hace tomar consciencia de que Dios entra en nuestros exilios más dolorosos para ofrecernos el consuelo de un refugio y de una esperanza. Es lo que experimentamos cada vez que, después de habernos alejado a causa del pecado, levantamos la mirada hacia Él superando la vergüenza y el miedo.

Cuando el pueblo regresa a su tierra después del exilio, el escriba Esdras hace una oración: "Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros pecados se han multiplicado hasta cubrirnos por completo". La conciencia de las culpas puede hacer que se estreche el horizonte de la esperanza y se abra la puerta a la desesperación. Cuando cedemos a la desesperanza difícilmente podemos experimentar la salvación, porque perdemos el asidero con el cual la gracia puede levantarnos de nuestra postración y hacernos experimentar el alivio que viene de lo alto.

Pero Esdras no se rinde. No se inclina sobre su propia culpa y la culpa del pueblo. Resiste la tentación de replegarse sobre porque esto mata la esperanza. Resuena un "pero" que hace la diferencia: "Pero ahora, Señor, Dios nuestro, te has compadecido de nosotros". Como Esdras, estamos invitados a no cerrar los ojos ante nuestras infidelidades; pero, sobre todo, a abrir nuestro corazón a la gracia.

A la luz de esto, podemos decir que la misión que Jesús confía a sus apóstoles es una misión de gracia, de alivio. No los envía a transmitir una doctrina, sino a dar testimonio de la gracia con la cual las situaciones más dolorosas pueden ser transformadas en ocasión de gracia. Cristo les comparte a sus discípulos la fuerza y el poder del reino de Dios, para curar y liberar. El Evangelio es significativo en los días de las lágrimas y en aquellos de la fiesta, cuando el hijo se va, cuando el anciano pierde la cordura o la salud.

Para expulsar demonios y curar enfermedades los discípulos necesitan libertad de corazón, pobreza de medios, para evitar que éstos oscurezcan el don de la gracia. Están llamados a experimentar la alegría de darse a sí mismos y la gracias de Dios, ser libres del ansia de eficacia y rendimiento. Como decía Giovanni Vannucci: "El anunciador debe ser infinitamente pequeño porque el anuncio es infinitamente grande".

El Señor confía en los suyos a pesar de su pobreza. De hecho, la pobreza no es un obstáculo; al contrario, es una ayuda. En la pobreza se manifiesta la gracia, la riqueza de Dios. Cristo pone en nuestras manos frágiles lo que ha recibido del Padre: su Palabra, su perdón, el fuego de su amor, horizontes de esperanza.

Lucas 9, 1-6

Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.

Y les dijo: "No lleven nada para el camino: ni bastón, ni morral, ni comida, ni dinero, ni dos túnicas. Quédense en la casa donde se alojen, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si en algún pueblo no los reciben, salgan de ahí y sacúdanse el polvo de los pies en señal de acusación". Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes.


San Pío de Pietrelcina

La familia de Jesús

No debe haber sido fácil para la madre y los parientes de Jesús enterarse de que las cosas habían cambiado. Abrazando una vida itinerante, enfocada al anuncio del reino de Dios, Jesús era ya un famoso maestro, lleno de actividades y rodeado por multitudes de discípulos. Tampoco debió haber sido agradable la respuesta de Jesús cuando expresaron su deseo de encontrase con él: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

Parece que a la respuesta de Jesús le faltaba tacto y diplomacia; sobre todo para María, unida a él en una relación muy profunda de amor y fe. Sin embargo, si lo pensamos bien, en el corazón de María estas palabras debieron parecer dulces y familiares, casi un compendio de lo que ella misma había enseñado a su hijo. En efecto, la Virgen se había convertido en la madre del Dios hecho hombre precisamente así: escuchando y poniendo en práctica la palabra de Dios, anunciada a ella por medio del ángel.

Con su respuesta, Jesús no hizo otra cosa que recordarle a María cómo su singular relación de fe, de amor y de sangre con ella se ensanchaba hasta abarcar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica.

Hoy recordamos al Padre Pío de Pietrelcina, un fraile franciscano capuchino. Su devoción a la Virgen María era profunda y arraigada desde la infancia. La veía como una madre y una fuente de gracia y fuerza espiritual.

Ya en vida, el Padre Pío gozó de una notable veneración popular. Tenía fama de taumaturgo, de confesor y acompañante espiritual. Es conocido por haber recibido, como Francisco de Asís, las heridas de la pasión de Cristo en su cuerpo. El papa Benedicto XV dijo: "El padre Pío es uno de esos hombres extraordinarios que Dios manda de vez en cuando para convertir a los hombres". Son incontables las personas que hablan de la protección especial y de la "presencia viva" del padre Pío en su vida.

La figura de Padre Pío corre el riesgo de ser abordada superficialmente cuando nos detenemos en nuestro deseo de ver signos y no somos capaces de captar quién y qué está detrás de ellos. Hay que captar lo que hay detrás de las heridas del Padre Pío. Detrás de esas heridas está el encuentro con Jesucristo Crucificado que le dejó la certeza de ser amado total e incondicionalmente. Su mayor pesar será no corresponder lo suficiente al amor recibido. El Crucificado le hará comprender que donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota, ahí está toda la potencia del Amor ilimitado de Dios. El Padre Pío estuvo siempre acompañado por esta certeza: Dios se sirve de modos e instrumentos que nos pueden parecer débiles.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 8, 19-21

Fueron a ver a Jesús su madre y sus parientes, pero no podían llegar hasta donde él estaba porque había mucha gente. Entonces alguien le fue a decir: "Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte". Pero él respondió:
"Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

XXV Lunes Tiempo Ordinario

Iluminados para iluminar

La primera lectura narra cómo, en lo más hondo de las tinieblas de la desesperación del exilio —que con el tiempo se había transformado en hábito y resignación— se levanta, finalmente, una luz. Esta luz se manifiesta en un llamado que no sólo viene de lejos, sino que también proviene de donde nadie lo esperaría. Ciro, rey de Persia, un rey extranjero y pagano, se hace portavoz de un nuevo comienzo para el pueblo de Dios, aturdido por dolor y el sufrimiento que —como nos puede suceder a nosotros— debilitan la esperanza y la audacia.

El pueblo —adaptado ya a la esclavitud y la sumisión— es invitado a recuperar el ánimo y a reencontrar un dinamismo que pone en marcha y reaviva la fantasía. El rey Ciro decreta: "Dejen que el gobernador y los dirigentes de los judíos reconstruyan el templo de Dios en su antiguo sitio… Con los impuestos de la región del otro lado del río, destinados al rey, se les pagarán puntualmente los gastos a esos hombres, para que no se interrumpa el trabajo". El pueblo es liberado del exilio para que reconstruya su relación con Dios y reconstruya su vida. Construir y reconstruir indican un movimiento interior que acompaña la historia de la humanidad en sus mejores momentos.

Jesús radicaliza esta invitación con la imagen del fuego, el cual, por su misma naturaleza, se levanta hacia lo alto y difunde a su alrededor un resplandor que permite a la vida expandirse y revelar su belleza. Si el rey Ciro invita al pueblo a salir y reconstruir, Jesús nos invita a vivir de manera luminosa y gozosa, sin ceder a la tentación de replegarnos sobre nosotros mismos o de cubrirnos con el manto del miedo que paraliza.

Es claro que una vela se enciende para iluminar. Su simbología también es clara: Cristo es como una luz que brilla, a pesar de las dificultades y los obstáculos. Entonces, ¿por qué el Maestro plantea situaciones tan absurdas, como la de una vela que termina bajo una vasija, con el riesgo de apagarse? ¿O debajo de una cama, con el riesgo de incendiarla? ¿Quién de nosotros llegaría a cometer acciones tan absurdas? Si Jesús habla de esto es porque existe el riesgo de hacer realidad estas situaciones absurdas.

La luz de la fe, del amor, de la esperanza, de la bondad, en pocas palabras, la luz de Cristo ha sido encendida en nosotros. Somos luz no porque seamos virtuosos, sino porque fue encendida en nosotros. No la ocultemos. No nos privemos a nosotros mismos y a los demás de esa luz. Jesús no pide hacer cosas extraordinarias sino llevar la luz al espacio más ordinario de la existencia. Las palabas de la primera lectura podrían indicar el dinamismo que anima nuestros corazones cada día: "Así los dirigentes de los judíos avanzaron con rapidez en la reconstrucción del templo".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 8, 16-18

Jesús dijo a la multitud: "Nadie enciende una vela y la tapa con alguna vasija o la esconde debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren puedan ver la luz. Porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.

Fíjense, pues, si están entendiendo bien, porque al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, se le quitará aun aquello que cree tener".

XXV Domingo Tiempo Ordinario

La riqueza, instrumento de salvación

La compleja parábola del administrador deshonesto interpreta la vida como un tiempo para administrar los dones recibidos de Dios (talentos, bienes, personas), de los cuales un día tendremos que dar cuenta al Dueño. La pregunta de fondo que plantea la parábola es esta: ¿Cómo estoy administrando la vida, el tiempo, que han sido puestos en mis manos?

Todos somos administradores y administradores deshonestos, porque —quien más, quien menos— usamos como si fuera nuestro algo que no lo es. Empezando con la vida, todo es un don. Jesús lo dice claramente: somos administradores de una riqueza ajena. El sentido de la vida está aquí: cómo administrar lo que nos ha sido confiado.

El punto crucial y aparentemente contradictorio de la parábola es la alabanza del amo al administrador. ¿Por qué la alabanza? Cuando el patrón le pide cuentas, la única opción que tiene el administrador es afrontar la situación. En su futuro se perfila un horizonte negro. Y precisamente en el momento de la crisis, descubre el sentido de la vida. Jesús no alaba su deshonestidad, sino su manera de afrontar la crisis. No se pierde en lamentos, ni en patéticas autodefensas y declaraciones de inocencia, no denuncia conspiraciones en su contra. Toma nota de la situación y se pregunta: "¿Qué voy a hacer?". La pregunta explota en el corazón. ¿Qué hacer con el tiempo que me queda? ¿Qué necesito realmente?

En ese momento podría seguir acumulando más dinero. Pero comprende que el sentido de la vida —la buena administración— es con/donar, es decir, donar, reglar sin reservas, aunque los demás no tenga ningún mérito, quitarles un peso de encima, hacerlos felices. El administrador comprende que los bienes del dueño (Dios) se administran correctamente usándolos con misericordia. Dios nos pide ser justos; pero, sobre todo, ser misericordiosos. El administrador deshonesto es elogiado porque ha elegido el camino de la generosidad, reflejo de la generosidad divina. ¡Se ha creado un futuro condonado las deudas de otros!

Jesús concluye la parábola con una invitación: "Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo". Es una invitación a ganar amigos. El administrador deshonesto había invertido astutamente para ganar y acumular dinero; ahora usará el dinero para hacer amigos, para acumular amigos. "Haz amigos", dice Cristo. Invierte en afecto, relaciones, amistad. Haz amigos regalando tiempo, sonrisas, apoyo afectivo y económico, aliento. Si hacemos esto, habremos hecho la inversión más rentable de nuestras vidas.

¿Quién gana realmente, en el juego de esta vida y en el juego de la vida eterna? Quien ha hecho de lo que posee un sacramento de comunión. Es crucial reconocer que nuestras posesiones pueden ser un sacramento. La riqueza puede ser instrumento de salvación o de perdición.

El que elige servir al dinero termina esclavo de la vanagloria y la soberbia; el que elige servir a Dios reconoce la Fuente de todo don y es libre. Comprende que es sólo administrador y, por lo tanto, está dispuesto a devolver lo que ha recibido. Los que ha ayudado serán quienes den testimonio a su favor para entrar en el cielo, que es lo nuestro y no el dinero, diciendo: "Sí, este puede entrar en el cielo; porque me ha tratado con misericordia, me ha ayudado, ha utilizado los bienes de Dios para remediar mis necesidades".

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 16, 1-13

Jesús dijo a sus discípulos: "Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador». Entonces el administrador se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan».
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: «¿Cuánto le debes a mi amo?» El hombre respondió: «Cien barriles de aceite». El administrador le dijo: «Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta». Luego preguntó al siguiente: «Y tú, ¿cuánto debes?» Este respondió: «Cien sacos de trigo». El administrador le dijo: «Toma tu recibo y haz otro por ochenta». El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz. Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.

El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?

No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero".

XXIV Tiempo Ordinario

¿Cómo puedo amar más?

Es de sobra conocido que, en tiempo de Jesús, las mujeres, formaban un grupo marginado. Jesús decide entrar allí. No lo hace por una lucha política o ideológica sino porque está convencido de que en los márgenes de la historia y de la sociedad se encuentra Dios. Excluir a las mujeres es privarse de una manera privilegiada a través de la cual Dios se hace presente y actúa.

Casi siempre se habla del grupo de los Doce que sigue a Jesús. Pero las mujeres también formaban parte del grupo que lo seguía. Eran mujeres convertidas al amor de Jesús. Habían experimentado la fuerza de la gracia sanadora Cristo y se habían enamorado de una nueva forma de vivir. Eran simplemente ellas mismas, sin necesidad de un hombre que las protegiera como un amo. Procedían de las altas esferas de la sociedad. Ayudaban a Jesús y a los otros discípulos en lo necesario para su itinerancia: comida, ropa, dinero.

Las mujeres recorren junto al Señor y a los discípulos un camino de liberación y de iluminación progresiva. Seguir a Cristo nos cura del miedo a las diferencias y nos une. Dice san Pablo que "en Cristo ya no hay diferencia entre varón y mujer; porque todos son uno en Cristo Jesús".

La presencia de un grupo de mujeres junto a Jesús y los apóstoles es fundamental para la Iglesia. Algo que no debemos olvidar si queremos permanecer creativamente fieles a las intuiciones de nuestro Señor. La presencia y el rol de las mujeres en la Iglesia es hoy tema de debate, con posturas muy diferentes y a veces irreconciliables. Pongamos atención al relato de Lucas.

El modo de actuar de las mujeres que acompañaban a Cristo manifiesta la manera como ellas concebían la vida: "Los ayudaban con sus propios bienes". No están preocupadas por acumular para sí mismas. Son capaces de cuidar a los necesitados. Su compartir es el signo concreto de una vida no replegada sobre sí misma y de un camino recorrido juntos.

Las mujeres recuerdan que, si el anuncio del Evangelio quiere llegar en profundidad, no pueden faltar nunca la atención, el cuidado, la ternura y un plus del amor. Las mujeres recuerdan cómo es posible llegar a no traicionar y no renegar del Señor, lo que sucedió con el grupo de varones, con excepción de Juan. No basta estar en el grupo de los seguidores de Jesús. Hay que está dispuestos a permanecer con él en el momento en que el cual no confirma nuestras expectativas. Recuerdan que no se disfruta plenamente la resurrección cuando no hemos aceptado asumir también el drama del dolor y de la muerte.

Hoy el Espíritu nos pide dejarnos sorprender, una vez más, por la novedad del Evangelio. Mirar con nuevos ojos. Dejar de preguntarnos "quién es más importante" y preguntarnos más bien "¿cómo puedo amar más?"; porque donde hay amor verdadero, allí está el Reino de Dios.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 8, 1-3

Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.

XXIV Jueves Tiempo Ordinario

Exceso de amor

La fe de la mujer pecadora no es una fe pensada ni hablada. No se expresa en fórmulas como la de Pedro: "Tú eres el Mesías". La fe —que va siempre unida al amor— impulsa a la mujer a salir de casa a plena luz del día, sin el velo de la noche para cubrir su vergüenza, y a entrar nada menos que en la casa de un fariseo santurrón. Entra para ofrecerle a Jesús un regalo: su perfume, instrumento de trabajo tan valioso como vergonzoso. Pero algo atrae su mirada: Jesús tiene los pies sucios. Al anfitrión se le había olvidado darle agua para limpiar sus pies.

Inmediatamente un nuevo pensamiento y un nuevo sentimiento emergen a su mente: le lavará los pies con el perfume. A la consciencia de su pecado se añade la consciencia de la misericordia divina. Sabe que Jesús no sólo no la juzgará, sino que en cierto modo tiene necesidad de ella, precisamente de ella, una pecadora con corazón y ojos de mujer, incapaz de permanecer indiferente a los pies polvorientos del Señor. Las lágrimas fluyen. Lavan sus ojos antes que los pies del Maestro, para permitirle ver en sí misma algo más que una prostituta. El perfume cambia de destino. Se convierte en ofrenda derramada sobre aquellos pies fatigados y sagrados a sus ojos.

No dice nada. Sin embargo, expresa lo que es el amor cuando se puede expresar con la libertad de un corazón agradecido y feliz. A diferencia del fariseo Simón, que con rígida educación acoge al Señor como huésped en su casa, la pecadora muestra en qué consiste la fe en Cristo: mucho amor a Aquel que nos ha amado mucho.

La actitud correcta, medida, de Simón contrasta con la actitud impropia y desenfadada de la mujer que se abandona al llanto, a los cabellos sueltos, a los besos, al perfume, al lavatorio de los pies. Es el exceso de quien se sabe amada y perdonada. Esta mujer, sin nombre ni voz, que conoce muy bien el lenguaje del cuerpo, expresa con todo lo que tiene —incluido su pecado— la necesidad de agradecer y adorar a aquel que ha despertado en ella una dignidad oculta pero no perdida. Sin esperar invitación, ni dejarse intimidar por el juicio de los demás, realiza lo que ha aprendido a hacer: mostrar y ofrecer su cuerpo, consciente de no tener nada que perder al hacerlo.

A través de esta exuberancia pública de amor y de gratitud, la pecadora realiza lo que podemos hacer cuando topamos con nuestra pobreza. Muchas veces las palabras se nos escapan o ni siquiera llegan. Siempre podemos, en cambio, derramar lágrimas mientras caminamos por este "valle de lágrimas", como dice la oración de la Salve, donde sucede la larga tribulación y la gran transformación de nuestra humanidad. Y este pequeño gesto puede ser de gran ayuda para quienes, quizás, han olvidado el gran amor que precede, acompaña, sigue cada uno de nuestros pasos.

Con mi oración

Fr Benjamín Monroy ofm

Lucas 7, 36-50

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.

Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: "Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora". Entonces Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". El fariseo contestó: "Dímelo, Maestro". Él le dijo: "Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?". Simón le respondió: "Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama".

Luego le dijo a la mujer: "Tus pecados te han quedado perdonados". Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: "¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?" Jesús le dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en paz".